miércoles, 16 de octubre de 2019


LA OTRA HISTORIA
No, no vamos a referirnos al librito, por su pequeño formato, de Alejandro Carrión Aguirre, publicado hacia 1978, de similar título al de este escrito,  en el que a través de un conjunto de ensayos un tanto novelados recoge y revela episodios desconocidos o asuntos controversiales de la historia nacional y regional, es decir, “la otra historia”,  cuyo volumen de nuestra propiedad fue  acaso olvidado en manos de algún estudiante  de la Carrera de Historia y Geografía. Evoco ahora lecturas ya un tanto difuminadas en la memoria del viejo profesor jubilado que persiste en la necesidad de repensar y reflexionar en variados asuntos de la historia de la patria grande y en la del terruño, tópicos manidos por la denominada “historia oficial”, validez de esta denominación discutida últimamente por Julio Carpio V. y que, pese a su opinión,  está presente en nuestra cotidianidad académica, consagrada por el peso de los programas oficiales, en el campo educativo, avalada por la “autoridad” de determinados historiógrafos, presente en los imaginarios que conforman y consolidan nuestra existencia como país. A esta historia oficial, acaso podríamos también motejarla de cotidiana,  vamos a tratar de contraponer la “otra historia”, fundamentándonos  en “La historia del Tahuantinsuyo”-1992- de María Rostworoswski de Diez Canseco, el Diccionario Kichua-Castellano de Glauco Torres Fernàndez de Còrdova y La identidad del pueblo Cañar. De-construcciòn de una nación étnica-2003- de Hugo Burgos Guevara,  como primera entrega de un grupo de reflexiones que pensamos realizar sobre este asunto.
El arte de escribir la historia se fundamenta en  las fuentes,  que pueden ser de diversa naturaleza: la tradición oral, fuentes monumentales, fotográficas, en fin;  a la postre, las fuentes escritas terminan por ser las que mayor confianza inspiran  y,  en consecuencia,  las más utilizadas. Suelen ser clasificadas  en primarias o documentales y en secundarias o bibliográficas, ambas sujetas a un riguroso proceso de evaluación, contrastación y otros procesos a fin de confirmar su validez,  que en último término,  conformará  el corpus histórico consagrado con el paso del tiempo en lo que hemos denominado con anterioridad la historia oficial. Sin embargo, a veces nos salta por ahí una, permítasenos el término, “sorpresiva liebre historiográfica”, fundamentada en la lectura e interpretación de otras fuentes, que desequilibra y tambalea el añoso corpus de nuestros supuestos bien cimentados conocimientos, precipitándonos al abismo de la “cochina duda” y acaso a la constitución de “otra historia”.
Algo de esto ronda desde hace algún tiempo por nuestras inquietudes historiográficas en torno a ciertos tópicos de nuestra historia regional,  relacionados con la ubicación de la urbe prehispánica, sus denominaciones, el o los nombres de sus primeros pobladores, en fin, asuntos que serán mejor conocidos por nuestros lectores conforme desarrollemos esta exposición.
Juan Cordero Iñiguez en  Historia de la Región Austral del Ecuador desde su poblamiento hasta el siglo XVI”-2007- realiza una acertada síntesis e interpretación de todo o casi de  todo lo que se ha escrito sobre Cuenca y la Región Austral. Por cierto, la obra abarca tres volúmenes: Tiempos indígenas o los sigsales -primera parte-; El Imperio Andino del Sol en el Sur ecuatoriano, conquista y dominación incásicas –segunda parte-;  e Historia de Cuenca y su Región. Siglo XVI. Choques y reajustes culturales –tercera parte-.  En la segunda parte, bajo el subtítulo “Conquista del Chinchaysuyo” enfoca el avance de los Incas al norte de Sudamérica y concretamente sobre la Región Austral del actual Ecuador; en la parte pertinente escribe: “Casi todos los cronistas, informantes e historiadores coinciden en que fue Túpac Yupanqui quien fundó la ciudad de Tomebamba en el antiguo sitio donde estaba ubicada Guapdondèlig o Guap Ton Telè (según el padre Miguel T. Durán). Los dos nombres significan lo mismo: llano grande o espacioso como el cielo”-El Imperio Andino del sol en el sur ecuatoriano. Conquista y dominaciòn incaicas, pàg.42-
Es esta la versión generalmente aceptada por quienes han estudiado y por los que  enseñan la historia de este período de nuestro pasado nacional y comarcano, es decir, lo que podría denominarse  la historia oficial; sin embargo, en 1993, en uno de nuestros viajes al norte del Perú, en compañía de los estudiantes de la Carrera de Historia y Geografía, a fin de visitar los museos y sitios arqueológicos de moches y chimús, relacionados con nuestros pueblos ancestrales,  en Chiclayo,  adquirimos la “Historia del Tahuantinsuyo” de María Rostworoswski de Diez Canseco, una de las historiadoras de mayor autoridad y prestigio del vecino país, quien en la indicada obra y bajo el subtítulo de Otras conquistas de Túpac Yupanqui enfoca el hecho  de la conquista de Chinchaysuyo de la siguiente manera: “Después de lograr una victoria sobre estas etnias –cañaris y quitus- descansó Tupac en Quito y ordenó poblar  la región con numerosos mitmaq, es decir de gente traspuesta de otras regiones, para que edificaran una ciudad. Antes de partir dejó como gobernador a un anciano Orejón llamado Chalco Mayta, con licencia de ser llevado en andas y la obligación de enviarle cada luna un mensajero con noticias sobre Quito (Cieza de León. Señorìo.caps LVI y LVL). Posteriormente, el Inca pasó a un lugar llamado SURAMPALLI –mayúsculas nuestras-  donde ordenó se edificaran unas estructuras que se denominaron posteriormente Tumipampa, nombre de una de las panaca reales” (Rostworowski. 1983: 141) –pág. 113- .
En esta misma obra, bajo el subtítulo de Conquistas de Huayna Capac, en la página 119, nos relata lo siguiente: “Para Cieza de León, después de lograr la paz en Chachapoyas, Huayna Capac continuó hacia el norte e hizo una entrada a la selva contra los bracamoros (cap. LXIV) pero por ser un lugar inhóspito poblado de gente bárbara decidió retirarse. Mientras tanto, Huayna Capac llegó a Surampalli, en tierra cañar, donde “se holgó en extremo”; es posible que durante esta estadía ordenase el cambio de nombre al lugar de su nacimiento, dándole el nombre de su panaca: TUMIPAMPA (Rostworowski. 1983)
De lo expuesto hasta ahora se desprenden dos  retos investigativos: una relectura rigurosa de la obra de Cieza de León, especialmente de la segunda parte,  fuente de la Sra. Rostworowski, y de cronistas afines en búsqueda del ignoto Surampalli; y una profundización en el tema de las panacas reales incásicas y su relación con la etimología de Tomebamba.
Surampalli debía estar asentado en tierras cañaris, pueblo que según Torres Fernàndez de Còrdova se denominaba a sì mismo como SITUMA: “reino preincàsico que habitò en las provincas de Azuay y Cañar y parte de las provincias de Loja, Guayas, EL Oro y Morona Santiago. A esta nación se dio por llamar Kañari, voz que es claramente kichua, no asì Situma, nombre con el que los habitantes de esta comarca lo conocían antes de la invasiòn inka, nos manifesta Alonso Castro de Lovaina”- Diccionario Kichua-Castellano, Yurakshimi-Runashimi,pàg. 250-.
Mas, Encalada Vàsquez piensa que “situma parece claramente una composición quichua, donde es visible el elemento uma, que significa cabeza”- pàg. 28 de Antroponìma de origen no hispánico en el Austro Ecuatoriano, 2014-. Cordero Iñiguez, en su obra citada anteriormente, incorpora el tèrmino situma “con el que pudo haberse llamado a los cañaris antes de esta denominación dada por los incas, según la autorizada opinión de Glauco Torres…”Tiempos indígenas o los sigsales-pàg. 168-.
Al respecto, Burgos Guevara dice “Pero es un hecho irrefutable que se està cuestionando el origen de la identidad “cañari” pre-incàsica desde sus orígenes. Primeramente, y siguiendo a una autoridad en la materia, desde su nombre: cañari està siendo discutido. Cuando todos los cronistas afirman de la existencia de un pueblo “cañari”, el padre Màximo Glauco Torres Fenàndez de Còrdova, una eminencia americana en lingûistica quechua, presenta la excepción a la regla, mostrando al cronista Alonso Castro de Lovaina, quien en 1582, y refriéndose a los cañaris habrìa escrito una crónica sobre ellos, bajo el título “Gobierno de los situmas antes de los señores yngas comenzasen a reinar y trata quienes fueron y mandaron en aqueste valle”(Torrres 1982: 250; citado por Hirschknd, 1995; también, comunicación personal del autor). El  padre Màximo G. Torres no ha dado a publicidad las 50 ò 60 pàginas de esta crónica encontrada en la catedral de Trujillo, Peru. Los especialistas se quedarìan perplejos (y mucho màs la sociedad) si es que el gentilicio situma pudiera ser confirmado como el apelativo orginario de los cañaris pre-incas. Por un cambio fonético de la “t” en “d”, dice el lingüista, obtendríamos duma en vez de tuma, y encontraríamos un ejemplo, el origen del clásico linaje cañari “Duma”(un cacique del Sigsig), testigo que fue de la fundación española de Tomebamba); igual su toponimia Dumapara, etc. que constan como tambos y aposentos reales en la vecindad geográfica de Tomebamba-inca”- pàg. 14-. Asì las cosas encontramos que hay mucha tela para cortar sobre esto de la otra historia por lo que esperamos escribir una segunda entrega sobre el asunto.
Marzo 30 de 2015.

Breves acotaciones en torno a Dumapara,  ¿ciudad cañari?... 1
Queda aún por confirmar la denominación de Surampalli, acaso en lugar de Guapdondèlig,  dada por Cieza de León, según la Sra. Rostworowski, a la región cañari en la cual mando Tupac Yupanqui  levantar unos aposentos que luego pasaron a llamarse Tomebamba; sobre este último, el inca Garcilaso de la Vega, citado por Octavio Cordero Palacios, afirma lo siguiente: “A la descendencia de Huayna Càpac llaman Tumipampa, por una fiesta solemnísima que Huayna Càpac hizo al Sol en aquel Campo, que está en la provincia de los Cañaris, donde había Palacios Reales y Depósitos para la gente de guerra y Casa de Escogidas (Vírgenes del Sol) y Templo del Sol, todo tan principal y aventajado y tan lleno de riquezas y bastimento, como donde más aventajado lo había, como la refiere Pedro de Cieza, con todo el encarecimiento que puede, Capítulo cuarenta y cuatro, y por parecerle que todavía se había acortado,  acaba diciendo: En fin, no puedo decir tanto, que no quede corto, en querer engrandecer las riquezas que los ingas tenían en estos sus Palacios Reales, &. La memoria de aquella fiesta tan solemne quiso Huayna Càpac que se conservase en el nombre y apellido de su descendencia, que es Tumipampa. IX.XL”- Octavio Cordero Palacios, El Quichua y el Cañari, pàg. 58, 1981- Con lo que se vendría al suelo también aquella interpretación supuestamente etimológica de “la llanura de los cuchillos” o pampa de los tumis.
Dejemos por ahora lo de Surampalli y Tomebamba a fin  concentrarnos  en algunos aspectos en torno a los cañaris –kañaris según Idrovo Urigûen- o situmas, que tuvieron como gobernante, en tiempos de la fundación castellana de Cuenca, entre otros,   a  “Duma (un cacique de Sigsig) testigo que fue de la fundación española de Tomebamba”- La identidad del pueblo Cañari, pàg.14. 2003- ; al respecto,  queremos pensar que esta expresión es una especie de metáfora o algo por el estilo,  utilizada por Burgos Guevara para referirse a la presencia del indicado curaca en la fundación castellana de Cuenca, puesto que al escribir sobre historia hay que  ser muy cuidadosos y precisos en las referencias, ya que  no quisiera, ni de broma, encontrarme por ahí con alguien que sostenga  que “Tomebamba fue fundada por los españoles”, porque así lo dice Hugo Burgos, ubicándonos de pronto   en el  plano de otra historia!.
De Duma, al parecer, se derivó el topónimo Dumapara, que “consta(n)  como tambos y aposentos reales en la vecindad geográfica de Tomebamba-inca”, según Burgos. Ahora bien, Tomebamba ¿fue una “ciudad” o una “provincia” inca que se impuso por conquista al pueblo cañari? Luis Espinoza E., con acierto, se pronuncia por la segunda opción y  ha logrado identificar en ella cuatro núcleos poblacionales, quizás preexistentes a la presencia inca: Hatun-Cañar, Pumapungo, Molleturo y Cañaribamba –Tomebamba la provincia inca, 2010-, mientras Burgos Guevara indica que “Los cronistas nos dicen que el pueblo cañari de la antigüedad basaba su territorialidad y cultura en tres epicentros: Hatun-cañar, Tomebamba y Cañaribamba”-pàg. 14-Mas, para nuestros fines no es suficiente señalar uno o más núcleos territoriales y culturales, sino que es necesario vincular a la sociedad cañari con un ámbito más amplio, relacionándola con la  estructura geográfica que la sustenta a fin de lograr una síntesis dialéctica entre  lo diacrónico y lo sincrònico  de este pueblo,  en consideración de  los fenómenos sociales en su  dimensión temporo-espacial que rebase una  visión coyuntural  a fin de insertar el análisis, la explicación y comprensión de su sociedad   en la proyección de la larga duración temporal y la amplitud geográfica regional. 
Una región “está constituida más allá de las homogeneidades que presenta el espacio físico   que la limita, puesto que se trata de una construcción en el tiempo, cuya dinámica moviliza factores que van desde lo económico hasta lo cultural” –Historia de una región formada en el Austro del Ecuador y sus conexiones con el norte el Perú, Jaime Idrovo U.-Dominique Gomis S., pàg. 11, 2009-; es, como anotan los autores de nuestra referencia,  un corpus social que puede aglutinar los territorios más diversos desde un punto de vista geográfico, a fin de sincretizar en análisis e interpretaciones de carácter geohistòrico –tiempo y espacio-  las diversas realidades de las sociedades humanas del pasado o el presente. Desde este punto de vista nos parece legítimo hablar de la región de  los Pueblos  Cañaris en el Austro Ecuatoriano, cuya presencia ha sido señalada por Espinoza y Burgos como hemos visto con anterioridad. Sin embargo, pensamos que el cuarto cuerpo social, en el caso de Espinoza, tercero de Burgos, -Cañaribamba-  queda limitado al subtropical valle de Yunguilla y sus anexos occidentales, por lo menos así piensa Cordero Palacios, quien al referirse brevemente a las relaciones geográficas de 1582, enviadas por el corregidor Antonio Bello Gayoso al Virrey del Perú,  dice: “El Padre Juan Gómez, por lo que hacía a Cañaribamba –hoy El Pucará, Chahuarurcu, El Pasaje y Machala- dijo: Y en cuanto al lenguaje que hablan, que se dice  Cañar, es toda una, aunque diferencia este pueblo de los demás pueblos Cañares en algunos vocablos, empero todos se entienden sin que haya otro lengua entre ellos”-Octavio Cordero Palacios, El quichua y el Cañari, pàg. 18, 1981-. Hay más, la crónica que se dice ha sido escrita por Alonso Castro de Lovaina en 1582 se titula “Gobierno de los situmas antes de los señores yngas comenzasen a reinar y trata quienes fueron y mandaron en aqueste valle”, debe entenderse, en el valle de Cañaribamba, del que Torres Fernández de Córdova anota: Kañaripanpa.s. top. Nombre kichua del gran centro situma cerca de la cabecera cantonal de Santa Isabel-pàg. 136.1982-, denominado en lengua situma Ganielbamba.
Con esta visión sobre Cañaribamba se reduce notablemente el ámbito de la presencia cañari en la hoya del río Jubones pues margina una extensa zona, ubicada al Oriente del valle de Yunguilla –Cañaribamba- ,  que se extiende en torno al río León y sus tributarios,  en la que se encuentran numerosos vestigios arqueológicos aún no bien estudiados y en franco proceso de deterioro por la acción del medioambiente y la mano humana. A 8 kilómetros al Sur de la cabecera cantonal de Nabòn, en la confluencia de los ríos León y Charcay o Challcay  se asientan las casi míticas ruinas de Dumapara, cuya presencia fue dada a conocer por don Francisco Talbot hacia los años 20 del pasado siglo; como hipótesis proponemos que Dumapara puede constituir un núcleo geohistòrico que se sumaría a los ya indicados por Espinoza, en un caso, o por Burgos, en otro, para perfilar con mayor precisión la presencia del o de  los pueblos cañaris en la hoya del río Jubones y en la región Austral del Ecuador. La zona cañari de Dumapara gira en torno al eje hidrográfico del río León, cuyas fuentes se encuentran en el nudo Portete-Tinajillas, que cierran por el Norte la hoya, desde donde avanza al Suroccidente para unirse con el Rircay, en las inmediaciones de Cañaribamba, para formar el Jubones que desagua en el Pacífico; por la orilla izquierda el río León tiene como tributarios a los ríos Oña y Uchucay, entro otros,  vínculos geográficos y culturales con Saraguro, hasta donde podría avanzar la influencia cañari, cuyo extremo Occidental lo encontramos en Yacuviñay, en las cercanías de Zaruma, referencias que nos permiten un amplio esbozo de lo que podríamos denominar Dumapara Cañari, cuya precisión geográfica  podría efectuarse  acaso en una tercera entrega  de estos apuntes de aportes para la historia prehispánica.
Francisco Talbot en la segunda década del siglo pasado cree haber encontrado en Dumapara una extensa y populosa ciudad: “Una hora de recorrer ligeramente a caballo las principales ruinas  de aquellos que al parecer fueron soberbios edificios, cuyas paredes se levantan todavía a un metro sesenta centímetros de altura, y se viene al convencimiento de que aquellas son restos de una gran ciudad perdida en la noche de los tiempos” –Francisco Talbot, Las ruinas de Duma-para, la Unión Literaria, pàg. 318-. Y la describe: “Entre estas preciosas y sagradas ruinas, lo que más asombra es una enorme gradería en una colina semicircular con un pequeño montículo al frente, y entre éste y aquella, una hermosa planicie al abrigo del viento, de ciento sesenta y cinco metros de diámetro, como que sirviera de plazoleta de ese famoso coliseo que atestigua la existencia de un pueblo culto y de refina civilización. No será exagerado calcular que allí se congregaban en las fiestas,  cómodamente para presenciar los espectáculos, más de cinco mil personas”. La población urbana de la ciudad de Duma-para, dice, pudo fluctuar entre cincuenta y sesenta mil habitantes; y la rural en ciento cincuenta mil, dado el sinnúmero de ruinas enormes que se encuentran a cada paso, en unos tres kilómetros de radio, siendo la más compacta la comprendida en el arco que va del noreste al sur, principiando en Anculoma.
Realiza una detallada descripción, dimensiones incluidas, de la colina escalonada, a la que denomina coliseo, de cuatro monumentales edificios y otras dependencias de la magnífica ciudad y anota: “Muy cerca de esta pequeña ruina se observan vestigios de otras mayores y que han sido destruidas por la ignorancia; pues, a principios de este siglo, Doroteo Quezada, utilizó las piedras de estos sagrados muros para levantar cercas divisorias. Así es como desaparece la clave de la prehistoria patria; así es como a los historiadores se les obliga a fantasear en las nebulosidades del pasado y a deducir caprichosas consecuencias. Ah, la ignorancia!-Ídem-
Breves acotaciones en torno a Dumapara,  ¿ciudad cañari?... 2

Dumapara está situada : “ tres kilómetros más o menos, al norte del pueblo de Cochapata y a las faldas de una colina denominada actualmente Totorillas, cuya mayor altura es de 2.760  metros sobre el nivel del mar, se levantan con dirección al sur y desafiando al tiempo y al olvido, las grandes ruinas de Duma-para, en una extensa planicie que gradualmente desciende hasta la profunda y estrecha quebrada de Rafqui, cruzada por el camino de Cuenca a Loja” –Francisco Talbot, en  Octavio Sarmiento A.   Cuenca y yo, IV, s/f-, y  a ocho kilómetros al Sur de la  cabecera cantonal de Nabòn. El camino de Cuenca a Loja al que se refiere Talbot es el colonial Camino Real trazado con ligeras variantes sobre el incásico Capagñan; al Occidente de las ruinas se encuentra el Pueblo de Tamboviejo, antiguo tambo de Casacono que hacia 1618 fuera reubicado al Norte en Nabùn, hoy Nabòn-  Manuel Carrasco V. Nabuenpata, Nabùn, Nabòn, 2007- . Al parecer en el siglo XVI la zona ubicada en el vértice de los ríos León y Chalcay era conocida como Casacono – Casacuna: estar helando, Luis Cordero C. Diccionario Quichua-Español. Español-Quichua, 1968-; según el lingüista Francisco Lojano, Casacono significaría  la zona de transición entre las frías tierras de Nabòn y las  cálidas de la “caldera  o hoyada de Uduzhapa”, como denominaban en la colonia a esta última, situada entre los tambos de Casacono y Oña,  en donde Talbot ubicara en  1921 en la loma llamada Ingapirca, entre muchas ruinas,  dos preciosos edificios incásicos, como para reafirmar la importancia histórica de Dumapara, enmarcada en la  subregión de Casacono, cuyo nombre se ha perdido para la historia.
Cabe indicar que estudios realizados por Antonio Fresco y Jaime Idrovo confieren a Dumapara el carácter de tambo incásico como parte del Capagñan, al que también se ha referido Guamán Poma de Ayala con el nombre de Casacuna o Casacono- La red vial incásica en la región sur del Ecuador, Anne Marie Hocquenghem, 2009-; sin embargo, en nuestras referencias documentales hemos encontrado lo siguiente en alusión  al tambo colonial de Casacono:  “Xavier Quiroga, testigo en el expediente promovido por  Francisco Tapia contra Sebastián Serrano y Argudo por los linderos entre Tambo Viejo y Dumapara (1826),  dijo “que sabe el declarante de que el camino real antiguo fue por el centro de Tambo Viejo y que pasaba por delante de la casa del finado Basilio Salazar y caminando una poca distancia para atrás, estaba la casa del tambo que servía para hospicio de todos los caminantes para la ciudad de Loxa y otros lugares”- Expediente promovido por Francisco Tapia contra Sebastián Serrano y Argudo por linderos entre Tambo Viejo y Dumapara, 1826. A/M.C.V. Conviene decir que Tamboviejo se encuentra diagonal a Dumapara, unos pocos kilómetros hacia el Occidente.
 La primera  referencia documental que hemos encontrado sobre la zona consta de  una merced de tierras que el cabildo de Cuenca hace  el 5 de mayo de 1572 a Antonio de Sanmartín, ,  de “cincuenta 8 quadras  de tierra para sembrar entre Maribiña y Casacona en un lugar llamado Nabuenpata, en unos paredones del Inga, subidos los escalones del río de Casacono yendo a Loxa, a mano izquierda” - Merced de Tierras hecha a Antonio de San Martín, V-5-1572 A/M.C.V-  Este trecho del Camino Real  partía de “los Tambos Reales”, hoy Pumapungo, hacia el Sur, por la actual avenida Huayna Càpac, el puente Ingachaca-Vergel- rumbo a Loja; el primer tambo documentado es el de Maribiña o Mariviña, cerca de Jima, segundo el de Casacono y tercero el de Oña. Ahora bien, este Nabuenpata podría ser la actual  Dumapara y el río Casacono el León;  si viajamos de Norte a Sur, a mano izquierda del río León están los paredones del Inga, es decir, Dumapara.; hacia 1708 en una composición de tierras que hiciera el Depositario General de Cuenca, don Pedro Coronel del Mora, al señalar los linderos del hato de El Paso indica que en él caben “tres queseras llamadas Charqui, la una, la otra Dumapara y la otra Zhingata”-Manuel Carrasco V. El Paso: una hacienda tradicional en la Sierra Centro-Sur del Ecuador, 1998-.Es  esta la primera referencia documental que hemos encontrado sobre Dumapara, acaso denominada anteriormente como Nabuenpata, en la subregión de Casacono.
En síntesis, hemos comentado la posesión de Espinoza sobre los territorios de la provincia incàsica de Tomebamba, levantada acaso sobre una situación cultural y territorial preexistente entre los Cañaris: Hatun-Cañar, Pumapungo, Molleturo y Cañaribamba, mientras que Burgos Guevara, basado en cronistas señala: Hatun-Cañar, Tomebamba y Cañaribamba. Nuestra reflexión va en el sentido de que Cañaribamba, situada al Suroccidente de la provincia del Azuay, tiene como centro el valle de Yunguilla y los territorios occidentales hasta el Oro, por lo que queda un vasto territorio presumiblemente cañari en torno a la subcuenca del rìo Leòn y sus afluentes cuyo centro podría girar en torno a Dumapara, sea  una ciudad, como plantea don Francisco Talbot o un tambo incàsico, como quieren Fresco e Idrovo Urìgûen porque abarca una extensa zona arqueológica e histórica aùn no bien explorada y conocida en la que habrìa mucho que investigar. Para comenzar, Talbot se plantea: “¿Ciudad? En què tiempo fue construida? Cuàl la nación que la construyò?  Cuàl el nombre y la civilización que tenìan sus moradores? Fue anterior a la conquista de los incas? Qué hicieron los incas con ella? La edificaron ellos? Y entonces, por què no ha quedado siquiera la tradición? Si construida por los incas, y llegados inmediatamente los españoles, dònde las crònicas sobre esa gran ciudad?.
Y ahì està Dumapara, prácticamente un topónimo màs del cantòn Nabòn por que acaso fueron proféticas las palabras que escribió Talbot como epìlogo de su artículo: “Porque nada se ha de hacer ni conseguir, creo inútil recomendar al Gobierno y a las sociedades cientìficas, la conservación y el estudio de esa ruinas. Por eso no lo hago”.
¿CAÑARIS O SITUMAS? Segùn la hipótesis de Glauco Torres Fernàndez de Còrdova la denominación arcaica fue Si-Duma, pero como las lenguas aborígenes no tienen “d” por facilidad los cronistas la escribieron con ”t”, por tanto escribieron situma en lugar de siduma; si quiere decir luna, según Calancha y duma, dominio de, lo que vendría a ser dominio de la Luna, es decir, un pueblo que adoraba a la luna, como lo han señalado algunos investigadores. ¿Cuando y còmo se cambiò de situma a cañari?.. La hipótesis trata de explicar,  cuando Huayna Càpac arriba a las tierras de Hatun-Cañar ante lo gélido de la temperatura exclama: cañari, que podría decir, en esta tierra hace un frio que quema; según Gonzales Holguin en el quichua peruano quemar campos o prender fuego  se decía canarini, mas como aquí se utiliza la ñ se conforma el verbo reflexivo cañarini , con el  que se  habrìa apodado al pueblo en donde hacia un frìo que quema, siendo èsta una propuesta lingûìstica vàlida.
Luego, hay otras interpretaciones: cañaris, utilizaban los incas para referirse a guardias;  conformaron las huèstes de Huàscar;  fueron con Tùpac Yupanqui y luego con  Huayna Càpac, mitimaes llevados  a diversas regiones del Perù. En una  visita  a Cajamarca conocimos la comunidad de Porcòn, que,  según el  guía turístico, descendían de los mitmas cañaris encabezados por el curaca homònimo. Los cañaris fueron ubicados por Huayna Càpac en el Cusco en el valle de Yucay y otros lugares como grupos domésticos.-Ver, Hugo Burgos G, 2003-
Cuenca, 27-o4-2015
Nota: Artìculos que fueron publicados en diario El Telègrafo como colaboración del autor con Càtedra Abierta Historia de Cuenca y su Regiòn.

  


martes, 15 de octubre de 2019


LA CASA DE MANUELITA SÁENZ
Manuel Carrasco Vintimilla
En Paita preguntamos
por ella, la Difunta:
tocar, tocar la tierra
de la bella Enterrada.
No sabían
Pablo Neruda
Asfixiada por el sempiterno abrazo de dos formidables colosos –el desierto y el mar- Paita duerme su eterno sueño de polvo y canícula, ajena al paso del tiempo y al devenir de la historia, perdida la memoria de sus años mozos, cuando fue la puerta y el puerto de de la joven América y la siempre vieja Europa.
Ya nadie recuerda, ni quieren recordar,  que desde sus calcinadas arenas se embarcaban para Sevilla, otra puerta y otro puerto de los dos continentes, entonces unidos por el cordón umbilical de la conquista y la explotación colonial, los productos de  estas Indias Occidentales niñas aún y llegaban a sus muelles los recios castellanos en pos del oro, la fama y la gloria.
Ya nadie recuerda, ni quieren recordar,  que ahí, en ese claro luminoso de la  pequeña rada, donde anclan azules los barcos, cuando comenzamos a ser Ecuador y Perú, vivió su destierro,  subsistió,  víctima de las  miserias humanas, vendiendo dulces y cigarrillos,   y  murió aferrada a su amor, a  su orgullo y a  sus principios Manuelita Sáenz, la libertadora del Libertador, frase que por repetida y manida ha perdido su profundo significado inicial.
Por la asfaltada pista, como dicen los peruanos a la carretera, que une Piura con Paita, con Romeo Rodas Abad – él al volante de su poderoso Gran Vitara- repasamos entusiasmados, a medida que nos acercamos a nuestro destino, las venturas y desventuras de esas dos almas gemelas hechas para el amor, la fama, la gloria y el olvido. Vamos en búsqueda de la casa en la que vivió y murió Manuelita Sáenz.
En el puerto le preguntamos al primer policía con el que topamos: el hombre nos mira con cierta suspicacia y malicia. No, no sé, nos responde y se retira rápido. Me siente, le digo  a Romeo,  que está pensando que buscamos la casa de alguna triste señora de la vida alegre…. Vamos al municipio! En efecto, ahí, un conserje con cara de pocos amigos y luego en la plaza de armas, unas maestras que trabajan con los niños bajo la sombra de las acacias nos dan  la pista: en una calle sin nombre, al fondo de  una plazoleta anónima está la casa. Hay una placa que la identifica, nos dicen.
La casa, una cabaña en ruinas, es de propiedad de la familia Pacheco, que vive en Catacaos, nos informa un anciano medio sordo. Nosotros sólo somos arrendatarios, en realidad quien sabe todo sobre Bolívar y Manuelita es mi sobrina, la profesora Mary Godos, pero este momento está en clases, vengan a las tres. Sí, afirma un muchacho gordo de ojos andaluces, ella, por sol y medio les cuenta toda la historia. Con recelo y desconfianza nos hacen pasar a la única habitación de la casa. Estamos velando a un pariente que murió hace un mes, nos informa una mujer escapada de las hogueras de Salem, ante nuestra sorpresa cuando nos  topamos con un altar en el que asoman por lo menos una docena de estampas de vírgenes y santos y el buen Jesús crucificado. Pero esta no es la casa en la que vivió doña Manuelita,  la verdadera está en la esquina, sino que el Cabildo puso la placa en los años setenta, nos dice, por que a la otra la iban a botar para levantar un edificio nuevo.
Ya en Cuenca comento con la familia que visitamos la casa donde vivió y murió Manuelita Sáenz, entre otras incidencias del viaje. No puede ser, reacciona de inmediato mi nieta María Fernanda, por que a la Señora le quemaron con la casa, los trastos  y todo ya que murió durante una epidemia de difteria, según el video que pasaron en la escuela,  afirma con verdadera convicción, sí, corrobora mi hija Catalina: un oficial allegado que  sobrevivió a la peste logró salvar parte de los documentos que custodiaba Manuelita y alguna cosa de su correspondencia. Y yo me quedo alelado, turulato,  perdido en los vericuetos de la historia.
Sin embargo, revisando mis antiguas lecturas,  en “Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador”, de don Alfonso Rumazo G. encuentro el siguiente párrafo: >He aquí el albergue de la “reina de la Magdalena”: “Una casa humilde, de un solo piso, muy baja, con techo de dos aguas y una galería al exterior provista de una sencilla baranda de madera sin talla alguna, como las pilastras, y tres puertas dando acceso a una sala grande (A Posse Rivas)<. Descripción que coincide con la vivienda que visitamos en  Paita durante  nuestro  periplo por el norte del Perú y que confirma que la casa está ahí, habitada por la familia Godos quienes, entre recelos y dudas,  quizás sin comprender bien la real dimensión histórica de los personajes a los que se refieren con familiaridad, como decir mi tío Simón o mi prima Manuelita, conservan  para los pocos curiosos que se animan a llegar hasta ese ahora recóndito rincón de la geografía peruana, acaso desvaída,  tal vez desdibujada entre la leyenda y el mito, la memoria de dos personajes claves para entender a esta patria americana a cuya constitución contribuyeron en uno de los momentos claves de su milenaria historia.

Máncora XI 30. Cuenca XII 10 del 2003.
Detuve al niño, al hombre,
al anciano,
y no sabían dónde
falleció Manuelita,
ni cuál era su casa,
ni dónde estaba ahora
el polvo de sus huesos
Pablo Neruda                                                                                               .





EN EL CENTENARIO DEL ASESINATO DE DON ELOY ALFARO DELGADO
Mayo 28 de 1912-2012
Manuel Carrasco Vintimilla
1.- La hoguera bárbara
A través de los títulos de  tres novelas, que a su vez constituyen sendas metáforas, pretendemos realizar un somero estudio analítico-interpretativo de los hechos que giran en torno al asesinato de don Eloy Alfaro D., , de su hermano Medardo, su sobrino Flavio,  los generales Manuel Serrano,  Ulpiano Páez y el periodista coronel Luciano Coral, el día domingo 28 de enero de 1912 en el Panóptico García Moreno, el arrastre de sus cuerpos por la calles y la postrer incineración de los cadáveres  en la explana de El Ejido, al norte de la capital, acto bárbaro, execrable que quedó prácticamente en la impunidad jurídica. Resaltar, por otra parte, el drama y la paradoja, como señalara Leopoldo Benites V. que caracteriza a nuestra historia a través de todos los tiempos y que ha signado profundamente la figura de don Eloy, combatido, perseguido, asesinado en 1912,  reconocido en 2005, como  el ecuatoriano más ilustre de todos los tiempos.
Carolina Larco  Chacón, fundamentándose en el criterio de Alfredo Pareja Diezcanseco, manifiesta: “se recuerda que, en 1919, el fiscal en el juicio para identificar a autores, cómplices y encubridores,(del asesinato) determinó en forma concluyente la responsabilidad del Estado….., no obstante los crímenes quedaron en la impunidad”(1) .Sin embargo  algunos escritores, entre los que destacamos a José Peralta y a Alfredo Pareja Diezcanseco, han elevado los nombres de los asesinos, cómplices y encubridores ante el tribunal de la Historia porque el pueblo ecuatoriano  no debe,  no puede olvidar hechos y acontecimientos de tal naturaleza, bajo el inquietante peligro de que la Historia  se convierta en  la repetición de los mismos sucesos protagonizados por distintas personas en diversas épocas.
En la introducción a la primera edición de “La Hoguera Bárbara” don Alfredo Pareja Diezcanseco escribe: “No es, pues, debido sólo a la terrible muerte que Alfaro y algunos de sus tenientes recibieran que he llamado a este libro “La Hoguera Bárbara”. Hoguera fue por ancho tiempo toda la Patria, bárbaramente encendida en luchas fratricidas” (2). Estamos de acuerdo con esta afirmación de Pareja Diezcanseco, quizás la última gran llamarada de la patria ardió  en la denominada Guerra de los Cuatro Días, entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre de 1932, tras la descalificación por el Congreso de Neftalí Bonifaz, presidente electo, así mismo en tiempos cruciales de nuestra historia republicana en los cuales se vivían los últimos coletazos de la Revolución Juliana y se iniciaban los primeros días del velasquismo populista, todo ello en medio de una lucha política a muerte entre liberales y conservadores, a la par que se asistía al surgimiento de nuevas fuerzas sociales y políticas.
Después de los cuatro días de Quito no se han registrado enfrentamientos armados de singular magnitud. Sin embargo, tenemos la percepción de que vivimos sobre los rescoldos de esa inmensa hoguera a la que se refiere el historiador guayaquileño, podríamos señalar muchos ejemplos de esta percepción en tiempos modernos y contemporáneos de nuestra historia nacional pero rebasaríamos los objetivos del presente estudio. Ojalá que no llegue a  cumplirse, en nuestro decurso temporal, con aquella máxima de la sabiduría popular: carbón que ha sido brasa, con poca chispa se enciende y podamos continuar en este ascendente proceso, de la barbarie a la civilización,  que nos ha traído  hasta  las puertas del siglo  este siglo XXI.
2.- El general en su laberinto
Plutarco, célebre historiador griego del siglo I de nuestra era es autor de  Vidas paralelas, una serie de biografías de ilustres personajes griegos y romanos, agrupados en parejas a fin de establecer una comparación entre figuras de una y de otra cultura –griegos y romanos- ,  iniciando de esta manera un género histórico-literario que, al parecer, según los datos de internet,  no tiene muchos cultores. Sin embargo conviene decir que en la historia  es posible registrar estas vidas paralelas de hombres que, a lo mejor viviendo en una misma época o acaso separados por la geografía y el tiempo, han seguido  derroteros históricos más o menos semejantes.
En  América Latina podrían encontrarse algunas vidas paralelas. Para fines de este estudio pensamos que hay cierta afinidad entre Simón Bolívar y don Eloy Alfaro Delgado, ambos, quizás sólo al final de sus vidas, perdidos en inextricables laberintos de angustia, soledad y desesperanza, camino a una muerte inexorable.
Como sabemos, Gabriel García Márquez es autor de la novela histórica “El general en su laberinto” obra en la que narra el último nostálgico viaje del Libertador por el río Magdalena,  en el que vuelve a visitar ciudades en sus orillas donde revive sus triunfos, sus pasiones y las traiciones de toda una vida. Valiéndonos del símil propuesto procuraremos evocar y reflexionar en torno al último viaje del Viejo Luchador, entre la estación del ferrocarril de Durán, Guayas,  y Chimbacalle en Quito, entre la noche del 25 y el medio día del  28 de Enero de 1912.
A igual que Bolívar Alfaro es un militar cuyos galones y grados fueron conquistados en los campos de batalla. Ambos procuraron cambiar y modificar las circunstancias sociales e históricas de sus pueblos. De Alfaro, dice José Peralta, que fue el regenerador de la patria, un militar que con la fuerza de las armas tomó el poder a fin de trasformar las caducas estructuras que habían venido conformándose quizás desde 1830, los ya viejos ideales de libertad, igualdad, fraternidad, de derechos y deberes, en fin de lo que hoy entendemos por democracia. Era un militar que anhelaba encausar al país por sendas democráticas y pensaba que el sucesor de él tenía que ser un civil y al no encontrarlo optaba por un militar y si este fallaba, otro civil; y al sospechar o constatar que sus sucesores no se encaminaban por los cauces radicales, emprendía de nuevo la lucha armada a fin de buscar la realización de su ideales, es decir, un laberinto político sin salida posible.
Al respecto, José Peralta, que estuvo muy cercano a Alfaro, y que quizás fue el que mejor conoció al líder radical, afirma “Este error capital y de consecuencias funestas para sí mismo y para el país, lo cometió Alfaro por dos veces, en la designación de sus sucesores. Lo vimos vacilar mucho tiempo ante este grave problema político en ambas ocasiones que tuvo que resolverlo; pues conocía que del acierto en la resolución, dependía la vida o la muerte del radicalismo ecuatoriano. El temor de que no se continuara con eficacia la obra de redención, comenzada el 5 de junio de 1895; de que se imprimiera otro rumbo a la política regeneradora, llegándose tal vez a traicionar de alguna manera a la causa del pueblo, lo atormentaba atrozmente y sostenía sus vacilaciones”. (3)
Venció a sus más recios opositores políticos, los conservadores. Sin embargo, una vez vencidos, aplicó la  política de perdón y olvido, sin comprender acaso que sus enemigos no podían aceptar ni practicar estos gestos de, diríamos, generosidad política, concedidos  por él, el líder radical, que  estaba destruyendo el mundo de ellos para construir otro diverso, y eso no tiene ni perdón, ni olvido. Es decir, otra maraña política difícil.
En fin podríamos poner, uno que  otro ejemplo más de estos laberintos existenciales en los que se perdió Alfaro, especialmente en sus últimos años de vida. Ahora tan sólo queremos hacer referencia a dos circunstancias más, que abonarían a favor de nuestra tesis, y que marcarían aún más el drama y la paradoja de su heroica existencia. Las modernas armas del ejército regular que venció  en las batallas de Huigra, Naranjito, y Yaguachi fueron adquiridas por don Eloy en 1910 a fin de enfrentar al Perú en el conflicto limítrofe de entonces. Y, el tren en el cual le transportaban ahora prisionero, vencido y humillado fue su magna obra vial que logró integrar las dos regiones y las dos ciudades más importantes de la época, La Costa y la Sierra, Guayaquil y Quito.
3.- Crónica de una muerte anunciada:
Quienes estudiamos historia, sabemos que sus procesos no dependen únicamente de la voluntad de los hombres, que en su entramado encontramos diversas estructuras y condiciones, el tiempo, la economía y la  política, el soporte social, en fin, toda una gama de circunstancias que van delineando y constituyendo  el devenir de una comunidad humana. Y, en lo que respecta al tiempo, debemos decir que el tiempo histórico se diferencia del tiempo de los físicos y los filósofos, éste está  ahí, imperturbable, eterno, mientras que aquel se va constituyendo por todas aquellas estructuras que conforman el cuerpo social de una comunidad. Pienso que el tiempo no pasa, como solemos decir, si no que los hombres pasamos por él, en el caso del tiempo histórico, lo vamos construyendo y constituyendo como si dijéramos a nuestra imagen y semejanza. Los hombres no somos hijos de nuestro tiempo, somos actores  en el tiempo histórico. Todo esto para tratar de comprender a Alfaro y a los hombres de su época, para tratar de comprender y explicar su accionar histórico y su  terrible muerte y quizás también explicar y comprender el accionar de sus victimarios.
Partamos de una premisa inicial: en los tiempos de Alfaro el país se encontraba en un proceso de transición, no solamente de un siglo que moría a  otro que nacía. El país se encontraba en una encrucijada de un tipo o modo de producción destinado a la subsistencia a otro que le catapultaba a la exportación, al crecimiento y fortalecimientos del mercado interno y a la vinculación con los mercados externos. Entonces, el acomodo a nuevas situaciones no era fácil, se constituía un tiempo social, vale decir histórico, extraño y conflictivo. Un tipo social de hombres lo arriesgaba todo a fin de constituir un nuevo mundo,  otro, luchaba por mantenerlo o conservarlo, no sé si esto es dialéctico, pero así estaba el mundo ecuatoriano a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Era pues, un jugarse a todo o nada. Si contamos los años entre el asesinato de Gabriel García Moreno y el arrastre de los Alfaro, tenemos algo así como 37 de luchas políticas y sociales, de acelerados procesos a partir de 1895, que de alguna manera  eran percibidos como tiempos de zozobra e inquietud por buena parte de la población quizás ajena a las lides políticas y a los enfrentamientos militares.
Por otra parte, el partido liberal revolucionario tras el triunfo en la guerra civil se fisuró en dos alas: la radical, liderada por Alfaro y la conciliadora de Leonidas Plaza Gutiérrez, a lo que habría que agregar a los conservadores vencidos en la contienda civil e incluso dentro del radicalismo encontramos tendencias lideradas por uno u otro teniente de Alfaro, como es el caso de su sobrino Flavio. Y en este ambiente todos o casi todos, líderes civiles y caudillos militares aspiraban captar el poder político a fin de imponer sus intereses de clase o grupo social y, como ya hemos visto, en medio de todos estos conflictos don Eloy Alfaro con sus dudas y cavilaciones políticas fue creándose, en el imaginario colectivo,  una imagen de líder ambicioso que deseaba el poder por el poder, que era el causante de las guerras civiles, en suma del desangre que afectaba al país ya por muchos años. Esta fue la imagen que sus enemigos políticos vendieron, como se dice ahora, a los ecuatorianos de ese entonces y hacia 1911, ya no era el líder que convocaba multitudes y despertaba esperanzas y anhelos sociales. Recordemos que Alfaro es uno de los políticos con mayor presencia en la historia del Ecuador, su primera insurgencia que registra en las décadas de los sesenta del siglo XIX contra el Gobierno de García Moreno, enfrentará A Veintimilla, a Caamaño, en fin, tras su triunfo en 1895, prácticamente dejará sentir su influencia hasta el año de su muerte.
Acaso, esta circunstancia, unida a las que tan brevemente hemos examinado con anterioridad, influyeron en el ánimo de sus rivales políticos para conspirar en su contra y llevarles a  pensar en recurrir al crimen político como solución para los supuestos males que su presencia y la de sus correligionarios causaban al país. Porque, los crimines de enero de  1912 no se fraguaron a raíz de la muerte de Estrada y la insurgencias de Montero y Flavio Alfaro en diciembre del indicado año. Al parecer nos enfrentamos con la crónica de una muerte anunciada.
Si hemos de creer a Peralta “El desaparecimiento de Alfaro y de su partido era ansiado por el tradicionalismo católico, ya que había declarado lícito eliminar al tirano; y por el placismo anarquizador, para quien la mejor y más fácil solución política es el puñal asesino”, (4) presupuesto que se divulgaba a través de la prensa de cada bando y era predicado por  uno que otro clérigo en  el púlpito. Fundamentándose en un escrito de Manuel J. Calle en el Grito del Pueblo, publicado hacia 1915, Peralta sostiene que Leonidas Plaza G. había dispuesto fusilar o ahorcar al Viejo Luchador, hacia 1904. El mismo Alfaro estaba persuadido de su fin trágico, conocedor del odio y la animadversión de sus enemigos.
Me asesinarán –repetía con frecuencia y con la mayor serenidad y calma- pero mi sangre ahogará a mis asesinos y consolidará al liberalismo en el Ecuador, se le escuchaba decir, según el testimonio de Peralta.
Pero, la prueba más cruda de  esta crónica de la muerte anunciada constituye una carta que Miguel Valverde  dirige a un amigo de apellido Mera: “Hay medidas dolorosas que se imponen desgraciadamente como remedios únicos para extirpar lo que reputamos males graves y llagas cancerosas de las sociedades humanas. Horrible pero necesaria para la noble causa de la independencia de Colombia, fue la matanza de prisioneros indefensos en Puerto Cabello, ordenada por la energía libertadora de Bolívar; trágica y terrible, pero necesaria,  fue la ejecución de los castigos nacionales de Querétaro decretada por la autonomía de Méjico y sancionad por el presidente Juárez; feroz, espantoso, salvaje, pero útil, pero necesario fue el linchamiento de los hermanos Gutiérrez ejecutado por el pueblo de Lima, triste, muy triste, pero indispensable para la vida misma de la nación ecuatoriana, será la ejecución del General Eloy Alfaro.- Que la fiera se defienda y que su zarpazos hieran de muerte a todo el que la ataque, está bien; este es el derecho de la fiera; pero los sobrevivientes tenemos, no el derecho, sino el deber de matarla.- Así, una transacción en estos momentos sería no solamente una cobarde abdicación: equivaldría a un suicidio. Este hombre, ese conspirador audaz, ese rebelde, es más peligroso que una fiera. Suelto, seguirá conspirando, encarcelado, seguirá conspirando, desterrado, continuará conspirando. Hay que matarlo para seguridad de la República”. (5)
A esta lapidaria carta habría que agregar las frases del Ministro Díaz, pronunciadas a raíz de los sucesos del 11 de Agosto de 1911: “Los Alfaros son imposibles, si ellos intentan regresar, los liberales, los radicales y conservadores, nos uniríamos con el gran pueblo para rechazarlos o incinerarlos si cayeran presos”. (6) Pruebas claras, contundentes de esta desgraciada crónica de una muerte anunciada.
Marzo de 2012.
BIBLIOGRAFÍA:
1.      Larco Chacón, Carolina, Del olvido a la impunidad de la masacre de 1912 a través de la Hoguera Bárbara, Kipus, 24, 2008
2.      Pareja Diezcanseco Alfredo, La Hoguera Bárbara, Clásicos Ariel, s/f
3.      Peralta José, Eloy Alfaro y sus Victimarios, Editorial Olimpo, 1951.
4.      (Ibíd.)
5.      (Ibíd.)
6.      (Ibíd.)




La estación del ferrocarril “Miguel Ángel Estrella Arévalo”
La estación del ferrocarril “Miguel Ángel Estrella Arévalo”, conocida también como  Estación de Gapal, está ubicada en la orilla sur del río Yanuncay, entre el nudo de tránsito del Puente de Gapal –antiguo Chaguarchimbana- y la Avenida 24 de Mayo. Con un área de 1.6 has., es un espacio semi abandonado  delimitado por el norte con la avenida ya citada, al sur corre la calle Belisario Quevedo, mientras que al occidente le cierra la Calle Cajabamba, donde finaliza el derecho de vía del ferrocarril. Gapal está situada a mil quinientos metros del centro de la ciudad y a treinta kilómetros de la estación ferroviaria de Azogues. Desde la terminal de Sibambe, Cuenca está a 146 kilómetros.
Lleva el nombre de un distinguido Ingeniero Militar que fue alcalde de la urbe entre 1953 y 1955, en representación de las fuerzas políticas opositoras a los conservadores, hasta entonces hegemónicos en la región. El Coronel Miguel Ángel Estrella Arévalo se había distinguido en la acción de armas en Porotillos, en la provincia de El Oro, ocupada por las fuerzas invasoras en el curso de la guerra peruano-ecuatoriana de 1941. En su honor “la Junta Militar de Gobierno, presidida por Ramón Castro Jijón, mediante decreto Nro. 509, impuso el nombre del coronel Estrella a la Estación Terminal del Ferrocarril Sibambe-Cuenca, lo que anunció el 6 de marzo de 1965 el propio gobernante, durante la inauguración del servicio ferroviario en una ceremonia que concentró a miles de personas para el acontecimiento y espectáculo de la llegada de los primeros trenes a Gapal”.* Revista Avance # 271, junio 2014
No fue una designación gratuita, pues Estrella Arévalo se había empeñado en la construcción de esta línea férrea en calidad de ingeniero militar con los grados de Teniente y luego Capitán y posteriormente en condición de vicepresidente de la Empresa puso empeño para la continuidad de la obra.*
           La historia de la construcción del ferrocarril en el Ecuador abarca algunos decenios. Se inició hacia 1861, en el gobierno de Gabriel García Moreno, luego de que la Asamblea Constituyente autorizara la construcción de la línea férrea. Se prolongó este periplo tras el triunfo de la Revolución Liberal cuando en 1895 el presidente Eloy Alfaro contrató a los técnicos norteamericanos Archer Harman y Edward Morley para dar inicio a la construcción del “ferrocarril más difícil del mundo” como se lo denominó en su tiempo. Tras vencer muchas dificultades de orden financiero y el formidable obstáculo de los Andes mediante la construcción de una vía increíblemente dificultosa en la llamada Nariz del Diablo, para así poder ascender de la Costa a la Sierra. Por algunos años el tendido de rieles avanzó paulatinamente por el callejón interandino hasta culminar en la estación quiteña de Chimbacalle, en junio de 1908.
Sin embargo, el proyecto de unir de las diversas regiones del país y sus provincias mediante la línea férrea fue ambicioso y se habían planificado diversos ramales a partir de la ruta principal Guayaquil-Quito. Es así como en 1915 se iniciaron los trabajos del ferrocarril Sibambe-Cuenca. Esta troncal partiría de la población chimboracense de Sibambe y un lapso de 15 años avanzó hasta el Tambo, en la provincia de Cañar, para luego, en otros 15 años llegar a Azogues, para finalmente después de un lapso de 20 años más llegar por fin a Cuenca.
En efecto, el 6 de marzo 1965 fue inaugurada oficialmente la línea del ferrocarril hasta Cuenca. Diario El Mercurio, en su edición del día siguiente daba cuenta del suceso mediante el siguiente titular “Con extraordinario entusiasmo fue inaugurada el día de ayer el servicio ferroviario a esta ciudad” (El Mercurio, 6 de marzo de 1965). Estuvieron presentes, dice el diario, el presidente de la Junta Militar de Gobierno, ministros de estado y otros altos funcionarios de la administración; hizo entrega de la obra el Coronel Castro Cornejo, Presidente de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, indicando que ello significaba el afán de servicio del actual gobierno.
Diario El Comercio refiriéndose al mismo acontecimiento anotaba: “Uno de los actos más trascendentales en la historia de esta ciudad, tuvo lugar a las tres de la tarde de hoy, cuando una locomotora Diesel eléctrica, arrastrando seis plataformas con durmientes, arribó por primera vez a la estación Terminal de Gapal. Minutos más tarde, también llegó a la estación una locomotora a vapor, conduciendo tres plataformas con rieles y material de construcción, así como el personal de trabajadores que laboran en esta línea” (El Comercio, 6 de marzo de 1965). Por su parte el doctor Severo Espinosa Valdivieso, presidente del Concejo Municipal, expresó que “el ferrocarril de Cuenca llegó por fin, después de varias décadas de espera”.
Poco sirvió empero el ferrocarril y el enorme esfuerzo de la región, ya que hacia 1994 el ferrocarril dejó de llegar a la estación “Miguel Ángel Estrella Arévalo”, ubicada en Gapal.  Ya el derrumbamiento del cerro Tamuga en marzo de 1993 originó la desaparición de cerca de ocho km de vía férrea, a lo que habría que agregar la construcción de la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales en Ucubamba que afectó también a la antigua vía férrea. Hacia 1995 desapareció una antigua locomotora que posiblemente fue llevada a Ibarra, los vecinos de la estación reclamaron por este “robo”, como consecuencia de este reclamo se solicitó al alcalde de Cuenca conseguir que el Ministerio de Obras Públicas ceda a la Municipalidad los terrenos de la antigua estación ferroviaria a fin de crear en esos predios el Parque Ferroviario, pero la petición no prosperó.
La línea está en parte perdida por la construcción de la Autopista Cuenca-Azogues, la edificación del hospital del Río y urbanizaciones de la zona. El barrio de Gapal, cuenta con todos los servicios, básicos, agua potable, alcantarillado, energía eléctrica y telefonía, sin embargo, sus vecinos conviven con unas ruinas. Algunos tramos de la vía del tren han desaparecido, un ejemplo de esto se encuentra en el sector del Hospital del IESS donde se ha construido un conjunto habitacional sobre la vía. En varias zonas el pavimento ha sepultado cualquier esperanza de recuperar el medio que antiguamente fue considerado el principal transporte del país. Una cuadra de viviendas está ubicada sobre el trayecto de los rieles. En Gapal, sus propietarios son conscientes de que por ahí corría el tren, sin embargo, están seguros de que no funcionará nuevamente el transporte ferroviario, por lo que se mantienen tranquilos en sus ubicaciones.
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En los alrededores de Gapal aún existen los escombros de lo que hasta hace algunos años fue la estación del ferrocarril. Los durmientes y más estructuras se corroen rápidamente.  Los rieles que formaron la línea férrea Sibambe-Cuenca están apilados. Más allá un tanque con gases comprimidos se torna peligroso. De a poco se destruye el área de lo que fue el estacionamiento de los trenes, explicaba, uno de los vecinos que habitan en la zona desde hace muchos años. Es un sector olvidado, se dijo; a más de la chatarra ferroviaria, en la ciudadela existen tres covachas que se han convertido en guarida de ebrios y vagos, según afirmaron unos moradores, las autoridades no han escuchado los pedidos de alrededor de 84 familias que allí habitan. En el lugar vive una familia dedicada a la recolección de cartones con lo que solventan sus necesidades vitales, ellos consideran importante la reconstrucción de la estación.
Empero, antiguos trabajadores del ferrocarril Sibambe Cuenca aún mantienen la esperanza de ver reconstruida la línea férrea y la estación ferroviaria en las que trabajaron por largos años, hasta su jubilación, en algunos casos. “Me siento feliz viviendo en este lugar, pienso que el tren aún tiene vida; aquí pasé muchas alegrías y penas conduciendo el ferrocarril, recuerdo que una vez el tren se descarriló, tuve que pasar dos días en la vía aguantando hambre y frio hasta que el problema se solucionara. Esa fue una amarga experiencia, pero soy feliz porque me jubilé conduciendo el tren y hoy vivo en la estación junto con mi familia, esperando volver a ver algún día el tren” había manifestado Sergio Escandón, quien fuera maquinista. Y finaliza diciendo: “Sueño con que el tren vuelva a funcionar, quisiera que mis nietos tengan la posibilidad de sentir la emoción que yo sentí cuando vi el primer tren llegar a Cuenca. Por mi parte yo me ofrezco a conducir nuevamente el tren”.
Por su parte Aida Campoverde, hija del mecánico ferroviario Julio Campoverde, manifestó que su sueño es ver a sus hijos realizar los trabajos que en su momento hizo su padre. “Ojalá que las autoridades rehabiliten el tren, quisiera que mis hijos crezcan con esa alegría, sería hermoso ver que ellos hagan el trabajo que hizo su abuelo. Para mi papá también fuera un sueño, él siempre amo los trenes, ojalá Dios le dé más años para que pueda ver de nuevo el tren llegar a Cuenca”, acotó.
Los vecinos del lugar han manifestado que ya es hora de que se intervenga en el espacio para recuperar la historia del transporte. Al parecer el espacio verde está siempre en mantenimiento, pero las construcciones de la estación, o lo que quedan de ellas, presentan las paredes manchadas, cuartos con basura y sin cerramientos, comentó un taxista que trabaja en el lugar; un colega también opinó sobre el deterioro de la estación ferroviaria. Varios proyectos han sido divulgados tiempo atrás, se ha planteado, por ejemplo, la construcción de un parque o la adecuación de un museo, pero hasta ahora no se ha cumplido con lo proyectado, concluyó manifestando; hay vecinos que identifican a lugar como un parque, ya que ahí se reúnen niños y mayores para realizar actividades deportivas los fines de semana.
En noviembre de 2001, el alcalde de Cuenca Fernando Cordero C. firmó un  Convenio de Cooperación Interinstitucional con la   Empresa de Ferrocarriles del Ecuador, con  una duración de 10 años a partir de la fecha de suscripción, el objeto de este convenio es facilitar a favor de la I. Municipalidad de Cuenca el uso de la vía Férrea y derechos de vía correspondientes para el desarrollo y ejecución del proyecto de Ciclo Vías en el sector del Descanso hasta Gapal y la colaboración municipal para la Rehabilitación del servicio de Ferrocarriles desde y hacia el cantón Cuenca; como parte de este convenio la fundación el Barranco realizó un nuevo diseño del Parque del Ferrocarril, que tampoco ha prosperado o se ha ejecutado.
      Al parecer el Gobierno Nacional, presidido por el Economista  Rafael Correa Delgado ,  no ha incluido en su plan de rehabilitación del ferrocarril el tramo Sibambe-Cuenca, ni a la administración municipal actual le interesa el destino de la Estación del Ferrocarril Miguel Ángel Estrella Arévalo, cuyo espacio permanece incorporado al destino urbanístico de la ciudad más como una lacra que como un lugar de beneficio para sus vecinos y los habitantes todos de la urbe.
Al sur del Centro Histórico de la ciudad, en el tradicional barrio de Gapal, descansan silenciosamente los restos de la historia ferroviaria local. Lo que décadas atrás fue la Estación ferroviaria Miguel Ángel Estrella, hoy es un cementerio metálico. Mientras que de la antigua ruta Cuenca-Sibambe, no queda más que óxido y chatarra. * Diario El Tiempo - 09 de Agosto de 2015.
Y aún hay más, mientras revisábamos esta crónica, escrita ya hace algún tiempo atrás,  diario El Mercurio en su edición  del domingo 8 de julio de 2018 informa a la ciudadanía: “No hay un proyecto para renovar la estación del tren. Ciudadela ferroviaria “olvidada”, rezan los titulares y luego manifiesta la nota informativa que la antigua estación es propiedad de Ferrocarriles del Estado EP y el Municipio no puede hacer obras en ese predio. La historia y los comentarios sobre el abandono de la estación se repiten en mismo tono y contenido de anteriores reportajes publicados en la revista Avance y los diarios El Mercurio y El Tiempo, materiales con los que hemos elaborado esta corta crónica,  quizás con una excepción lamentable en el último, del 8 de julio, en el que se ha eliminado el nombre de Miguel Ángel Estrella Arévalo, ciudadano ilustre de nuestro fastos históricos, trastrocándole por el de Ciudadela ferroviaria, en donde, como dice el tango, gambetean la pobreza algunas familias de antiguos ferrocarrileros de la línea Sibambe-Cuenca, entre las nostalgias de tiempos mejores y la esperanza de días promisorios, mientras las gestiones entre Alcaldía y la  Empresa de Ferrocarriles del estado marca el paso en el mismo terreno enredadas en largos procesos burocráticos, al margen de las necesidades sociales de los habitantes de la olvidada “Ciudadela Ferroviaria”.
     Cuenca, agosto 21 de 2013, julio 13 de 2018
Fuentes:
Carla Hermida Palacios, ex Secretaria de Movilidad de la I. Municipalidad de Cuenca.
Periódicos:
El Comercio, 1965.
El Mercurio, 1965.
El Tiempo 2015
Nota: el artículo fue preparado para la Consultora Durán Hermida en el marco de un proyecto de regeneración urbana del sector las Herrerías