domingo, 22 de septiembre de 2013

LA EXPLOTACIÓN DE LA CASCARILLA Y OTROS VEGETALES EN CUENCA SIGLO XIX Y XX


La explotación de las cascarillas o quinas y otros vegetales medicinales en Cuenca. Siglos XIX-XX


A la memoria de mi padre, don Vicente Carrasco Valdivieso,
uno de los últimos cascarilleros del siglo XX.

El siglo XIX y la explotación de las cascarillas o quinas
Silvia Palomeque en su libro Cuenca en el siglo XIX. La Articulación de una Región propone una interesante periodización para estudiar la economía regional en el siglo XIX. El primer período va de 1825 a 1850, donde predomina la producción para el mercado interno regional; el segundo, entre 1850 y 1885, caracterizado por la exportación de la cascarilla para el mercado mundial y el inicio de la exportación de sombreros de paja toquilla y el tercero, de 1885 a 1900, en el que se produce la crisis de exportación cascarillera y comienza la búsqueda de nuevas alternativas (1990, p.18).
Para los fines propuestos en este trabajo debemos recurrir al segundo período, que inició en 1850 y terminó en 1885, el cual “es totalmente diferente al anterior, [ya que] se caracteriza por el fuerte desarrollo de las relaciones mercantiles externas y la consecuente readecuación de las especializaciones productivas regionales. Se reinician las exportaciones de cascarilla para el mercado mundial y también, en menor escala, la de los productos de la actividad artesanal, ya no como textiles de algodón y lana sino toquilla y con forma de sombreros”[1] (Palomeque, 1990, p.37).
Más adelante la autora anota: “Es muy difícil precisar el año exacto de su comienzo, [de la exportación de las cascarillas] que hemos situado en 1850 pero sí podemos afirmar que su ciclo se desarrolla hasta 1885 cuando culmina abruptamente”[2] sin embargo, líneas después afirma que “según la información que ofrece Manuel Villavicencio, que concluye su Geografía de la República del Ecuador en 1856, debemos fijar la fecha de la iniciación del ciclo en 1850” toda vez que el autor citado por Palomeque se refiere a la intensa actividad cascarillera desplegada en el cantón Gualaquiza, que entonces formaba parte de la provincia del Azuay. Finalmente, para sostener la fecha de inicio, acota: “Esta fecha, 1850, coincide con las referencias sobre reactivación de las relaciones comerciales internacionales del puerto de Guayaquil” (Palomeque, 1990, p.39).
Sin embargo, tenemos cierta reserva al momento de seguir a Palomeque en su afirmación de que el ciclo cascarillero en Cuenca durante el siglo XIX se entendió entre 1850 y 1885, sobre todo en lo que respecta a la fecha de su culminación. Esto se debe a algunas afirmaciones formuladas por otros autores como César Hermida P.quien explica que la explotación rebasa el año indicado (2009, p.247). Por otra parte, algunos autores confirman la fecha de inicio, por ejemplo, Carlos Aguilar Vázquez dice, refiriéndose a su tierra natal: “La segunda mitad del siglo XIX fue para Xima una eclosión de esfuerzos, un estallar de éxodos conmovidos rumbo hacia la selva virgen (…)” para más adelante informar que “En la ciudad de Cuenca los señores del Comercio se estaban enriqueciendo, exportando a Europa la corteza de un árbol maravilloso, denominado en el idioma aborigen de los Paltas Quinaquina” (1974, p.139). Muchos otros autores plantearon que el ciclo cascarillero para Cuenca se inició mucho antes de fecha indicada por Palomeque, así María Cristina Cárdenas, citada por Hernán Rodríguez Castelo, afirma que Benigno Malo, como Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Flores en 1843: “redescubre el rol económico de la quina. Malo formó, dice Cárdenas, las primeras empresas del ramo, y a raíz de la celebración de un tratado de comercio con el rey de Francia, su preocupación primordial fue la de obtener ventajas por medio de la rebaja de los derechos de importación en Francia para la quina y el cacao del Ecuador” (Rodríguez Castelo, 2008, p.13).  
La sociedad Heredia-Cordero, de la que luego se dará razón, explotó los ricos bosques de Cuyes, Granadillas, Chuchipamba y otros de la región adyacente a Gualaquiza con peones traídos del Cauca ante la poca respuesta del campesinado jimeño para trabajar lejos de su tierra. Esta explotación coincide con la referencia de Villavicencio y, según afirma Aguilar Vázquez duró hasta 1869, como ya anotamos. Es en este año en que los “gringos dejaron de comprar y el negocio se arruinó, expresamente para los pobres trabajadores que tuvieron que quemar, con el tiempo, sus cargas de cascarilla ya sin valor, quedando en la desocupación y la pobreza” (Hermida P., 2009, p.248).
Debemos decir que, para la ciudad, “La indicación más precisa sobre la importancia de esta exportación la encontramos en las transformaciones económicas que vive la región y en la gran acumulación [de capitales] de las familias que se dedican a su comercio y recolección” (Palomeque, 1990, p.42). Además de señalar que: “El mejor indicador de la acumulación que permite la cascarilla la brinda la historia de la familia Ordóñez, cuyo enriquecimiento, prestigio social y político fue adquirido en cortos años y basándose en esta actividad” (Palomeque, 1990, p.43).
Aunque, la familia Ordoñez no fue la única dedicada al negocio. César Hermida Piedra afirma, en “El alma de la cascarilla,” que Aguilar Vázquez comenta que fueron los doctores Miguel Heredia y Luis Cordero Crespo quienes iniciaron desde Jima la explotación de la cascarilla, penetrando personalmente en las montañas orientales a las cuales se tenía acceso desde esta localidad. Como hemos visto la Casa Heredia-Cordero operó hasta 1869 en Jima.
Luego, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, también según Hermida Piedra, vendrían los Ordóñez Lasso, en las montañas de El Pan, al oriente de Paute y Mollepongo en el suroccidente del Azuay. “Esa familia emprendedora que gracias a su trabajo dejó una considerable riqueza para holgura de sus familiares y que inició varias orientaciones higiénico-sociales en la región” (2009, p.247).
Sobre uno de los miembros de la familia que disfrutó de una gran riqueza gracias a la cascarilla, nos dice Ricardo Muñoz Chávez que don Carlos Ordóñez Lasso “en una de sus propiedades agrícolas conocida con el nombre de Pechichal cultivaba grandes cantidades de cascarilla, materia prima básica para la producción de la quinina, fármaco indispensable para el tratamiento del paludismo” (2012, p.1818). Así también:

Otro ensayo de explotación se hizo por parte de don Miguel Toral Malo entre el año 1887 al 93; esta vez por las selvas de la Cordillera Occidental, entrando por Sayausí, hacia Sanahuín. Esa explotación fue más orientada, no sólo a cortar árboles de quina, sino a sembrarlos, pues las plantaciones naturales iban escaseando. Así, Don Miguel y su esposa Doña Carmen Malo Andrade, llevaron en total unas catorce mil plantas a trasplantarlas en Sanahuín, en Norcay y terrenos aledaños, para ser explotados después, obteniendo buenos resultados y halagüeñas ganancias, con el tiempo, como para sumar unos veinte mil dólares en esa época. (Hermida P., 2009, p.248)

Según un artículo publicado en el periódico Los Andes de Guayaquil, el doctor Luis Cordero Crespo dio noticia de que “don José María Montesinos, vecino de esta ciudad, también hacía algunas plantaciones de Quina, en una hacienda que posee en la cordillera occidental de los Andes,” esto es, acaso por los mismos años en los cuales ensayaba el cultivo de las quinas el señor Toral Malo[3] (Cordero C., 1877). Como se podrá ver por las afirmaciones del doctor Hermida Piedra, el ciclo cascarillero en Cuenca se prolonga más allá de 1885, año en el que, según Palomeque, culmina abruptamente.   
La cascarilla concitó el interés de botánicos y científicos prácticamente desde el inicio de su aplicación medicinal en Europa; por ejemplo, estuvieron interesados ya en esta planta La Condamine y Jessieu (1737). Así mismo Mutis, Ruiz y Pavón, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, entre otros (Moya, 1994). En el siglo XIX, además de europeos y americanos, se ocuparon de ella dos estudiosos locales, nos referimos a Fray Vicente Solano y al doctor Luis Cordero Crespo, al que ya citamos. En efecto, Solano en su Primer Viaje a Loja,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   cuyo objetivo fue el hacer algunas observaciones sobre la cascarilla en el monte Uritosinga, hacia 1848 hablaba de tres especies de Cinchona (Pentandria monoginia) y señala que: “a saber; la cinchona spatulifolia, la oblongifolia, y la ovalifolia. Las demás me parecieron variedades” (1996, p.289).
Y continúa el sabio franciscano:

En mi regreso de Loja me han presentado hojas y cortezas con el nombre de cascarilla; pero no me ha sido posible clasificar ni especificar por falta de flores. En el comercio todo pasa con el nombre de cascarilla, aunque no haya la verdadera quina, según la división que hice antes. Hablando botánicamente la cascarilla es distinta de la quina. Esta corteza es de los quinos, que pertenecen a la clase de pentandria monoginia de Linneo; y la cascarilla, aunque sea un equivalente de la quina en el tratamiento de las fiebres intermitentes, pertenece a la clase monecia monadelfia, y al género de los crotones: crotón cascarilla. Así, pues usaré del término de quina, para la corteza y de quino para el árbol. (Solano, 1996, p. 281)

La descripción sigue así:

En suma, en Loja no hay ni la cinchona ribicunda, ni la calisaya, o cordifolia, ni la lancifolia. Hay, sí, la blanca, la roja oscura, la gris o cinchona condaminea, según mis observaciones digo. Yo no le he observado todo; para las numerosas especies que algunos refieren, serán tal vez consecuencia de la confusión de cascarilla y quina, o de las quinas falsas, que pertenecen no al género cinchona sino al que llaman exostemma. Probable es también que del monte Uritosinga no me hubiesen traído todas las especies de quinos. Últimamente es muy difícil conocer la buena quina por sus hojas, o por otros caracteres; porque una misma especie se perfecciona o degenera según el temperamento, el terreno, etc. Sucede a veces que la corteza de una especie es mejor que la de otra planta de la misma, con diferencia de pocos pasos de distancia; y, lo que, es más, en un mismo árbol, la corteza que recibe los rayos solares es preferible a la que ha estado en la sombra. (Solano, 1996, p.290)

Hacia 1875 Luis Cordero Crespo, más tarde presidente constitucional, publica su Excursión a Gualaquiza en la que señala:

Las plantas de mayor importancia que he hallado en mi viage (sic), son, indudablemente, las del género Chinchona, antiguamente incorporado a la citada familia de las Rubiáceas, y señalado hoy, por muchos botánicos, como tipo de la familia de las Chinchonaceas. Las varias especies de este precioso género producen, como es sabido, la   quina o cascarilla, tan apreciada en los distintos mercados del mundo. Nuestros bosques suministran varias clases de esta célebre corteza. Algunas de ellas obtienen precios bastante elevados en el extrangero (sic). Otras, calificadas de espúrias (sic), por químicos inteligentes, a causa, sin duda, de la corta porción de alcaloides que contienen, no recompensan el capital y los afanes empleados por el exportador. (Cordero C., 1875, p.21)

Luego pasa a realizar una clasificación que incluye a las “muchas especies que vegetan en nuestros Andes [dado] que a más de las que se reputan como legítimas y venden a buen precio, se descubrirían algunas nuevas, que convendría dar a conocer en el exterior” (1875, p.22).
En esta valiosa obra de Cordero describe con exactitud la planta:

He visto en las selvas del Oriente la especie de que se extrae la cascarilla gris, vulgarmente llamada Pata de Gallinazo y la que produce la amarilla que solemos llamar Costrona. He visto igualmente otra, que, en mi concepto, es la Cinchona magnifolia de Ruiz y Pavón. Esta abunda más que las anteriores, sobre todo en los bosques cercanos a Gualaquiza. Su corteza es de un amarillo rojizo y algo leñosa por la parte interior. Creo que todavía no se ha hecho con ella un ensayo formal, remitiendo algunos fardos a Europa o los Estados Unidos, para ver si sería ventajoso exportarla. (…) Cuando perfeccione algo mi estudio, con la lectura de obras especiales, como la Quinología del eminente colombiano señor J.J. Triana y la de Mr. Howard, procuraré, si las circunstancias me son propicias, hacer un examen comparativo de todas las especies que poseemos, así en la parte oriental, como en la occidental de la cordillera. Entonces, no me será difícil remitir a Londres unas libras de corteza de cada especie y conocer el aprecio relativo de todas en ese mercado. Hoy me contento con enunciar mi propósito, sin entrar en la clasificación, incompleta, de las plantas de Cinchona, que rápidamente he visto. (Cordero C., 1875, p.22)

De cómo las quinas y cascarillas fueron introducidas en el viejo mundo
Dos años más tarde en 1877 el doctor Cordero Crespo publicará, con el título de Cultivo de las Quinas, la traducción, hecha por él, de algunos capítulos interesantes de la obra titulada Nouvelles Etudes Sur Les Quinquinas, escrita por el ilustre botánico colombiano J. Triana. A manera de apéndice reproduce también las observaciones que hizo el doctor Guillermo Jameson sobre la propagación artificial de las mismas plantas en el Ecuador, y especialmente en la provincia del Azuay.
La publicación de la traducción de la obra del doctor Triana, obedece al empeño de incentivar el cultivo de los preciosos árboles toda vez que, “Aprovechamos actualmente de la corteza, después de matar la planta, y es ninguno el interés con que, vemos los planteles que, de suyo, se forman en torno del árbol caído. Muy exacta es la imagen de la gallina de los huevos de oro, de que el señor Triana se vale para explicar nuestro absurdo procedimiento,” más adelante afirma: “sólo al cosechar la preciosa quina disponemos del fruto y destruimos la simiente; cuando pudiéramos tener, dentro de pocos años, un bosque más hermoso y productivo que el anterior, en aquel punto mismo en que la Providencia nos ha dicho claramente: aquí sembraréis.” Luego anota que, “La tala de los árboles se halla confiada por nosotros al vulgo más sencillo e ignorante de los pueblos. Ninguno dirige la ruinosa operación: nadie cuida de preservar la especie, para su propio lucro.” (Cordero C., 1877, p.4).
No obstante, la preocupación por preservar las preciosas especies de quinas o cascarilla y el cultivo, por su valor medicinal y económico, viene desde el siglo XVIII por parte de la Corona Española y de letrados e ilustrados quiteños. Basta con leer los dos opúsculos preparados por Eugenio Espejo para las autoridades de ese entonces –Memoria sobre el corte de quinas y Voto de un ministro togado– para comprender la visión que sobre el asunto tenían, funcionarios reales y particulares, muchos de ellos comerciantes de cascarilla. En Cuenca, a finales del siglo XIX, el doctor Luis Cordero Crespo, uno de los principales comerciantes de la época como vemos por su constante interés mostrado en sus escritos, se encontraba empeñado en la preservación de los bosques y en el cultivo de las quinas. Pero Cordero atribuye a la indiscreción y la incuria “el descrédito” frente al extranjero, que impidió que los cuencanos “acrecentemos la riqueza natural que hemos ido disminuyendo diariamente de las incomparables ventajas que, para cultivar la Quina, en vastas plantaciones, nos proporcionan el clima y la fertilidad de las pendientes andinas” (Cordero C., 1877, p.5).
Pero, la gallina de los huevos de oro estaba muerta ya desde años atrás, según narraba el doctor J. Triana, autor de la “muy exacta imagen” invocada por Cordero Crespo, cuando, en la obra traducida por este, el sabio colombiano nos habla de la “introducción de las quinas en el antiguo mundo” de la siguiente manera:

Apresurémonos a decir que la feliz solución del doble problema de la introducción y cultivo provechoso de las Quinas en el viejo mundo es hoy día un hecho, que ofrece los resultados más satisfactorios y, por decirlo así, inesperados. Los desinteresados y perseverantes esfuerzos de los gobiernos británicos y nerlandes, así como el celo de hombres especiales, encargados de llevar a cabo esta grande empresa, han hecho que se consiga resultado tan excelente. En un tiempo relativamente muy corto, muchas de las mejores especies de Quina han sido trasportadas a su patria adoptiva y se han multiplicado por millones con éxcito (sic) sorprendente, merced al cuidado e inteligencia que han protegido estos ensayos. Las plantas florecen y prosperan, bajo su nuevo cielo, en condiciones tan favorables que no se puede menos de admirar la gran ventaja obtenida por medio de este cultivo, cuyo resultado habría podido parecer dudoso; siendo también dignas de particular atención otras circunstancias relativas a la producción de alcaloides, circunstancias que hacen entrever un porvenir tan próximo como lisonjero. (Cordero C. 1877, p.1)

No alcanzamos a comprender el entusiasmo de Triana cuando aplaude el éxito alcanzado por británicos y neerlandeses en la aclimatación de las cinchonas en sus colonias asiáticas, sin barruntar siquiera el perjuicio económico que Cordero Crespo y con él cientos o quizás miles de latinoamericanos sintieron y sufrieron, quizás se deba exclusivamente a su celo científico, sin ninguna visión económica. Sobre este perjuicio nuestro botánico se expresa en los siguientes términos:

El Asia comenzó a producir abundante quina, aun de mejor calidad que la silvestre de nuestras repúblicas; se inundaron de este nuevo producto los mercados de Londres, Hamburgo y, llegando a ser ruinosa la inesperada competencia, cayó el antiguo negocio, causando enormes pérdidas a muchos exportadores del artículo, entre los cuales se encuentra el autor de estos breves apuntamientos. (Triana traducido por Cordero C., 1984, p.85)

Pero el cultivo de las quinas no se circunscribió únicamente al Asia, ya que:

Conocido el buen éxito obtenido en estas comarcas [las Indias británicas y neerlandesas] se ha propagado este cultivo en otras colonias de la Gran Bretaña, como Ceilán, Jamaica y Australia. Se han hecho también ensayos muy felices en las islas Azores y en diferentes colonias francesas, muy especialmente en la isla de la Reunión y en la Martinica. En Argelia van a renovarse las experiencias. En América, finalmente, esto es, en Tejas, México y el Brasil, continúan los ensayos, con muy fundadas esperanzas. (Triana traducido por Cordero C., 1877, p.11)

Se efectuaron también cultivos más o menos exitosos en Java, el Himalaya y otras regiones del llamado Viejo Mundo. Científicos y aventureros, a partir de 1839, comenzaron a llevar plantas y semillas a fin de aclimatarlas y cultivarlas en otras regiones del orbe, así:

Aún antes del año 1839, estaba reconocida ya la utilidad de la introducción de las cinchonas en el antiguo mundo, y varios autores, como el doctor Ainslie, el doctor Blume. Habían hecho algunas indicaciones en este sentido, pero tales indicaciones no llegaron a tener resultado práctico. Sólo desde 1839 fue que el doctor J. Forbes Royle tuvo el pensamiento feliz de llamar la atención del ministerio británico, sobre tan interesante asunto, y proponer la aclimatación de quinas en las montañas del Himalaya. (Triana traducido por Cordero C., 1877, p.4)

Y así, con un inusitado e incomprensible entusiasmo, Triana continúa narrando cómo las potencias imperialistas de la época saquearon y se apropiaron de una incalculable riqueza monetaria y ecológica de las tierras americanas. En lo que respecta a nuestro país anota: “Sin embargo, M. Spruce encontraba por su parte, en Huaranda (República del Ecuador), é introducía en Europa y en las Indias orientales, la verdadera Quina roja ó Cinchona succirubra, que es una de las especies más preciosas y constituye hoy en día la base de las grandes plantaciones de la India” (Triana traducido por Cordero C., 1877, p.7).
En efecto, en un ágil artículo publicado en Ecuador, Terra incógnita, Nicolás Cuvi nos narra cómo el botánico inglés Richard Spruce, acompañado del jardinero Robert Cross, y de James Taylor, inglés residente en Riobamba por treinta años, apoyados por el cónsul inglés, aprovecharon de los conflictos políticos que vivió el país entre 1858 y 1860 para sustraer del territorio nacional semillas y plantas de la preciosa succirubra como anotó Triana (2006, p.40).
Al respecto cabe alguna precisión en torno a la afirmación de Triana en la cita anterior: la expedición de Spruce penetró, según Cuvi, por las faldas del Chimborazo hacia Limón, en la actual provincia de los Ríos, partiendo posiblemente de Guaranda, lo que lleva a la equivocada afirmación de Triana, al atribuir el origen de la succirubra la ciudad serrana de nuestro país. Y ahí sucedió el episodio que tanto prejuicio nos causó. En diciembre de 1860 García Moreno había logrado controlar la situación política que convulsionaba al país desde 1858 y sus tropas acantonadas en Guayaquil controlaban la situación: “Todo es sospechoso menos un par de ingleses con unas cajas de plantas. Y así, irónicamente al amparo de una ciudad fortificada, Cross se embarca con las plantas y semillas de quina el 31 de diciembre en el vapor Pacific, rumbo a Lima, Panamá e Inglaterra. Nadie dice nada, nadie critica, nadie protesta. El 2 de enero el barco deja la bahía, ha comenzado el fin del comercio de cascarilla en el Ecuador y todos los Andes” (2006, p.43).
Veinte años más tarde el Imperio Británico y los holandeses habían monopolizado el mercado mundial de las quinas, de tal manera que: “Las naciones andinas están quebradas y se han convertido en compradoras de sales de quinina. Los cascarilleros han de buscar otro negocio” (Cuvi, 2006, p.43).
Las cascarillas en el siglo XX
Como ya lo indicamos con anterioridad, los estudios y referencias en torno a la explotación y exportación de las cascarillas en el siglo XX son escasos y, de lo que conocemos, no se ha realizado un estudio sistemático en los archivos locales. En consecuencia, es un tema prácticamente inédito.
Para comenzar, hemos de recurrir nuevamente a Cordero Crespo, quien en su ya citados Estudios Botánicos enumera y estudia alrededor de ocho variedades de cascarillas o quinas existentes en el Azuay, para expresar luego que “Hay en el oriente de las provincias azuayas otras especies de quina que no contienen dichos alcaloides en cantidad bastante para ser beneficiadas con algún lucro, aun cuando se rehabilitase el negocio, y que necesitan, por otra parte, ser estudiadas por los botánicos, para su acertada clasificación científica” (1984, p. 84).
Es preciso señalar la importancia que el doctor Cordero Crespo indica de la variedad C. Succirubra Pav. de la que se expresa en los siguientes términos:

la quina llamada roja; es propia de la falda occidental de los Andes, en las cercanías de la costa; es la más notable de todas las quinas, por su abundancia en quinina y demás alcaloides, y  se ha halla casi agotada por el afán incesante con el que se le ha extraído, cortando los árboles, sin reemplazarlos en manera alguna, a pesar de las indicaciones de la ciencia respectivas a evitar la extinción de esta especie y de todas las demás del precioso género americano que tan interesante papel ha desempeñado, durante largos años, en la preparación de las principales drogas de la medicación moderna. (Cordero C., 1984, p.84)

Por su parte Juan F. Freile manifiesta que: “En los Andes del Sur del país [Cañar, Azuay, Loja y Zamora Chinchipe] se concentra la mayor diversidad de especies, y es allí donde vive Cinchona officinalis, la más célebre de las quinas por ser el origen de las portentosas cortezas amargas contra el paludismo” (2006, p.26).
Fue, como comenta el doctor Cordero, una lección costosa para los sudamericanos el éxito de los cultivos de las cascarillas en el Asia y otros lugares del planeta pues el negocio se arruinó por completo y se produjo la quiebra de muchos exportadores y la consecuente desocupación de los trabajadores cascarilleros. Sin embargo:

En este siglo [XX] las dos guerras mundiales, dieron oportunidad para que nuevamente despertara el interés de la gran industria por exportar cascarilla, y esa es la razón de por qué, mientras duraron ellas, hubo un nuevo hormigueo de gente por las selvas subtropicales enunciadas, en busca de este oro vegetal, cuanto más que en la segunda guerra, en la década del cuarenta y uno, los japoneses estaban, luego de Pearl-Harbor, apoderados de Java, Sumatra y más islas orientales de donde ni europeos ni norteamericanos podía sacar la cascarilla. (Hermida P., 2009, p.249)

Por su parte también Freire anota que: “Años después, durante la Primera y Segunda guerras mundiales, la extracción de quina silvestre retomó su antiguo auge para proveer a los ejércitos combatientes de tal vital medicamento” (2006, p.26).
En relación con la explotación y exportación de las cascarillas en la Primera Guerra Mundial no hemos encontrado más referencias de las que aquí sentamos, esto es,  las opiniones del doctor Hermida Piedra y del biólogo Freire. No así para la Segunda Guerra Mundial pues, aunque escasas, diversos testimonios nos facilitan realizar una conceptualización del último proceso de exportación de este precioso vegetal que dinamizó la economía del país, especialmente del  Austro, en diversas épocas comprendidas entre los siglo XVII al XX, reconociendo que también fueron exportadores de la corteza del árbol de la vida Colombia, Perú y Bolivia, y acaso algunas naciones Centroamericanas en donde al parecer se encuentran las especies pertenecientes el género Croton.
Uno de los primeros recuerdos de mi niñez constituye los amplios tendales levantados en la hacienda el Paso para secar la cascarilla traída desde las montañas de Tutupali y el Ortega, a lomo de mula, en la provincia de Zamora Chinchipe, y los frecuentes viajes de nuestro padre a esos sitios en busca del preciado vegetal, en los años de la Segunda Guerra Mundial. También quedó en la memoria de mi hermano Adrián, de nuestra prima Paquita Koppel C. y del primo Raúl Carrasco Z. el recuerdo de unos grandes montículos de una especie de aserrín, acumulado en una de las dependencias de la quinta ‘Miguel Moreno,’ de propiedad de nuestro abuelo Francisco Carrasco S., situada en el barrio del Corazón de Jesús, extramuros de la ciudad en esos años.
Tengo la seguridad que en la quinta se beneficiaba la cascarilla enviada por mi padre, posiblemente en una pequeña fábrica instalada en lugar, de la que nosotros logramos recordar tan sólo los montículos de aserrín, pues no ha quedado evidencia documental de aquella actividad, solo en “la hijuela de partición de los bienes pertenecientes la mortuoria del señor Francisco Carrasco Serrano”[4], del 31 de diciembre de 1949, en la que consta un rubro por la venta de la cascarilla de alrededor de 7.000 y pico de  sucres.
Por otra parte, Raúl Carrasco Z. afirmaba que su padre, don Agustín Carrasco V., hacia 1926, desde el Sígsig, “También intervino en el negocio de las cascarillas que había aprendido de su padre” (2012, p.17). Esta opinión nos hace presumir que el negocio de las cascarillas se mantuvo, quizás en pequeña escala, aún después de la crisis del siglo XIX y el nuevo auge a raíz de la Primera Guerra Mundial.
Al revisar el primer volumen de la edición conmemorativa de diario El Mercurio, en sus 80 años de vida, encontramos que en el lapso comprendido entre 1939 y 1942, se publicaron esporádicos anuncios para la compra de cascarilla roja por parte del ingeniero químico Alejandro Onitchenko, don Cornelio Vintimilla Muñoz y el doctor Miguel Heredia Crespo quienes seguramente proveían a los mercados norteamericanos y europeos en la Segunda Guerra Mundial (2004, s. p).
Cabe indicar que en el lapso de la Segunda Guerra Mundial se registran por lo menos dos fábricas de quinina, cuya materia prima al parecer era la cascarilla roja – Cinchona Succirubra de Pavón – solicitada expresamente en los anuncios de diario El Mercurio. En este mismo diario aparece el 9 de julio de 1939 el siguiente aviso: “Cascarilla roja compra la fábrica de quinina de A. Onitchenko. Dirección por el Puente de Todos Santos 2 cuadras más abajo de El Camal. Correo Casilla Z Cuenca,” en la actual Avenida 12 de Abril. En efecto, en el informe de labores presentado por el director de la Escuela Superior de Minas, en 1937, el sacerdote dominicano Alberto D. Semanate, manifestaba que:

La finalidad de la Escuela Superior de Minas, ante todo de educación y pedagógica (sic), no será jamás un óbice para que los profesores y alumnos colaboren con Centros financistas e industriales del país. Desde este punto de vista y a la hora actual, uno de ellos, el Sr. Ingeniero Onitchenko, Profesor de Química General e Industrial, ha levantado ya en esta ciudad de Cuenca una fábrica de QUININA de propiedad del mismo y con capacidad para fabricar diariamente unos dos kilos de este específico tan necesario para la salubridad de nuestras zonas tropicales. (Semanate, 1937)

Una segunda fábrica de quinina existente en esa época en la ciudad fue la denominada Montana, de propiedad de la sociedad Kranner-Eisenberger, compuesta por judíos alemanes que habían ingresado al país hacia 1941 huyendo de la persecución nazi. Esta fábrica sufrió dos incendios: el primero en su sede situada en el Batán y luego en la calle Tomás Vega –hoy Pio Bravo– entre Benigno Malo y Padre Aguirre a pocos metros del Convento de los Salesianos, el 3 de octubre de 1942 (Alvarado y Rodríguez, 2013, p.104).
Finalmente, en el diario El Mercurio el Director General de Industrias convocaba a los fabricantes de quinina a fin de que se inscriban en la Dirección General de dicho ramo para que puedan gozar de las prerrogativas establecidas en el Decreto 285 del 23 de febrero de 1943, por lo que es lógico suponer que, por lo menos hasta finales de la década de los cuarenta del siglo XX, se mantuvo una regular explotación de las cascarillas y la consecuente producción de quinina en nuestro país.
Ahora bien, al parecer a partir de 1944, el entusiasmo del padre Semanate y las esperanzas de los fabricantes de quinina en el Austro se fueron al traste, gracias al esfuerzo de los químicos norteamericanos Wood Ward y Derogan, quienes iniciaron el proceso científico a fin obtener la quinina a partir de procedimientos sintéticos.

Otros vegetales de exportación en la región de Cuenca
En este acápite vamos a tratar un asunto prácticamente desconocido en la historiografía regional. Por lo menos, esto se desprende de la bibliografía consultada para la elaboración de este trabajo, puesto que ninguno de los historiadores trae referencias sobre la zarzaparrilla y el condurango, especies vegetales que al parecer fueron objeto de exportación, quizás desde la temprana colonia, junto con las cascarillas o quinas.
Carlos Aguilar Vázquez en su singular novela Los Idrovos, testimonio literario que bien puede ser revertido a la historia como fuente confiable  por sus valores de observador  sagaz  en torno a  la vida comunal de una ciudad que periclita entre un siglo XIX que fenece y el XX que inicia sus  pinitos infantiles, al intentar un fugaz análisis de la realidad económica y social  en  que vivía Cuenca hacia 1900 expresa: “La cascarilla y el condurango difuntos después de haber enriquecido a Ordóñez, Heredias i Malos” (1973, p.316).
Esta y la referencia escrita por la doctora Magdalena Molina en su obra Fitoterapia son las dos únicas que hemos encontrado sobre esta planta, considerada en la época como anticancerígena. De una breve averiguación que realizamos en esta ciudad sobre el condurango obtuvimos algunas conclusiones. Al parecer existe escaso conocimiento de esta planta en medios académicos. Encontramos una referencia sobre este vegetal en la obra de la Dra. Magdalena Molina quien realiza las siguientes acotaciones que nos interesan para este trabajo: “A principios del siglo pasado se tenía la seguridad de que el condurango podía curar el cáncer y la sífilis, sin una explicación científica; incluso la exportaron a Europa, sobre todo a Francia, para que se realicen los estudios respectivos para comprobar tal aseveración. Goza de fama popular por sus propiedades terapéuticas como tónico aperitivo, calmante del dolor de estómago” (2008, p.273). A continuación, amplía sus referencias con lo siguiente:

En Europa, el Doctor Friedrich la recomendó en 1783 para la curación del cáncer de estómago. Empleada en los dolores del cáncer y de la úlcera del estómago, para evitar la hematemesis, hemorragias digestivas, se han usado preparaciones a base de condurango. La emplean también para estimular el apetito, en la debilidad general y convalecencia, al igual que para estimular las funciones digestivas. Para aliviar los dolores producidos por la úlcera de estómago. Era muy difundido; preparaban un cocimiento con 20 gramos por litro de agua, lo enfriaban antes de filtrarlo, para tomar una copita antes de cada comida. (Molina, 2008, p.273)

Por otra parte, en dos puestos de ventas de hierbas medicinales del mercado 10 de Agosto de esta ciudad pudimos encontrar pedazos de un tallo que se nos dijo era condurango que, al parecer, como manifiesta la doctora Molina, goza de fama popular para ser utilizado en el tratamiento de varias dolencias del estómago y la artritis reumatoide. Se nos informó que el vegetal procedía de Loja.
En los almacenes donde se venden productos naturales, cuatro de cinco propietarios desconocían la existencia de esta planta. Finalmente, en el quinto pudimos adquirir un frasco de 100 tabletas elaboradas con condurango en la provincia de Tungurahua, al mismo estilo de los frascos que son promocionados en Europa a través de internet.
Conozcamos algunos datos sobre este interesante vegetal propio de nuestras tierras:
-         Nombre común o vulgar: Condurango, Bejuco de sapo, Bejuco del cóndor, Cundurango. Nombre científico o latino: Gonolobus condurango.
-         Hábitat: crece espontáneamente en la vertiente occidental de los Andes, Colombia, Ecuador y Perú, entre los 1.500 y los 2.000 metros de altitud.
-         Planta trepadora de la familia de las Asclepiadáceas, que, al ser una liana, se ciñe al tronco de los árboles hasta alcanzar su copa. Sus hojas son de forma oval o acorazonada, vellosas y de color verde claro por el envés.
-         Es muy conocida y apreciada en América del Sur, para sanar las dolencias del estómago. Su sabor recuerda al de la canela, aunque resulta algo amargo. Partes utilizadas: la corteza del tallo y la raíz. Propiedades e indicaciones: la corteza y la raíz del condurango contienen un aceite esencial, resina, ácidos orgánicos, sustancias gomosas y almidón.
-         Su principio activo más importante es la condurangina, un glucósido amargo. El condurango posee propiedades aperitivas, digestivas y antieméticas (detiene los vómitos). Su empleo resulta apropiado en casos de pesadez de estómago y digestiones lentas. Calma el dolor y los espasmos (‘nervios’) del estómago, aunque no conviene usarlo sin haber diagnosticado primero la causa de los trastornos.
Algo semejante sucede con la zarzaparrilla. Una breve referencia la encontramos en el artículo “La zarzaparrilla” publicado en Crónicas de Guayaquil por José Antonio Gómez Iturralde, en diario Expreso del 24 de junio del año 2012 en el que nos dice: “Es una de las más importantes plantas que mayor nombradía alcanzó aun entre los españoles, que formaba parte importante de la riqueza medicinal nativa, casi perdida con la llegada de la conquista” (Expreso, 24 de junio de 2012, p.26). Al parecer la zarzaparrilla fue un medicamente conocido desde la Colonia, pues el articulista señala algunos nombres de conquistadores y cronistas que se refieren a él como eficaz contra las bubas y la sífilis, para luego citar a Girolamo Benzoni, quien habría escrito lo siguiente en torno a la zarzaparrilla: “La zarzaparrilla se extraía especialmente de Puerto Viejo, en La Puná y en algunos lugares donde había mangles, para enviarla a Panamá o distintas áreas del Perú. La raíz era muy apreciada como medicina para curar la sífilis, pues actuaba como un antibiótico natural. Servía para curar el ‘Mal francés’ y otras enfermedades.” (Expreso, 24 de junio de 2012, p.26). 
La zarzaparrilla pertenece al género Smilax officinalis y, como las cascarillas, se subdivide en varias especies que crecen en algunas regiones del globo: Liana de Centro y América del Sur; la su pariente en la Europa mediterránea, la S. aspera, y otra en China, la S. china. Su rizoma es grande, y tiene raíces de más de 1 m de largo. Los tallos están armados de espinas aceradas. Las hojas, verdes, nudosas y de 35 cm de largo, presentan barrenas laterales sobre sus pétalos. Las flores, de un blanco verdoso, se desarrollan en el eje de las hojas superiores.
En nuestro país, el doctor Luis Cordero Crespo, en sus Estudios Botánicos, se refiere a este vegetal en los siguientes términos:
SMILAX SARZAPARRILA L. La zarzaparrilla o zarza, cuya virtud medicinal es bien comprobada, en las afeccione sifilíticas, es un arbusto escandente o trepador, que se da en nuestros bosques, arbusto cuyas raíces se vendían con bastante aprecio en las plazas extranjeras. Hoy parece que ha menguado mucho su demanda, a consecuencia, sin duda, de medicamentos más eficaces, como los yoduros. Lo cierto es que nadie exporta actualmente del país este despreciado artículo de comercio. (Cordero C., 1984, p.166)
Finalmente, recordamos que en nuestra niñez y juventud se vendía en nuestro medio la afamada ‘Zarzaparrilla de Bristol,’ jarabe o suspensión cuya promoción se realizaba en el afamado Almanaque Bristol que circula hasta nuestros días, pero ya no anuncia el mencionado medicamento que era utilizado para curar la sífilis y purificar la sangre. Conviene decir que es posible encontrar en el mercado de hierbas de esta ciudad una raíz rojiza que se vende con el nombre de zarzaparrilla como remedio para diversas dolencias, también se la puede encontrar en algunos de los almacenes de expendio de productos vegetales y ecológicos que abundan en Cuenca.
Cuenca, mayo de 2013


[1] La mayoría de los tratadistas se refieren a la cascarilla, nosotros preferimos utilizar el plural ya que, según Juan Freile y otros tratadistas, en el Ecuador existen por lo menos 12 especies del género de las cinchonas.
[2] Desconocemos las razones para que Palomeque afirme tan categóricamente el ciclo cascarillero concluye abruptamente en 1885, pues al parecer esta fecha fue rebasada, quizás no con la misma intensidad o volumen de exportación que se efectúo entre los años señalados por ella.
[3] Luis Cordero realizó la traducción de algunos capítulos de una obra del colombiano J. Triana, a esta obra la tituló: Cultivo de las quinas. Traducción hecha por Luis Cordero de algunos capítulos interesantes de la obra titulada Nouvelles etudes sur les quinquinas, escrita por el ilustre botánico colombiano Don J. Triana.. En el prólogo a esta obra hace referencia a una noticia publicada en Los Andes sobre Montesinos, la misma que acá citamos. La obra fue impresa en 1877 por Antonio Cueva en Cuenca.
[4] Hijuela de partición de los bienes pertenecientes la mortuoria del señor Francisco Carrasco Serrano, 31 de diciembre de 1949. Archivo privado del autor.

EL DIA EN QUE LOS MORLACOS QUISIERON SER VASCOS

EL DÍA EN EL QUE LOS MORLACOS QUISIERON SER VASCOS
Quizás por falta de un conocimiento mayor de nuestra parte nos vamos a permitir afirmar que en la historiografía azuaya existe un notable vacío en torno a los siglos XIX y XX en lo que hace referencia al estudio de la historia secuencial y narrativa, ni se diga en lo que  atañe a las visiones interpretativas y analíticas, descontando, desde luego, escasos trabajos que han arrojado incipientes rayos de luz sobre este amplio panorama de dos siglos cuyo estudio se torna crucial para una mejor comprensión de nuestro pasado inmediato.
Revisando viejos papeles de la Hemeroteca Azuaya,  que reposan en los fondos documentales de la Biblioteca del Banco Central sucursal de Cuenca, utilizados para la elaboración de un trabajo sobre el Progresismo Azuayo,  inédito, por cierto,  nos  encontramos, con una verdadera joya de la crónica azuaya, según nuestro criterio,  escrita en el periódico La Voz del Azuay del 30 de septiembre de 1876 que deseamos compartirla con nuestros lectores en su prístina virginidad, no sin antes realizar la consiguiente y necesaria ubicación de los hechos en cuyo contexto se da  esta simpática producción periodística.
Gobernaba la república el Dr. Antonio Borrero Cortázar elegido presidente con un total de votos hasta entonces no visto en los actos electorales ecuatorianos, según Gabriel Cevallos G., quien acota además que fue el presidente que hasta ese momento había logrado una popularidad sin par, inaugurando lo que él llamaba, gobernar con riendas de seda, sin tomar en cuenta que su candidatura fue producto de una coalición de centristas con extremistas y que a la postre esta alianza iba a explosionar el momento menos pensado.(Cevallos García Gabriel, Historia del Ecuador, 1987)
En efecto, el 8 de septiembre de 1876 estalló en Guayaquil el golpe de estado encabezado por el general Ignacio de Veintemilla, quien había sido reincorporado al ejército a su retorno de un largo exilio en Europa, aprovechando su amistad con Ramón Borrero, hermano del presidente, logrando que se le designara Comandante General de la plaza de Guayaquil.
En el puerto principal develó una conspiración del general Secundino Darquea y de los Jefes 1° y 2° del Cuartel de Artillería, a quienes desterró a Lima. El presidente Borrero creyó que se trataba de una retaliación, pues Darquea había sido tildado de autor intelectual en el asesinato de José de Veintemilla, hermano de Ignacio,  y airadamente le mandó a decir a su Comandante General que el gobierno no estaba dispuesto a vengar agravios ajenos.
Veintemilla se indignó y desde entonces comenzó a conspirar con los jóvenes liberales Miguel Valverde, Marcos Alfaro y Nicolás Infante, que se sentían frustrados porque Borrero no derogaba la Constitución garciana o Carta Negra.
Ese día Veintemilla se había encerrado en el Cuartel con los batallones y la caballería. El Concejo Cantonal resolvió proclamarle  Jefe Supremo y General en Jefe de los ejércitos hasta que se convocara a una Convención Nacional Constituyente para que gobierne bajo los verdaderos principios de la causa liberal. También se acordó entregar el poder a Pedro Carbo,  por entonces en New York,  y el cambio de la bandera tricolor por la celeste y blanca de Guayaquil.
Ante los sucesos del 8 de septiembre los azuayos, indudablemente partidarios de Borrero,  reaccionaron como nos deja ver la crónica periodística que, con el título de EL AZUAY SOBRE LAS ARMAS se publica en el semanario La Voz del Azuay, el 30 de septiembre del indicado año. Cabe señalar que esta publicación corresponde a la segunda época del periódico, asoman como redactores y colaboradores Alberto Muñoz Vernaza, Juan de Dios Corral, Rafael Villagómez Borja, Tomás Abad, Julio Matovelle, José Rafael Arízaga y Mariano Borja.
La actitud bélica que ha asumido la provincia del Azuay con la noticia de la facción militar de Guayaquil, es un acontecimiento que nos llena de noble orgullo y nos hace advertir que, si hay entre nosotros un puñado de viles traidores, también hay corazones generosos y magnánimos, dispuestos a sacrificarse en las aras de la Religión y de la Patria, por salvar la honra nacional, la fe de nuestros padres, los fueros de la moral y de la virtud.
El espectáculo que ofrecen las calles y las plazas de esta ciudad, los caminos públicos y las cabeceras de cantón, en toda la provincia, es de lo más grandioso, imponente y conmovedor. No se lo puede mirar, sin abrasarse en esa especie de fiebre patriótica, que nos presentan los campos de batalla como regiones encanta­das de gloria, y la muerte misma como el triunfo del honor y la civilización sobre el crimen y la barbarie. Parece que el aire se halla encendido en torno nuestro, y que nos envolviera una atmósfera de fuego.
Desde que el sol asoma en el horizonte, las plazas y las calles se encuentran atestadas de gente armada, que se disciplina sin cesar y se apercibe al combate. Aquí, un batallón en ejercicio, ostenta ya la pericia de las fuerzas veteranas; allá se despliega otro, en rápidas guerrillas, al mando de su jefe; el famoso Escuadrón Cañar, armado y bien montado, se impacienta por probar sus lanzas en los pechos de los traidores; la noble, la ilustrada, la erguida juventud, en el número de seis­cientas plazas, rebosando en furor marcial y con la conciencia de la justicia y el derecho, sueña con los combates y la victoria; y las calles y los caminos públicos son grandes avenidas de hombres voluntarios de todas las clases sociales, que, sin agotarse, llegan día a día, hora por hora, para armarse y acuartelarse.


La madre de sus hijos en defensa de la Patria y del más legítimo de los gobiernos; las esposas les imponen a sus maridos la sagrada obligación de morir o de vencer en favor de tan santa causa; los venerables curas hacen lo propio con sus honrados y leales feligreses, desa­rrollando a su vista el cuadro horroroso del triunfo de la revolución impía; y todo se mueve, se agita, hierve y se desborda en la Provincia del Azuay.
Si, lo que es imposible, el motín militar de Guayaquil, llegara a hacerse fuerte, levantando sus legiones al pie de fuerza de cuatro o seis mil hombres, guerra tendríamos, a no dudarlo, por cuatro o seis años; y, sin que haya la más pequeña exageración, ningún traidor que hollara con sus inmundas plantas el territorio azuayo, tornaría a la costa, vivo ni muerto. Cuales­quiera que sean los caracteres y condiciones de la casi humanitaria guerra moderna en el presente siglo, no podemos responder de los horrores de la a que nos han provocado, por las bandas de hombres que se  han levantado, como por encanto, a la voz de  Patria y Religión, serán torrentes incontenibles el día del combate.
Quién podrá convenir en la demolición de nuestros templos y altares? Qué esposo, qué padre, qué hermano podrá aceptar la promiscuidad de mujeres? Qué propie­tario se resignará a entregar sus bienes al comunismo voraz y asolador? No, no; lucharemos un año; luchare­mos diez años; lucharemos hasta morir. El motín militar del ocho del presente mes, no pudo prever, no pudo medir,  todo el alcance, todas las consecuencias de su infame traición.
Pero vamos al punto capital de la cuestión que nos ocupa. ¿Tendrán los traidores la audacia y el cinismo de venir a imponernos su voluntad por medio de las armas a nombre de la libertad y el derecho?
Dado que sí ¿podrá vencernos una legión de hombres oscuros y desacreditados, representantes siniestros del petróleo y de la Comuna?
Una vez que por milagro de Satanás escalaran los Andes y ocuparan nuestro territorio ¿encontrarían entre  nosotros un solo traidor y pérfido que se pusiese al servicio de ellos, dando las espaldas a la patria, a Dios, a la familia y a la civilización cristiana? Todo esto nos parece poco menos que imposible. Un hombre puede combatir solo contra un ejército; sentarse sobre el cráter de un volcán o arrojarse en un abismo sin fondo; pero jamás resistir el torbellino de fuego de la  opinión pública, que mina, que abrasa, que consume y aniquila como la fiebre o el cólera asiático.
No creemos que se atrevan a trepar nuestras montañas, a nombre de la libertad y del derecho. No creemos, no queremos ni podemos creer que una banda de inocuos pretorianos sea capaz de suplantar la soberana voluntad de pueblos libres, ventajosamente civilizados y orgu­llosos con la íntima conciencia de su poder intelectual y material, como los que componen la provincia del Azuay. En primer lugar su pie de fuerza (la de los traidores) es relativamente insignificante, porque si la guerra civil se prolonga y el furor religioso llega a su última expresión, como ya se deja ver en todas las clases sociales, las provincias del interior pueden poner treinta mil hombres sobre las armas, sin que haya la más pequeña exageración.
Cuáles son esas armas? podrán decirnos. Sola esta provincia cuenta, pues, según cálculos rigorosamente matemáticos, con más de mil fusiles, entre rémingtons y fulminantes, cinco o seis mil bocas de fuego más, entre carabinas, escopetas, trabucos, revólveres; y con más de dos mil armas blancas, siendo en mayor número el de bien templadas lanzas, manejadas por el prepotente brazo de los llaneros del Azuay, los invencibles del Escuadrón Cañar.
En segundo lugar, tenemos seguridad de que las dos terceras partes de las fuerzas de Guayaquil, han sido engañadas por los traidores, cohechadas con mil falsas invenciones, como la de que el Presidente se retiraría a su casa, en el acto en que supiese la infame facción del ocho, ya por que no ambiciona el mando ni gusta de la concupiscencia del poder, ya también por que odia profundamente los horrores de la guerra;  y ya se ve que tales hombres tienen que volver sobre sus pasos, que tomar el buen camino, el camino del honor y de la lealtad, desde que el señor Borrero, a quien sus oscuros enemigos no han podido estudiar todavía, ha asumido la imponente actitud que debía, en virtud de su elevada inteligencia, espíritu sereno, corazón ardiente y amor a la gloria. Si, lo repitiéremos una vez más; sangre de Lamar y Rocafuerte, sangre de Elizalde y don Vicente Borrero circula en las venas del presidente de la república, y tiene puestos sus ojos en el juicio de la posteridad, para quien pudiera omitir ningún sacrificio por debelar la más negra de las facciones de cuartel, la más impía y cínica de las revoluciones.

En tercer lugar, los hombres notables de la provincia del Guayas, los sujetos de distinción por la inteligen­cia y las luces, y, en general, todos los guayaquileños honrados, no podrán tolerar que se tome su nombre, en plena mitad del siglo  19, por un miserable grupo de hombres oscuros y generalmente execrados y maldecidos, para lanzarse en la bárbara conquista del interior, e imponer sus ideas profundamente disociadoras y salvajes en materia de política, religión y gobierno, a cien pueblos que pueden enseñarles a leer y escribir. Que! el suelo de Espejo, Mejía y Salvador; la tierra de Velazco y Maldonado; la patria de Lamar, Solano y Malo podrán ser conquistadas, aherrojadas y amordazadas, para que piensen y sientan como los Alfaro y Baldas, los Infantes y Valverdes de Guayaquil ? Ni pensemos en semejante absurdo. Miserables!
Tenemos a la mano algunos fragmentos de los cantos vascos, encontrados por la Tour de Auvergue en un convento de Fuenterrabía. Su lectura nos da el cuadro exacto de lo que pasará entre nosotros y los jefes y soldados revolucionarios que se atrevan  a poner sus inmundas plantas en las poblaciones del interior. Copiamos, pues, algunos pasajes de aquellos fragmentos con profética inspiración, y nos remitimos al resultado de la guerra.
"Ahí vienen! Ahí vienen !. Oh ! que selvas de lanzas. Cuántas banderas de diversos colores flotan en el aire ! Cómo brillan las armas ! Cuántos son ! Muchacho, cuéntalos bien. Uno, dos,  tres, cuatro... veinte, veintiuno y miles más. Tiempo inútil el que se emplea en contarlos; unamos los nervudos brazos, arranquemos estas rocas; y que caiga desde lo alto sobre sus cabezas; matémoslos, aplastémoslos.
"Qué tenían que hacer en nuestras montañas esos hombres ?. por qué han venido a turbar nuestra paz ?. Cuando Dios formó las montañas, fue para que los hombres no las atravezasen. Pero los peñascos abandonados a su ímpetu se precipitan a aplastar las tropas; corre la sangre y se estremecen las carnes. Oh ! cuántos cráneos rotos. Qué mar de sangre !.
"Huyen !. Huyen !. Dónde está la selva de sus lanzas ?.
"Dónde las banderas de colores que flotan en medio ?. Ya no brillan sus armaduras teñidas de sangre. Cuántos son, muchacho, cuéntalos bien; veinte, diez y nueve, 18, 17...... 3. 2, uno. Uno !. Ni uno siquiera. Todo ha concluido: soldados podéis volver a vuestras casas, abrazar a vuestras esposas e hijos, limpiar vuestras armas, colocarlos con vuestros cuernos de búfalo y luego acostaros a dormiros. Por la noche, los buitres vendrán a comer las carnes pisoteadas y estos huesos blanquearán eternamente".....
Pero demos el caso de que las armas revolucionarias penetren en Quito y en Cuenca sobre montones de cadáve­res y lagos de sangre, ¿podrán contar con cuatro traidores siquiera que se pusieran al servicio de sus ideas políticas y religiosas y se atrevieran a suplan­tar la voluntad soberana de los antiguos departamentos de la Nación? Tenemos fe, convicción profunda, conciencia íntima de que no hallarían en ninguno de los grupos políticos del país, ni cuatro secuaces del estandarte revolucionario, símbolo funesto de la traición, de la perfidia y de la impiedad, representa­das por la Internacional y la Comuna con todo su séquito de horrores.
Lo que es en  Cuenca -lo decimos con la mano sobre nuestra conciencia- no vemos uno solo, en ninguna de las esferas sociales, capaz de abrazarse de la bandera de Satanás. Habrá desafectos al Gobierno, tal vez; quizá algunos de ideas avanzadas en materia de instituciones liberales, en política; pero no conocemos uno solo que no pertenezca a la comunión católica y no sea capaz de sacrificar su vida por la religión de nuestros padres.  I deben comprender los extraviados de Guayaquil que la ilustrada juventud del Azuay, no es religiosa por mera rutina, sino por convicción. Ha estudiado concienzuda­mente las obras de los incrédulos, las inmorales novelas de los libres pensadores, los opúsculos y folletos de los comunistas, socialistas, utilitaristas, calcadas sobre los diabólicos trabajos de Voltaire, Rousseau, Renán, &,& y ha acabado por deplorar la miseria humana, hallando el genio a lado del error, el talento a lado del crimen, la instrucción envuelta en las nebulosidades del sofisma, la perfidia, el odio, el sarcasmo con el falso brillo de la razón, de  la filosofía, de la justicia y el derecho.
Ahora bien: hombres de conciencia ilustrada y corazón levantado por el estudio y la meditación ¿podrán abjurar sus ideas, renegar de sus principios y prevari­car miserablemente a vista de las sombrías legiones de la traición y del ateísmo, bajo sus múltiples formas?  Lastimoso error, obcecación estúpida de la ambición, delirio, locura de la más ruda empleomanía. Lucharemos, pues, un año, dos años, toda la vida; pero recuerden los traidores que Flores, Urvina, Franco, con ejércitos poderosos, tuvieron que sucumbir ante la omnipotencia de la opinión pública.
Sin embargo, “En diciembre Veintemilla decidió atacar a la Sierra, a la que solamente había amenazado con el avance de tropas. Apertrechado con los elementos bélicos llegados de EE.UU., inició un movimiento envolvente y fue avanzando hasta Galte, donde una gran refriega que dejó mil muertos y seiscientos heridos, determinó la caída de Borrero y el final de una etapa de nuestra historia”, anota Gabriel Cevallos García.

Fuente: LA VOZ DEL AZUAY, # 36, septiembre 30 de1876
Cuenca, abril de 2012