martes, 17 de julio de 2012

LOS SUEÑOS DE LOS MUERTOS






Los sueños de los muertos
Debía tener como unos ocho años. Esa mañana salimos con papá al corredor    de la casa a limpiar las armas. Él vestía de caqui y jipijapa blanco con cintillo negro. Yo estaba envuelto en un poncho rojo con franjas azul marino.  La luz solar se filtraba por entre las ramas de los altos  y viejos eucaliptos del callejón de entrada a la casa grande,  bailaba sobre la copa del viejo cedro del patio en donde se ensillaban  las bestias. Arriba se oía el desgrane de los trinos, eran los jilgueros bulliciosos e inquietos que saltaban de rama en rama. Mamá, como siempre que nos encontrábamos en esa labor, se había refugiado en el patio  de las gallinas y los patos.
Primero se limpiaban los rifles – un viejo mannlicher y el reluciente máuser corto- y las escopetas de caza –,  una winchester preciosa y dos antiguas de chimenea, pero lo que en verdad  me  fascinaba era verle manipular el viejo,  argentado  Smith Wesson con el anagrama del abuelo burilado en uno de los costados.
Esa mañana me había puesto al frente de papá, contra la puerta de entrada a la jergueta, dormitorio de la abuela. Una vez terminada la limpieza,   papá no sabía cómo su índice se deslizó hasta el gatillo del revólver   y le apretó, tal vez empujado por el diablo, como decían las buenas gentes de la hacienda o  acaso observó una basurita última en el  sensible dispositivo del arma, en fin.
 Fue cuestión de instantes, lo que dura el chasquido de los dedos –el mata piojito con el tonto bellaco- y mamá escuchó en su agitado y angustiado corazón el estampido del disparo. Papá se quedó lívido como una esperma, transparente del susto.  No sé si la bala pasó a escasos centímetros de  mi  sien derecha o si el proyectil me atravesó el cráneo como un zambo tierno. No sé  si los  últimos sesenta años he vivido con este recuerdo o si  estos últimos sesenta  años  sólo    he soñado los sueños con los   que sueñan los muertos,  o  ese disparo fue un pequeño agujero negro que me transportó a un universo paralelo. No sé.
Marzo 25-08

martes, 3 de julio de 2012


EVOCACIÓN Y MEMORIA DEL CABALLO DE PASO
Si hubiera podido elegir mi condición hubiera elegido la de centauro
Memorias de Adriano. Marguerite Yourcernar
Portando sobre sus robustos lomos al bárbaro y barbado conquistador castellano que despedazó bajo el casco de sus corceles los reinos americanos del sol, hace poco más de quinientos años, el caballo retornó al continente de su origen, del que había migrado en tiempos geológicos obediente a los inescrutables designios de la evolución, para concluir de esta manera su periplo alrededor del mundo, al ser devuelto a su tierra de natal por los  pálidos guerreros viracochas.
Mientras, en este largo y casi desconocido viaje a través de millones de años. Habíase adoptado a las  estepas euroasiáticas, penetrado en la desértica Península Arábiga, de donde pasó a las, así mismo, áridas costas septentrionales del África, para de ahí, en audaz y sobrecogedor salto sobre el Estrecho de Gibraltar, convertido en inseparable e indispensable compañero de bereberes y moros, conquistar las apacibles vegas del Guadalquivir, en donde, en singulares lances genéticos con otras razas equinas que ya habían conquistado la Vieja Europa, adquirió características tipológicas sui géneris, dando paso al potro y la jaca andaluces.
Cuando Colón y los que le siguieron requirieron de sus servicios como formidable  arma de guerra para la conquista y colonización de Abya Yala fue reexportado en naos y carabelas desde las maravillosas y embriagadoras tierras de la gitanería, el cante jondo y el jerez, vía las Antillas, a las cálidas y voluptuosas planicies tropicales, los templados y recoletos valles intercordilleranos, las interminables praderas, pampas y sabanas o hacia los gélidos y solitarios páramos andinos, regiones de diversa y variada índole de la recién descubierta geografía indiana,  al ritmo impuesto por las portentosas hazañas de los Cortés, los Pizarro y otros tantos hombres de hierro que domeñaron a las, desde el punto de vista militar, débiles civilizaciones del maíz, los tubérculos y la humilde llama.
Las jacas andaluzas y garañones moros sirvieron de pie de cría a los diversos tipos de equinos que fueron conformándose en la Amerindia al calor de las readaptaciones biológicas gestadas en los diversos nichos ecológicos del inmenso continente  al que reconquistaban o bien en el servicio a las distintas actividades y necesidades de la nueva sociedad mestiza, sentidas tanto en el agro como en las urbes der esta inédita realidad histórica, aún no bien develada, comprendida ni explicada, a la que hemos llamado, sin más razón que la fuerza de la costumbre, como0 Colonia.
Así, intuimos, se fue conformando el pinto apalusa de las praderas norteamericanas, el ágil y nervioso llanero venezolano, el corto y robusto pampero argentino o el cotidiano y rústico ruchi de los páramos andinos, mientras que al calor de las actividades y necesidades de los hombres de esta increíble heterogeneidad geográfica, a la par que eran creadas y recreadas distintas y diversas formas del ser cultural, adoptando lo que habían traído de allende la mar océano, aprovechándose de lo que aquí encontraron como legado sempiterno de las civilizaciones aborígenes, surgían y se perfeccionaban dos tipos de caballares en nuestra América del Sur: el galopero, para la vaquería, y el elegante y orgulloso caballo de paso, vinculado a zonas y actividades de las que hablaremos en breve.
Entre Colombia, Ecuador y Perú, de los que sabemos, en la América Meridional, con el correr de los tiempos y luego de rijosos cruces fue configurándose un tipo especial: el caballo de paso, considerado en el Perú como raza caballar oriunda de ése país, según piensan los vecinos del Sur, extendiéndose más allá de sus fronteras, adquiriendo vigencia a nivel internacional.
Ahora bien, de lo que podemos dar testimonio en nuestro país es, que desde antaño, especialmente en las provincias del Azuay y Loja, posiblemente descendiente de sementales peruanos,  traídos desde las ferias de la Tina y Sullana, por los  negociantes de bestias o los trashumantes gitanos, otrora insignes negociantes de caballos, enseñoróse en las haciendas, fincas, hatos y dehesas, el caballo de paso, quizás hoy en peligro de extinción en nuestro medio.
A nuestro entender, el animal estaba relacionado a una actividad esencial de la región poco propicia para la agricultura y la ganadería de gran volumen, practicada desde tiempos coloniales a lomo de mula: el comercio a larga distancia.
En principio debió ser el algodón y los tintes importados de Lambayeque y Piura a fin de elaborar los tocuyos y bayetas para abastecer a los pueblos extendidos en una vasta geografía cuyo último destino estaba constituido  por la Ciudad de los Reyes, en cumplimiento de las disposiciones reales que habían dispuesto la realización de ferias tendientes a la integración regional desde los primeros años coloniales, disposición regia que posiblemente tomó el pulso de antiguas costumbres mantenidas por los mindalaes de estas y aquellas tierras integradas desde cuando se comenzó a comerciar con la obsidiana y los spóndylus y hoy divididas sólo por absurdas y arbitrarias fronteras, más allá de las cuales existen indudables rasgos de identidad cultural.
Luego fue la cascarilla y finalmente el sombrero de toquilla, productos vitales para la economía regional, transportados a lomo de mula y jamelgos cargueros que en numerosas recuas eran acompañados por arrieros y negociantes, jinetes en briosos corceles o en mansos y seguros mulares de raza, en tránsito por los fragosos caminos australes, casi hasta ayer nomás.
Una hipótesis, válida por cierto, atribuye el origen del caballo de paso peruano a las largas jornadas que jinete y animal debían recorrer en las zonas desérticas y semiáridas, a tranco ni demasiado largo que agote al  corcel, ni demasiado corto, que desespere y fatigue al caballero.
Algo de esto debió requerir el arriero y el negociante de estos lares. Mas,  según nuestro criterio, el caballo de paso, entre nosotros, adquirió características peculiares en su modo y ritmo de andar, que pueden encontrarse  juntas en un solo animal o bien caracterizando individualmente a cada equino y que son percibidas sólo por el ojo avizor del entendido. Nos referimos al pasollano, denominado también raza, y al paso, propiamente dicho, cuando el caballo “bota o alza el brazo hasta el estribo”, en sabrosa expresión de los chalanes.
Entre nosotros, decimos, el caballo de paso adquirió condiciones especiales, capaces de crear toda una cultura en su entorno, expresada en lo que podríamos llamar la casi desaparecida escuela azuayo-lojana de equitación, manejo, aperaje y más elementos a la vez prácticos y rituales del añejo arte del chalanaje, profundamente vinculado con ese otro personaje en vías de extinción, el chazo.
Y así, el noble animal fue especializándose en sus servicios: a pasollano y  raza para caminar largos trechos; a elegante y orgulloso paso, braceando, se decía, ricamente enjaezado para las cabriolas de la escaramuza que daban lugar a fin de demostrar las habilidades de jinete y cabalgadura, chasadas, con singular maestría, o en la ostentosa “entrada” por las calles de la urbe, rumbo a la solariega casa, cuando se llegaba de la hacienda, la quinta  el largo viaje de negocios.
A partir de los años veinte del siglo  pasado comenzaron a llegar los primeros vehículos motorizados y a tracción humana. El desarrollo capitalista y el progreso de la urbe abrieron vías carrozables intercantonales, más tarde nos conectamos con otras provincias y regiones, es decir, entramos a la era Ford, como anota Adous Huxley, comenzando a vivir en el mundo feliz de la mecanización, el confort y el consumismo.
El caballo, desplazado por el ritmo creciente del progreso y la mecanización, sustituid por los automotores e incluso por la elemental pero práctica bicicleta, es hoy apenas un recuerdo del más reciente pasado comarcano. Y el caballo de paso especialmente ya no es una necesidad sino un artículo de lujo, criado para el solaz de unos pocos, cuidado para la exportación fue sacado de la hacienda, la finca  la dehesa a fin de ser incorporado al gran sistema productor de divisas.
Es necesario rescatar a este noble animal del semiolvido en el que l mantiene una sociedad cada vez más alienante y alienada, porque, por lo menos,, para algunas gentes de nuestra generación, la renuncia a montar a caballo es todavía un sacrificio penoso ya que el caballo no es tan sólo un medio más de transporte. Es amigo de mil y una aventuras, cerebro atento, poderoso músculo, voluntad, orgullo, valentía, arrojo y decisión, color, nobleza y fuego plasmados en galope tendido o en cadencioso y elegante paso.
Cuenca, marzo de 1994.

lunes, 2 de julio de 2012

¿JUANA DE ORO O JUANA DE ARCO?
Acabo de leer un interesante artículo de  Andrés F. Ugalde Vázquez, publicado en El Tiempo de hoy, en el que se invoca al “espíritu de las aguas” al que, al parecer, por la presencia de los cuatro ríos y numerosas quebradas,  está fuertemente ligada la historia de la ciudad. En el artículo de marras se hace memoria de la creciente de abril de 1950 en la que el Tomebamba o Julián Matadero arrasó con algunos puentes y otras edificaciones de la ciudad.
Según Ugalde Vázquez  después de la crecida del río “eran espacios vacíos los lugares donde estuvieran el Puente del Vado, de Todos Santos, aquel llamado Juana de Arco –hoy del Centenario- y todos los 14 puentes que comunicaban la ciudad”.
En torno al puente supuestamente llamado Juana de Arco encuentro  en el Libro de Cuenca 1 el artículo Mi Rio y sus  Puentes, de don Vicente Cordero Estrella que dice, refiriéndose al río Tomebamba: “ A tu paso por la ciudad y por dentro del puente de la “Juana de Oro”, así llamado porque a tu margen izquierda se levantaba airosa la construcción de una casa solariega de las primeras de Cuenca, de propiedad de doña Juana Valdivieso, una distinguida matrona de acaudalados recursos económicos, con los cuales ayudaba a familias menesterosas del lugar, por lo que sus vecinos, en gratitud, la llamaron “Juana de Oro” a esta pasarela de tabla y calicanto”. Luego acota que, al cumplirse el primer centenario de la independencia de Cuenca, el viejo puente fue sustituido por el del Centenario. Luego, en nuestros días se construyó, frente al antiguo Hospital de San Vicente de Ferrer el puente que une la orilla derecha del río con la escalinata que da acceso a la Calle Larga, con el nombre de Puente Juana de Oro.
Cuenca, junio 28 de 2012.