Los crímenes colectivos que van quedando en el
olvido… anticomunismo, fanatismo y
barbarie en la Cuenca de los años sesenta
En los años sesenta del siglo pasado en Occidente,
Latinoamérica y el Ecuador se produjeron una serie de cambios sociales que
iniciaron la decadencia de antiguas estructuras
y produjeron nuevos procesos que marcarían rumbos históricos fundamentales en
el desarrollo del siglo XX. Entonces, Cuenca, desde el punto de vista
económico, lograba superar una aguda crisis que afectó a la ciudad y a la
Región, debido a la caída de la exportación del sombrero de paja toquilla. Si
bien esta fue la principal causa de la crisis económica y social en la región
hacia los años cincuenta, nos parece que no se ha prestado la debida atención a
la decadencia de la hacienda tradicional, sustento económico y social del grupo
hegemónico hidalgo-eclesial, cuyo declinar se inició paralelamente a las
modificaciones que afectaron a la organización del sistema histórico que había
aglutinado la tenencia y explotación de la tierra en el Austro.
En efecto, sobre este tema se ha señalado que:
En los años sesenta, como respuesta a la crisis, se logra consolidar
un modelo de desarrollo de carácter agrícola, minero, artesanal, industrial y
turístico. A inicios de esta década, la acción directa del Estado, mediante la
promulgación de la Ley de Fomento Industrial, permitió que en la provincia se
ubiquen importantes industrias que captan mano de obra y materia prima de la
zona, contribuyendo a un acelerado proceso de urbanización y a una dinamización
de la pequeña y la mediana industria. La maduración de estas actividades desde
la artesanía hacia la industria y la instalación de industrias, que utilizarían
materias primas locales (madera, cemento, cerámica, caña de azúcar entre las
principales) se consiguieron en los años sesenta, fundamentalmente. (Pozo
Rodríguez, 2012, p.99)
Asistimos en la época a un proceso dinámico de
reestructuración de la sociedad austral. Cuando el grupo hegemónico
tradicional, al que hemos llamado ‘hidalgo-eclesial,’ gestado en un largo
proceso que inició prácticamente con la fundación de la ciudad en 1557, entró
en crisis, especialmente en el campo político. Junto con la industrialización,
se registró el ascenso y ampliación de la clase media y la constitución de una
incipiente burguesía. A la par, el campesinado había iniciado un proceso de
migración a la ciudad y la Costa. Indudablemente, estas transformaciones y
contradicciones sociales encontraron su expresión en el campo político. Esto
fue una manifestación del debilitamiento del sector hegemónico representado por
los partidos Conservador y Liberal, y otras agrupaciones vinculadas,
registrándose el consecuente fortalecimiento de sectores ascendentes
relacionados con el socialismo, el comunismo y el populismo.
En 1960 llegó al poder el cuarto velasquismo –1 de
septiembre de 1960 al 7 de noviembre de 1961 – en medio de una profunda crisis
económica y de múltiples inquietudes sociales. A este ambiente de conmoción
social, política y económica hay que agregarle un agitado contexto
latinoamericano y mundial, con el triunfo de la revolución cubana en 1959 y el
inicio del histórico enfrentamiento entre los intereses estadounidenses y la
política independentista de la isla que comenzó a ser aislada por los países
latinoamericanos y por el resto del mundo occidental, aunque mantuvo relaciones
con la Unión Soviética que se convirtió en su aliado.
En Ecuador, durante el gobierno de Carlos Julio
Arosemena Monroy, quién asumió el poder después de la caída de Velasco Ibarra,
la embajada de los Estados Unidos con el apoyo de la C.I.A, según el testimonio
de uno de sus agentes, inició una campaña de presión al gobierno ecuatoriano
para que rompiese relaciones diplomáticas con Cuba: “Una de las razones por las
cuales nosotros tratábamos de aislar a Cuba es porque la Jefatura cree que los
cubanos entrenan a miles de latinoamericanos
en la guerra de guerrillas, sabotaje y terrorismo” (Agee, s.f., p.235). La campaña estaba encaminada a conseguir la ruptura
de relaciones diplomáticas con Cuba, debilitar al gobierno de Arosemena Monroy
y evitar la Convención de URJE[1]
en Cuenca.
Los
hechos en Cuenca
El viernes 12 de enero de 1962 la ciudad estaba
convulsionada, pues “explotaron algunas bombas en las puertas de dos iglesias
de Cuenca” (Agee, s.f., p.235). La reacción
anticomunista se venía gestando en la ciudad con muchos días de anticipación a
los supuestos atentados, entre tanto, un sacerdote jesuita visitaba los
colegios laicos femeninos para invitar a las estudiantes a una gran
manifestación que se iba a dar en los próximos días. Se había conformado la
Junta Pro Afirmación de las Libertades Públicas y de Defensa del Orden Público
y para el domingo 14 de enero, el Frente de Trabajadores del Azuay convocó a
una magna manifestación anticomunista, que tuvo réplicas en Guayaquil, Quito y
otras ciudades. Este último acto aglutinó entre 40.000 y 50.000 manifestantes en
una ciudad de aproximadamente 60.000 habitantes. Entonces, cuatro hogares de
conocidos dirigentes de izquierda, dos radioemisoras que denunciaron a
dirigentes conservadores como autores de las explosiones, fueron atacadas por
los manifestantes.
L.F.M.[2]
recordaría que:
en los años 60, después de la Revolución Cubana y el fervor que se
estaba desarrollando en los sectores
populares, en los sectores obreros, acompañados por las dirigencias de los
partidos comunista y socialista, pues la Iglesia respondió porque era
fundamentalmente, no sólo los conservadores, sino la Iglesia misma, metida en
una campaña anticomunista y lo que trasmitía a la población en los años 60 era
que el comunismo te quitaba a los hijos, te quitaba a Dios, destruía las
iglesias, las comunidades religiosas; entonces se creó una especie de pánico,
creado por la Iglesia, y mi papá, que era una persona conservadora, muy
religiosa, pero a la vez muy hábil en todas las cuestiones de la radio y las
comunicaciones, con un grupo de personas católicas, veía yo desde muy
pequeñita, que venían y grababan programas de radio, programas de radio para
difundir y sobre todo alentando a la población, desde el punto de vista
religioso, a que no nos dejáramos quitar a Dios, ése creo que era el punto fundamental,
estaban atacando a Dios, la familia, las buenas costumbres; entonces, ese
recuerdo tan profundo, de verle a papá trabajando todo lo que podía, como un
buen radiodifusor, sacando todas las habilidades que él había tenido para
generar programas que pudieran concientizar a la población contra el comunismo,
contrastaba tan profundamente con los años 70, en donde más bien mi nivel de
reflexión era otro…
Las acciones de enero de 1962 incitaron en la ciudad
y la provincia una campaña anticomunista que inició a una verdadera histeria
colectiva, encaminada a perseguir a comunistas y a todo lo que se vinculara con
esta ideología, teniendo como consecuencia inmediata los trágicos crímenes
colectivos registrados en Santa Ana, San Cristóbal, Molleturo y Chicán.
Cuando la marcha que hemos descrito concluyó, la
gente se reunió en el parque Calderón para escuchar la intervención de dos
jóvenes políticos de derecha cuyos discursos estuvieron encaminados a reforzar
las condiciones políticas e ideológicas por las que se había convocado la
manifestación y los principios y las causas de la lucha anticomunista. Uno de
los oradores expresó que habían concurrido jóvenes con el ímpetu de su primer
vuelo, hombres maduros, sin considerar el peso de sus años, mujeres que, con toda
la fortaleza de su debilidad, habían querido sumarse bajo una sola bandera a
una causa política no partidista, ya que todos los partidos políticos estaban
presentes frente a la amenaza de un
enemigo común que perseguía la muerte y la destrucción, sustentándose en el
terror y el sofisma de la negación ética y la conculcación de todos los
derechos de una sociedad fundamentada en el patriotismo y la fe.
Según este discurso, los ciudadanos enfrentaban,
pues, extrañas amenazas que trataban de minar una estructura cuyos principios
fundamentales eran el cristianismo y las formas de gobierno democráticas. La
lucha del cristianismo contra el comunismo se dijo, no era a favor del
capitalismo, puesto que el catolicismo también persigue la reforma social, pero
lo que estaba en juego, se afirmó, era el patriotismo y la fe, sobre todo esta
última, representada en la leyenda heráldica de la ciudad que reza “Primero
Dios, después Vos.”
Otro de los oradores, presente aquel día, se hizo
eco de una de las ideas más absurdas que se propagaron en la época en torno a
la relación de madres y sus hijos con el estado comunista: “Vuestro hogar está
en peligro mujeres de mi tierra, el comunismo amenaza a vuestros tiernos
capullos para separarlos de vuestros brazos y entregarlos a los soviéticos como
está sucediendo en la Perla de las Antillas a fin de iniciarlos en el odio
porque odiar, pervertir y destruir es el principio fundamental de su gobierno”
(El Mercurio, 14 de enero de 1962). Dicho esto en público, con la
desventaja de que circuló en los corrillos, terminó por calar hondo en la
mentalidad de los campesinos que, al coincidir la campaña anticomunista con la
realización del Censo Agropecuario y diversas versiones distorsionadoras de la
finalidad de este proceso, como aquella que aseguraba se les quitarían sus
animales, parte de sus cosechas y, por supuesto, a sus hijos, fue creando una mentalidad de terror y
repudio criminal a todo lo que sonara a ‘comunismo’ en la ciudad y especialmente
en el campo azuayo.
No está por demás anotar que luego de la
manifestación anticomunista del 14 de enero la campaña de odio y desprestigió
continuó a través de los púlpitos y la prensa, basta con leer la sección
editorial de diario El Mercurio de la
época para confirmar lo que aquí explicamos sobre los periódicos. Estos sucesos
se recuerdan, además, en la Revista
Avance:
En los años sesenta del siglo XX se conmovió el país por horrendos
crímenes gestados en el fanatismo religioso de los campesinos, con vinculación
de clérigos azuayos que al término de las investigaciones judiciales quedaron
eximidos de culpabilidad. En poblaciones cercanas a Cuenca fueron asesinadas
varias personas. En Santa Ana, dos profesores de apellido Velecela[3]
perecieron a golpes de palos y machetes, acusados de comunistas; en San
Cristóbal, el médico Jorge Merchán Aguilar y el Trabajador Social Hernán
Vinueza, de la Misión Andina, fueron muertos a golpes por la misma sospecha y
luego incineraron sus cadáveres; y, en Molleturo, la campesina Josefa Escandón,
por defender una propiedad en litigio con el párroco, fue quemada viva durante
una algazara macabra. (Tello Espinoza, 2010, p.24-25)
Los
crímenes de Santa Ana
Los sucesos mencionados en la cita anterior tuvieron
los siguientes desenlaces: “Profesor de Santa Ana y su hermano fueron
bárbaramente victimados por indígenas” titulaba el diario El Mercurio en su edición del 4 de mayo de 1962. La noticia
informaba sobre el horrendo crimen cometido por una multitud de aproximadamente
500 campesinos de la parroquia Santa Ana y sus anejos en la noche del jueves 3
de mayo en las personas del profesor Luis Ángel Velecela Yunga y su hermano
Francisco, además la información hacía referencia al descontento de los
campesinos por la realización del Censo Agropecuario. Ángel Loja, oriundo de
Santa Ana, recuerda que tenía alrededor de ocho años cuando sucedió el crimen y
nos cuenta, en conversación ocasional, que el párroco había convocado a los
vecinos asegurando que “sí, les encontraron unos papeles comunistas,” mientras que el
editorialista de El Tiempo escribió
que una cadena monstruosa de crímenes se inició con el arrastre de los
profesores de Santa Ana, siempre con el fantasma dantesco de un comunismo que
no existía y que fue sido creado ad-hoc para encubrir brotes de canibalismo y
complejos de Caín. (Molina de Galarza, 1988, p.45)
Desde la radio también hubo historias sobre estos
crímenes: “En Santa Ana, los profesores de primaria hermanos Velecela fueron
brutalmente asesinados por turbas fanáticas, empujadas –en nombre de la fe– por
el cura Torres Oramas. Entre otros cargos se les acusaba de enseñar la historia
del Ecuador con textos de Gonzáles Suárez. Murieron horriblemente quemados”
(Cardoso, 2009, p.43-44).
El
caso de la Misión Andina
El 2 de octubre de 1962 en un pequeño caserío del
cantón Paute, denominado San Cristóbal, se perpetró otro horroroso crimen que
victimó al médico Jorge Merchán Aguilar y al señor Hernán Vinueza, integrantes
de la Brigada Médica de la Misión Andina, mientras la señorita Elsa Bodero y el
profesor Humberto Ochoa salvaban la vida milagrosamente: “El vehículo llegó al
pueblo y fue rodeado por una multitud que había sido congregada por los antiguos
sonidos de la quipa y la bocina. El pueblo, azuzado por la idea de la llegada
de presuntos comunistas que iban a terminar con sus pobre pertenencias y su
religión, no pudo resistir aquel sentimiento destructor que perforaba su alma y
atacó a los recién llegados” (Martínez Borrero, 1977, p.24).
La noticia fue escándalo nacional, así el diario El Comercio de Quito ampliaba esta información dando a conocer los resultados de
la investigación que realizó la comisión gubernamental integrada por el
Subsecretario de Gobierno, Manuel Córdova Galarza, y otros funcionarios en
torno a los sucesos de San Cristóbal, la noticia decía así: “Ataque a la Misión
Andina en parroquia San Cristóbal preparóse con anterioridad.- Nada hizo el
párroco para contener a los exaltados campesinos y se negó a explicarles que
los atacados no eran comunistas.- Comisión gubernamental investigó sucesos; 10
sindicados como instigadores detenidos” (El
Comercio, octubre 3) fueron los titulares con los que se resume lo
fundamental del drama.
El
caso de ‘La bruja’
Dos casos más de psicosis colectiva se produjeron en
campos azuayos. El día 14 de marzo de 1964 Josefa Escandón fue incinerada en la
pequeña población de Molleturo, al occidente de Cuenca, acusada de bruja. Por
esta razón el obispo decidió retirar al párroco con quien Josefa mantuvo un
litigio por la posesión de una pequeña parcela. “Medio siglo después, muchos de los autores han fallecido y otros,
incorporados a su pueblo, son gente laboriosa y de paz, ejemplo para sus hijos
y nietos. Los familiares de la víctima han perdonado generosamente a los
culpables” (Puín Gutama, 2014, p.24-25) dice la carta que Ángel Melquicedes
Puín Gutama envió a la Revista Avance,
refiriéndose al reportaje de la edición anterior, ya citado, sobre el episodio
de Josefa Escandón, en Molleturo, hace medio siglo.
Tras agradecer por la veracidad del contenido, hace
puntualizaciones acerca del hecho que aún conmueve a los habitantes de ese
pueblo azuayo. En lo fundamental, destaca la agresividad de los militares al
capturar a mansalva, a hombres y mujeres, en los domingos de Ramos y de Gloria
luego del 14 de marzo de 1964, cuando fue quemada viva Josefa Escandón, por un
conflicto de tierras con el párroco. Se lee en la revista de nuestra referencia,
cuando alude a la carta que Ángel Melquicedes dirigió en referencia al
reportaje sobre los sucesos, que aparte de maltratar a los detenidos, hubo robo
de reses y ovejas para la alimentación de cientos de hombres armados y decomiso
de acémilas para transportarse. Él era niño cuando su hermano, implicado en el
crimen, fue recluido en el penal, habiéndole acompañado por 10 años; ahora
trabaja en la Biblioteca Municipal de Cuenca, pero no ha olvidado que “Molleturo fue castigado por la sociedad: Le quitaron
todo, religioso, profesores, Teniente Político, registro civil,” afirma.
Toda esta polémica, aclara Puin Gutama, comenzó por
un lote de terreno ubicado en el sector de Limba, el cual el padre trataba de
llevarse para la Iglesia y esta [Josefa Escandón] no se dejó fácilmente porque
había recibido en herencia. Esto hizo que vaya ganando el odio del pueblo, pues
el religioso, un hombre joven y dinámico, se ganó la voluntad de sus moradores.
Entonces vino la serie de acusaciones, entre las cuales estaba la palabra de
ser una comunista, no creer en Dios en la tierra. Nunca fue una bruja. El padre Adolfo Clavijo Idrovo se encontraba en el
caserío de Angas, plenamente ‘ajeno’ a los fatales acontecimientos de
Molleturo. Si era una ‘compra’ adquirido con esfuerzo y sacrificio, tenían que ‘defender’
algo que les costaba una fortuna (Puin G, s.f., p.103).
Chicán:
Y quizás el último episodio que se conoce de esta
histeria colectiva que asoló el campo azuayo sucedió en los años setenta como
recuerda Martínez Borrero en su tesis:
El día 23 de octubre de 1974 llegaron a Chicàn los enumeradores del
Censo Nacional, acompañados de dos policías. Entraron en el pueblo para
planificar su trabajo con el Teniente Político y dos guías, que se prestaron a
ayudarles por cuarenta sucres diarios. Quince minutos más tarde, cerca de cien
personas armadas de piedras y palos persiguen a los censadores y policías,
desesperados huyen al río Paute. El río trae un enorme caudal de agua, fruto de
los torrenciales aguaceros que había soportado la región por esos días. Los
perseguidos se lanzan a la corriente, tratando de ganar la orilla contraria.
Cientos de piedras caen a su derredor. Minutos más tarde dos de los fugitivos
llegan a tierra firme. Los dos policías y uno de los enumeradores son
arrastrados por la corriente. Sus cadáveres se encuentran días después entre la
arena y las piedras del río a varios kilómetros de distancia. (Martínez
Borrero, 1977, p.44)
Y, claro que hubo detenidos, juicios y condenas a
hombres y mujeres campesinos autores materiales de estos tremendos crímenes,
pero, los instigadores, los autores intelectuales refugiados en el anonimato de
acciones políticas, defensores de la fe, el constitucionalismo y la democracia
quedaron gozando de su libertad a la sombra de un estado permisivo y tolerante
con determinados grupos sociales.
Sólo pocas, muy pocas voces se alzaron para decir la
verdad. Saúl Tiberio Mora, bajo el seudónimo de Jorge Sierra escribió:
La orgía de sangre, satanismo y lágrimas se debía a la pertinacia de
continuar el censo en una provincia donde se había calificado a esta y a otras
actividades de contenido científico, humanitario y progresista de “comunistas”
y a la iconografía que de “semejante monstruo” hacían las elementales inteligencias
indias, representando como “comunista” al maestro de escuela. Para esto hubo un
antecedente cuando los indios movidos por los políticos aviesos y “oportunos”
llevaron a la ciudad de Cuenca a que vociferen en las calles contra los
“comunistas” a los indios de todas las parroquias, presididos, con pocas
excepciones, por los respectivos pastores de almas. (Molina Galarza, 1988, p.42)
Y, quién era el comunista, se pregunta el
editorialista… El maestro de escuela sacrificado en Santa Ana, ofendido en San
Joaquín, en Sevilla de Oro, Zhidmad y Gañansol; comunistas fueron los miembros
de la Misión Andina absurdamente sacrificados en San Cristóbal; así, por muchos
años este fantasma político deambuló por los campos del Azuay hasta que la
sociedad morlaca se enrumbó por otras rutas y el clero se renovó a la sombra de
Juan XXIII, la Teología de la Liberación y más doctrinas que le liberaron del
fanatismo.
Cuenca, enero de 2016
[1] Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas,
movimiento revolucionario nacional de extrema izquierda, surgido en la década
de los 60s.
[3] Luis Ángel Velecela Yunga fue director de la escuela de Santa Ana, su
hermano Francisco, artesano, se encontraba de visita la noche de los sucesos.
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