jueves, 31 de mayo de 2012

EN EL CENTENARIO DEL ASESINATO DE DON ELOY ALFARO DELGADO
Mayo 28 de 1912-2012
Manuel Carrasco Vintimilla
1.- La hoguera bárbara
A través de los títulos de  tres novelas, que a su vez constituyen sendas metáforas, pretendemos realizar un somero estudio analítico-interpretativo de los hechos que giran en torno al asesinato de don Eloy Alfaro D., , de su hermano Medardo, su sobrino Flavio,  los generales Manuel Serrano,  Ulpiano Páez y el periodista coronel Luciano Coral, el día domingo 28 de enero de 1912 en el Panóptico García Moreno, el arrastre de sus cuerpos por la calles y la postrer incineración de los cadáveres  en la explana de El Ejido, al norte de la capital, acto bárbaro, execrable que quedó prácticamente en la impunidad jurídica. Resaltar, por otra parte, el drama y la paradoja, como señalara Leopoldo Benites V. que caracteriza a nuestra historia a través de todos los tiempos y que ha signado profundamente la figura de don Eloy, combatido, perseguido, asesinado en 1912,  reconocido en 2005, como  el ecuatoriano más ilustre de todos los tiempos.
Carolina Larco  Chacón, fundamentándose en el criterio de Alfredo Pareja Diezcanseco, manifiesta: “se recuerda que, en 1919, el fiscal en el juicio para identificar a autores, cómplices y encubridores,(del asesinato) determinó en forma concluyente la responsabilidad del Estado….., no obstante los crímenes quedaron en la impunidad”(1) .Sin embargo  algunos escritores, entre los que destacamos a José Peralta y a Alfredo Pareja Diezcanseco, han elevado los nombres de los asesinos, cómplices y encubridores ante el tribunal de la Historia porque el pueblo ecuatoriano  no debe,  no puede olvidar hechos y acontecimientos de tal naturaleza, bajo el inquietante peligro de que la Historia  se convierta en  la repetición de los mismos sucesos protagonizados por distintas personas en diversas épocas.
En la introducción a la primera edición de “La Hoguera Bárbara” don Alfredo Pareja Diezcanseco escribe: “No es, pues, debido sólo a la terrible muerte que Alfaro y algunos de sus tenientes recibieran que he llamado a este libro “La Hoguera Bárbara”. Hoguera fue por ancho tiempo toda la Patria, bárbaramente encendida en luchas fratricidas” (2). Estamos de acuerdo con esta afirmación de Pareja Diezcanseco, quizás la última gran llamarada de la patria ardió  en la denominada Guerra de los Cuatro Días, entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre de 1932, tras la descalificación por el Congreso de Neftalí Bonifaz, presidente electo, así mismo en tiempos cruciales de nuestra historia republicana en los cuales se vivían los últimos coletazos de la Revolución Juliana y se iniciaban los primeros días del velasquismo populista, todo ello en medio de una lucha política a muerte entre liberales y conservadores, a la par que se asistía al surgimiento de nuevas fuerzas sociales y políticas.
Después de los cuatro días de Quito no se han registrado enfrentamientos armados de singular magnitud. Sin embargo, tenemos la percepción de que vivimos sobre los rescoldos de esa inmensa hoguera a la que se refiere el historiador guayaquileño, podríamos señalar muchos ejemplos de esta percepción en tiempos modernos y contemporáneos de nuestra historia nacional pero rebasaríamos los objetivos del presente estudio. Ojalá que no llegue a  cumplirse, en nuestro decurso temporal, con aquella máxima de la sabiduría popular: carbón que ha sido brasa, con poca chispa se enciende y podamos continuar en este ascendente proceso, de la barbarie a la civilización,  que nos ha traído  hasta  las puertas del siglo  este siglo XXI.
2.- El general en su laberinto
Plutarco, célebre historiador griego del siglo I de nuestra era es autor de  Vidas paralelas, una serie de biografías de ilustres personajes griegos y romanos, agrupados en parejas a fin de establecer una comparación entre figuras de una y de otra cultura –griegos y romanos- ,  iniciando de esta manera un género histórico-literario que, al parecer, según los datos de internet,  no tiene muchos cultores. Sin embargo conviene decir que en la historia  es posible registrar estas vidas paralelas de hombres que, a lo mejor viviendo en una misma época o acaso separados por la geografía y el tiempo, han seguido  derroteros históricos más o menos semejantes.
En  América Latina podrían encontrarse algunas vidas paralelas. Para fines de este estudio pensamos que hay cierta afinidad entre Simón Bolívar y don Eloy Alfaro Delgado, ambos, quizás sólo al final de sus vidas, perdidos en inextricables laberintos de angustia, soledad y desesperanza, camino a una muerte inexorable.
Como sabemos, Gabriel García Márquez es autor de la novela histórica “El general en su laberinto” obra en la que narra el último nostálgico viaje del Libertador por el río Magdalena,  en el que vuelve a visitar ciudades en sus orillas donde revive sus triunfos, sus pasiones y las traiciones de toda una vida. Valiéndonos del símil propuesto procuraremos evocar y reflexionar en torno al último viaje del Viejo Luchador, entre la estación del ferrocarril de Durán, Guayas,  y Chimbacalle en Quito, entre la noche del 25 y el medio día del  28 de Enero de 1912.
A igual que Bolívar Alfaro es un militar cuyos galones y grados fueron conquistados en los campos de batalla. Ambos procuraron cambiar y modificar las circunstancias sociales e históricas de sus pueblos. De Alfaro, dice José Peralta, que fue el regenerador de la patria, un militar que con la fuerza de las armas tomó el poder a fin de trasformar las caducas estructuras que habían venido conformándose quizás desde 1830, los ya viejos ideales de libertad, igualdad, fraternidad, de derechos y deberes, en fin de lo que hoy entendemos por democracia. Era un militar que anhelaba encausar al país por sendas democráticas y pensaba que el sucesor de él tenía que ser un civil y al no encontrarlo optaba por un militar y si este fallaba, otro civil; y al sospechar o constatar que sus sucesores no se encaminaban por los cauces radicales, emprendía de nuevo la lucha armada a fin de buscar la realización de su ideales, es decir, un laberinto político sin salida posible.
Al respecto, José Peralta, que estuvo muy cercano a Alfaro, y que quizás fue el que mejor conoció al líder radical, afirma “Este error capital y de consecuencias funestas para sí mismo y para el país, lo cometió Alfaro por dos veces, en la designación de sus sucesores. Lo vimos vacilar mucho tiempo ante este grave problema político en ambas ocasiones que tuvo que resolverlo; pues conocía que del acierto en la resolución, dependía la vida o la muerte del radicalismo ecuatoriano. El temor de que no se continuara con eficacia la obra de redención, comenzada el 5 de junio de 1895; de que se imprimiera otro rumbo a la política regeneradora, llegándose tal vez a traicionar de alguna manera a la causa del pueblo, lo atormentaba atrozmente y sostenía sus vacilaciones”. (3)
Venció a sus más recios opositores políticos, los conservadores. Sin embargo, una vez vencidos, aplicó la  política de perdón y olvido, sin comprender acaso que sus enemigos no podían aceptar ni practicar estos gestos de, diríamos, generosidad política, concedidos  por él, el líder radical, que  estaba destruyendo el mundo de ellos para construir otro diverso, y eso no tiene ni perdón, ni olvido. Es decir, otra maraña política difícil.
En fin podríamos poner, uno que  otro ejemplo más de estos laberintos existenciales en los que se perdió Alfaro, especialmente en sus últimos años de vida. Ahora tan sólo queremos hacer referencia a dos circunstancias más, que abonarían a favor de nuestra tesis, y que marcarían aún más el drama y la paradoja de su heroica existencia. Las modernas armas del ejército regular que venció  en las batallas de Huigra, Naranjito, y Yaguachi fueron adquiridas por don Eloy en 1910 a fin de enfrentar al Perú en el conflicto limítrofe de entonces. Y, el tren en el cual le transportaban ahora prisionero, vencido y humillado fue su magna obra vial que logró integrar las dos regiones y las dos ciudades más importantes de la época, La Costa y la Sierra, Guayaquil y Quito.
3.- Crónica de una muerte anunciada:
Quienes estudiamos historia, sabemos que sus procesos no dependen únicamente de la voluntad de los hombres, que en su entramado encontramos diversas estructuras y condiciones, el tiempo, la economía y la  política, el soporte social, en fin, toda una gama de circunstancias que van delineando y constituyendo  el devenir de una comunidad humana. Y, en lo que respecta al tiempo, debemos decir que el tiempo histórico se diferencia del tiempo de los físicos y los filósofos, éste está  ahí, imperturbable, eterno, mientras que aquel se va constituyendo por todas aquellas estructuras que conforman el cuerpo social de una comunidad. Pienso que el tiempo no pasa, como solemos decir, si no que los hombres pasamos por él, en el caso del tiempo histórico, lo vamos construyendo y constituyendo como si dijéramos a nuestra imagen y semejanza. Los hombres no somos hijos de nuestro tiempo, somos actores  en el tiempo histórico. Todo esto para tratar de comprender a Alfaro y a los hombres de su época, para tratar de comprender y explicar su accionar histórico y su  terrible muerte y quizás también explicar y comprender el accionar de sus victimarios.
Partamos de una premisa inicial: en los tiempos de Alfaro el país se encontraba en un proceso de transición, no solamente de un siglo que moría a  otro que nacía. El país se encontraba en una encrucijada de un tipo o modo de producción destinado a la subsistencia a otro que le catapultaba a la exportación, al crecimiento y fortalecimientos del mercado interno y a la vinculación con los mercados externos. Entonces, el acomodo a nuevas situaciones no era fácil, se constituía un tiempo social, vale decir histórico, extraño y conflictivo. Un tipo social de hombres lo arriesgaba todo a fin de constituir un nuevo mundo,  otro, luchaba por mantenerlo o conservarlo, no sé si esto es dialéctico, pero así estaba el mundo ecuatoriano a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Era pues, un jugarse a todo o nada. Si contamos los años entre el asesinato de Gabriel García Moreno y el arrastre de los Alfaro, tenemos algo así como 37 de luchas políticas y sociales, de acelerados procesos a partir de 1895, que de alguna manera  eran percibidos como tiempos de zozobra e inquietud por buena parte de la población quizás ajena a las lides políticas y a los enfrentamientos militares.
Por otra parte, el partido liberal revolucionario tras el triunfo en la guerra civil se fisuró en dos alas: la radical, liderada por Alfaro y la conciliadora de Leonidas Plaza Gutiérrez, a lo que habría que agregar a los conservadores vencidos en la contienda civil e incluso dentro del radicalismo encontramos tendencias lideradas por uno u otro teniente de Alfaro, como es el caso de su sobrino Flavio. Y en este ambiente todos o casi todos, líderes civiles y caudillos militares aspiraban captar el poder político a fin de imponer sus intereses de clase o grupo social y, como ya hemos visto, en medio de todos estos conflictos don Eloy Alfaro con sus dudas y cavilaciones políticas fue creándose, en el imaginario colectivo,  una imagen de líder ambicioso que deseaba el poder por el poder, que era el causante de las guerras civiles, en suma del desangre que afectaba al país ya por muchos años. Esta fue la imagen que sus enemigos políticos vendieron, como se dice ahora, a los ecuatorianos de ese entonces y hacia 1911, ya no era el líder que convocaba multitudes y despertaba esperanzas y anhelos sociales. Recordemos que Alfaro es uno de los políticos con mayor presencia en la historia del Ecuador, su primera insurgencia que registra en las décadas de los sesenta del siglo XIX contra el Gobierno de García Moreno, enfrentará A Veintimilla, a Caamaño, en fin, tras su triunfo en 1895, prácticamente dejará sentir su influencia hasta el año de su muerte.
Acaso, esta circunstancia, unida a las que tan brevemente hemos examinado con anterioridad, influyeron en el ánimo de sus rivales políticos para conspirar en su contra y llevarles a  pensar en recurrir al crimen político como solución para los supuestos males que su presencia y la de sus correligionarios causaban al país. Porque, los crimines de enero de  1912 no se fraguaron a raíz de la muerte de Estrada y la insurgencias de Montero y Flavio Alfaro en diciembre del indicado año. Al parecer nos enfrentamos con la crónica de una muerte anunciada.
Si hemos de creer a Peralta “El desaparecimiento de Alfaro y de su partido era ansiado por el tradicionalismo católico, ya que había declarado lícito eliminar al tirano; y por el placismo anarquizador, para quien la mejor y más fácil solución política es el puñal asesino”, (4) presupuesto que se divulgaba a través de la prensa de cada bando y era predicado por  uno que otro clérigo en  el púlpito. Fundamentándose en un escrito de Manuel J. Calle en el Grito del Pueblo, publicado hacia 1915, Peralta sostiene que Leonidas Plaza G. había dispuesto fusilar o ahorcar al Viejo Luchador, hacia 1904. El mismo Alfaro estaba persuadido de su fin trágico, conocedor del odio y la animadversión de sus enemigos.
Me asesinarán –repetía con frecuencia y con la mayor serenidad y calma- pero mi sangre ahogará a mis asesinos y consolidará al liberalismo en el Ecuador, se le escuchaba decir, según el testimonio de Peralta.
Pero, la prueba más cruda de  esta crónica de la muerte anunciada constituye una carta que Miguel Valverde  dirige a un amigo de apellido Mera: “Hay medidas dolorosas que se imponen desgraciadamente como remedios únicos para extirpar lo que reputamos males graves y llagas cancerosas de las sociedades humanas. Horrible pero necesaria para la noble causa de la independencia de Colombia, fue la matanza de prisioneros indefensos en Puerto Cabello, ordenada por la energía libertadora de Bolívar; trágica y terrible, pero necesaria,  fue la ejecución de los castigos nacionales de Querétaro decretada por la autonomía de Méjico y sancionad por el presidente Juárez; feroz, espantoso, salvaje, pero útil, pero necesario fue el linchamiento de los hermanos Gutiérrez ejecutado por el pueblo de Lima, triste, muy triste, pero indispensable para la vida misma de la nación ecuatoriana, será la ejecución del General Eloy Alfaro.- Que la fiera se defienda y que su zarpazos hieran de muerte a todo el que la ataque, está bien; este es el derecho de la fiera; pero los sobrevivientes tenemos, no el derecho, sino el deber de matarla.- Así, una transacción en estos momentos sería no solamente una cobarde abdicación: equivaldría a un suicidio. Este hombre, ese conspirador audaz, ese rebelde, es más peligroso que una fiera. Suelto, seguirá conspirando, encarcelado, seguirá conspirando, desterrado, continuará conspirando. Hay que matarlo para seguridad de la República”. (5)
A esta lapidaria carta habría que agregar las frases del Ministro Díaz, pronunciadas a raíz de los sucesos del 11 de Agosto de 1911: “Los Alfaros son imposibles, si ellos intentan regresar, los liberales, los radicales y conservadores, nos uniríamos con el gran pueblo para rechazarlos o incinerarlos si cayeran presos”. (6) Pruebas claras, contundentes de esta desgraciada crónica de una muerte anunciada.
Marzo de 2012.
BIBLIOGRAFÍA:
1.      Larco Chacón, Carolina, Del olvido a la impunidad de la masacre de 1912 a través de la Hoguera Bárbara, Kipus, 24, 2008
2.      Pareja Diezcanseco Alfredo, La Hoguera Bárbara, Clásicos Ariel, s/f
3.      Peralta José, Eloy Alfaro y sus Victimarios, Editorial Olimpo, 1951.
4.      (Ibíd.)
5.      (Ibíd.)
6.      (Ibíd.)

EL DÍA EN EL QUE LOS MORLACOS QUISIERON SER VASCOS

EL DÍA EN EL QUE LOS MORLACOS QUISIERON SER VASCOS
Quizás por falta de un conocimiento mayor de nuestra parte nos vamos a permitir afirmar que en la historiografía azuaya existe un notable vacío en torno a los siglos XIX y XX en lo que hace referencia al estudio de la historia secuencial y narrativa, ni se diga en lo que  atañe a las visiones interpretativas y analíticas, descontando, desde luego, escasos trabajos que han arrojado incipientes rayos de luz sobre este amplio panorama de dos siglos cuyo estudio se torna crucial para una mejor comprensión de nuestro pasado inmediato.
Revisando viejos papeles de la Hemeroteca Azuaya,  que reposan en los fondos documentales de la Biblioteca del Banco Central sucursal de Cuenca, utilizados para la elaboración de un trabajo sobre el Progresismo Azuayo,  inédito, por cierto,  nos  encontramos, con una verdadera joya de la crónica azuaya, según nuestro criterio,  escrita en el periódico La Voz del Azuay del 30 de septiembre de 1876 que deseamos compartirla con nuestros lectores en su prístina virginidad, no sin antes realizar la consiguiente y necesaria ubicación de los hechos en cuyo contexto se da  esta simpática producción periodística.
Gobernaba la república el Dr. Antonio Borrero Cortázar elegido presidente con un total de votos hasta entonces no visto en los actos electorales ecuatorianos, según Gabriel Cevallos G., quien acota además que fue el presidente que hasta ese momento había logrado una popularidad sin par, inaugurando lo que él llamaba, gobernar con riendas de seda, sin tomar en cuenta que su candidatura fue producto de una coalición de centristas con extremistas y que a la postre esta alianza iba a explosionar el momento menos pensado.(Cevallos García Gabriel, Historia del Ecuador, 1987)
En efecto, el 8 de septiembre de 1876 estalló en Guayaquil el golpe de estado encabezado por el general Ignacio de Veintemilla, quien había sido reincorporado al ejército a su retorno de un largo exilio en Europa, aprovechando su amistad con Ramón Borrero, hermano del presidente, logrando que se le designara Comandante General de la plaza de Guayaquil.
En el puerto principal develó una conspiración del general Secundino Darquea y de los Jefes 1° y 2° del Cuartel de Artillería, a quienes desterró a Lima. El presidente Borrero creyó que se trataba de una retaliación, pues Darquea había sido tildado de autor intelectual en el asesinato de José de Veintemilla, hermano de Ignacio,  y airadamente le mandó a decir a su Comandante General que el gobierno no estaba dispuesto a vengar agravios ajenos.
Veintemilla se indignó y desde entonces comenzó a conspirar con los jóvenes liberales Miguel Valverde, Marcos Alfaro y Nicolás Infante, que se sentían frustrados porque Borrero no derogaba la Constitución garciana o Carta Negra.
Ese día Veintemilla se había encerrado en el Cuartel con los batallones y la caballería. El Concejo Cantonal resolvió proclamarle  Jefe Supremo y General en Jefe de los ejércitos hasta que se convocara a una Convención Nacional Constituyente para que gobierne bajo los verdaderos principios de la causa liberal. También se acordó entregar el poder a Pedro Carbo,  por entonces en New York,  y el cambio de la bandera tricolor por la celeste y blanca de Guayaquil.
Ante los sucesos del 8 de septiembre los azuayos, indudablemente partidarios de Borrero,  reaccionaron como nos deja ver la crónica periodística que, con el título de EL AZUAY SOBRE LAS ARMAS se publica en el semanario La Voz del Azuay, el 30 de septiembre del indicado año. Cabe indicar que esta publicación corresponde a la segunda época del periódico y asoman como redactores y colaboradores Alberto Muñoz Vernaza, Juan de Dios Corral, Rafael Villagómez Borja, Tomás Abad, Julio Matovelle, José Rafael Arízaga y Mariano Borja.
La actitud bélica que ha asumido la provincia del Azuay con la noticia de la facción militar de Guayaquil, es un acontecimiento que nos llena de noble orgullo y nos hace advertir que, si hay entre nosotros un puñado de viles traidores, también hay corazones generosos y magnánimos, dispuestos a sacrificarse en las aras de la Religión y de la Patria, por salvar la honra nacional, la fe de nuestros padres, los fueros de la moral y de la virtud.
El espectáculo que ofrecen las calles y las plazas de esta ciudad, los caminos públicos y las cabeceras de cantón, en toda la provincia, es de lo más grandioso, imponente y conmovedor. No se lo puede mirar, sin abrasarse en esa especie de fiebre patriótica, que nos presentan los campos de batalla como regiones encanta­das de gloria, y la muerte misma como el triunfo del honor y la civilización sobre el crimen y la barbarie. Parece que el aire se halla encendido en torno nuestro, y que nos envolviera una atmósfera de fuego.
Desde que el sol asoma en el horizonte, las plazas y las calles se encuentran atestadas de gente armada, que se disciplina sin cesar y se apercibe al combate. Aquí, un batallón en ejercicio, ostenta ya la pericia de las fuerzas veteranas; allá se despliega otro, en rápidas guerrillas, al mando de su jefe; el famoso Escuadrón Cañar, armado y bien montado, se impacienta por probar sus lanzas en los pechos de los traidores; la noble, la ilustrada, la erguida juventud, en el número de seis­cientas plazas, rebosando en furor marcial y con la conciencia de la justicia y el derecho, sueña con los combates y la victoria; y las calles y los caminos públicos son grandes avenidas de hombres voluntarios de todas las clases sociales, que, sin agotarse, llegan día a día, hora por hora, para armarse y acuartelarse.


La madre de sus hijos en defensa de la Patria y del más legítimo de los gobiernos; las esposas les imponen a sus maridos la sagrada obligación de morir o de vencer en favor de tan santa causa; los venerables curas hacen lo propio con sus honrados y leales feligreses, desa­rrollando a su vista el cuadro horroroso del triunfo de la revolución impía; y todo se mueve, se agita, hierve y se desborda en la Provincia del Azuay.
Si, lo que es imposible, el motín militar de Guayaquil, llegara a hacerse fuerte, levantando sus legiones al pie de fuerza de cuatro o seis mil hombres, guerra tendríamos, a no dudarlo, por cuatro o seis años; y, sin que haya la más pequeña exageración, ningún traidor que hollara con sus inmundas plantas el territorio azuayo, tornaría a la costa, vivo ni muerto. Cuales­quiera que sean los caracteres y condiciones de la casi humanitaria guerra moderna en el presente siglo, no podemos responder de los horrores de la a que nos han provocado, por las bandas de hombres que se  han levantado, como por encanto, a la voz de  Patria y Religión, serán torrentes incontenibles el día del combate.
Quién podrá convenir en la demolición de nuestros templos y altares? Qué esposo, qué padre, qué hermano podrá aceptar la promiscuidad de mujeres? Qué propie­tario se resignará a entregar sus bienes al comunismo voraz y asolador? No, no; lucharemos un año; luchare­mos diez años; lucharemos hasta morir. El motín militar del ocho del presente mes, no pudo prever, no pudo medir,  todo el alcance, todas las consecuencias de su infame traición.
Pero vamos al punto capital de la cuestión que nos ocupa. ¿Tendrán los traidores la audacia y el cinismo de venir a imponernos su voluntad por medio de las armas a nombre de la libertad y el derecho?
Dado que sí ¿podrá vencernos una legión de hombres oscuros y desacreditados, representantes siniestros del petróleo y de la Comuna?
Una vez que por milagro de Satanás escalaran los Andes y ocuparan nuestro territorio ¿encontrarían entre  nosotros un solo traidor y pérfido que se pusiese al servicio de ellos, dando las espaldas a la patria, a Dios, a la familia y a la civilización cristiana? Todo esto nos parece poco menos que imposible. Un hombre puede combatir solo contra un ejército; sentarse sobre el cráter de un volcán o arrojarse en un abismo sin fondo; pero jamás resistir el torbellino de fuego de la  opinión pública, que mina, que abrasa, que consume y aniquila como la fiebre o el cólera asiático.
No creemos que se atrevan a trepar nuestras montañas, a nombre de la libertad y del derecho. No creemos, no queremos ni podemos creer que una banda de inocuos pretorianos sea capaz de suplantar la soberana voluntad de pueblos libres, ventajosamente civilizados y orgu­llosos con la íntima conciencia de su poder intelectual y material, como los que componen la provincia del Azuay. En primer lugar su pie de fuerza (la de los traidores) es relativamente insignificante, porque si la guerra civil se prolonga y el furor religioso llega a su última expresión, como ya se deja ver en todas las clases sociales, las provincias del interior pueden poner treinta mil hombres sobre las armas, sin que haya la más pequeña exageración.
Cuáles son esas armas? podrán decirnos. Sola esta provincia cuenta, pues, según cálculos rigorosamente matemáticos, con más de mil fusiles, entre rémingtons y fulminantes, cinco o seis mil bocas de fuego más, entre carabinas, escopetas, trabucos, revólveres; y con más de dos mil armas blancas, siendo en mayor número el de bien templadas lanzas, manejadas por el prepotente brazo de los llaneros del Azuay, los invencibles del Escuadrón Cañar.
En segundo lugar, tenemos seguridad de que las dos terceras partes de las fuerzas de Guayaquil, han sido engañadas por los traidores, cohechadas con mil falsas invenciones, como la de que el Presidente se retiraría a su casa, en el acto en que supiese la infame facción del ocho, ya por que no ambiciona el mando ni gusta de la concupiscencia del poder, ya también por que odia profundamente los horrores de la guerra;  y ya se ve que tales hombres tienen que volver sobre sus pasos, que tomar el buen camino, el camino del honor y de la lealtad, desde que el señor Borrero, a quien sus oscuros enemigos no han podido estudiar todavía, ha asumido la imponente actitud que debía, en virtud de su elevada inteligencia, espíritu sereno, corazón ardiente y amor a la gloria. Si, lo repitiéremos una vez más; sangre de Lamar y Rocafuerte, sangre de Elizalde y don Vicente Borrero circula en las venas del presidente de la república, y tiene puestos sus ojos en el juicio de la posteridad, para quien pudiera omitir ningún sacrificio por debelar la más negra de las facciones de cuartel, la más impía y cínica de las revoluciones.

En tercer lugar, los hombres notables de la provincia del Guayas, los sujetos de distinción por la inteligen­cia y las luces, y, en general, todos los guayaquileños honrados, no podrán tolerar que se tome su nombre, en plena mitad del siglo  19, por un miserable grupo de hombres oscuros y generalmente execrados y maldecidos, para lanzarse en la bárbara conquista del interior, e imponer sus ideas profundamente disociadoras y salvajes en materia de política, religión y gobierno, a cien pueblos que pueden enseñarles a leer y escribir. Que! el suelo de Espejo, Mejía y Salvador; la tierra de Velazco y Maldonado; la patria de Lamar, Solano y Malo podrán ser conquistadas, aherrojadas y amordazadas, para que piensen y sientan como los Alfaro y Baldas, los Infantes y Valverdes de Guayaquil ? Ni pensemos en semejante absurdo. Miserables!
Tenemos a la mano algunos fragmentos de los cantos vascos, encontrados por la Tour de Auvergue en un convento de Fuenterrabía. Su lectura nos da el cuadro exacto de lo que pasará entre nosotros y los jefes y soldados revolucionarios que se atrevan  a poner sus inmundas plantas en las poblaciones del interior. Copiamos, pues, algunos pasajes de aquellos fragmentos con profética inspiración, y nos remitimos al resultado de la guerra.
"Ahí vienen! Ahí vienen !. Oh ! que selvas de lanzas. Cuántas banderas de diversos colores flotan en el aire ! Cómo brillan las armas ! Cuántos son ! Muchacho, cuéntalos bien. Uno, dos,  tres, cuatro... veinte, veintiuno y miles más. Tiempo inútil el que se emplea en contarlos; unamos los nervudos brazos, arranquemos estas rocas; y que caiga desde lo alto sobre sus cabezas; matémoslos, aplastémoslos.
"Qué tenían que hacer en nuestras montañas esos hombres ?. por qué han venido a turbar nuestra paz ?. Cuando Dios formó las montañas, fue para que los hombres no las atravezasen. Pero los peñascos abandonados a su ímpetu se precipitan a aplastar las tropas; corre la sangre y se estremecen las carnes. Oh ! cuántos cráneos rotos. Qué mar de sangre !.
"Huyen !. Huyen !. Dónde está la selva de sus lanzas ?.
"Dónde las banderas de colores que flotan en medio ?. Ya no brillan sus armaduras teñidas de sangre. Cuántos son, muchacho, cuéntalos bien; veinte, diez y nueve, 18, 17...... 3. 2, uno. Uno !. Ni uno siquiera. Todo ha concluido: soldados podéis volver a vuestras casas, abrazar a vuestras esposas e hijos, limpiar vuestras armas, colocarlos con vuestros cuernos de búfalo y luego acostaros a dormiros. Por la noche, los buitres vendrán a comer las carnes pisoteadas y estos huesos blanquearán eternamente".....
Pero demos el caso de que las armas revolucionarias penetren en Quito y en Cuenca sobre montones de cadáve­res y lagos de sangre, ¿podrán contar con cuatro traidores siquiera que se pusieran al servicio de sus ideas políticas y religiosas y se atrevieran a suplan­tar la voluntad soberana de los antiguos departamentos de la Nación? Tenemos fe, convicción profunda, conciencia íntima de que no hallarían en ninguno de los grupos políticos del país, ni cuatro secuaces del estandarte revolucionario, símbolo funesto de la traición, de la perfidia y de la impiedad, representa­das por la Internacional y la Comuna con todo su séquito de horrores.
Lo que es en  Cuenca -lo decimos con la mano sobre nuestra conciencia- no vemos uno solo, en ninguna de las esferas sociales, capaz de abrazarse de la bandera de Satanás. Habrá desafectos al Gobierno, tal vez; quizá algunos de ideas avanzadas en materia de instituciones liberales, en política; pero no conocemos uno solo que no pertenezca a la comunión católica y no sea capaz de sacrificar su vida por la religión de nuestros padres.  I deben comprender los extraviados de Guayaquil que la ilustrada juventud del Azuay, no es religiosa por mera rutina, sino por convicción. Ha estudiado concienzuda­mente las obras de los incrédulos, las inmorales novelas de los libres pensadores, los opúsculos y folletos de los comunistas, socialistas, utilitaristas, calcadas sobre los diabólicos trabajos de Voltaire, Rousseau, Renán, &,& y ha acabado por deplorar la miseria humana, hallando el genio a lado del error, el talento a lado del crimen, la instrucción envuelta en las nebulosidades del sofisma, la perfidia, el odio, el sarcasmo con el falso brillo de la razón, de  la filosofía, de la justicia y el derecho.
Ahora bien: hombres de conciencia ilustrada y corazón levantado por el estudio y la meditación ¿podrán abjurar sus ideas, renegar de sus principios y prevari­car miserablemente a vista de las sombrías legiones de la traición y del ateísmo, bajo sus múltiples formas?  Lastimoso error, obcecación estúpida de la ambición, delirio, locura de la más ruda empleomanía. Lucharemos, pues, un año, dos años, toda la vida; pero recuerden los traidores que Flores, Urvina, Franco, con ejércitos poderosos, tuvieron que sucumbir ante la omnipotencia de la opinión pública.
Sin embargo, “En diciembre Veintemilla decidió atacar a la Sierra, a la que solamente había amenazado con el avance de tropas. Apertrechado con los elementos bélicos llegados de EE.UU., inició un movimiento envolvente y fue avanzando hasta Galte, donde una gran refriega que dejó mil muertos y seiscientos heridos, determinó la caída de Borrero y el final de una etapa de nuestra historia”, anota Gabriel Cevallos García.

Fuente: LA VOZ DEL AZUAY, # 36, septiembre 30 de1876
Cuenca, abril de 2012

martes, 29 de mayo de 2012

EL CHAZO AZUAYO

EL CHAZO AZUAYO: LA IDENTIDAD ELUDIDA
I.                    INTRODUCCIÒN:
En 1966 publicamos  “Teoría y memoria del chazo azuayo”  en Estudios, Crónicas y Relatos de nuestra tierra, compilado por María Rosa Crespo C.  Tenemos  la sospecha del que el artículo fue poco leído,  pues  en los 14 años que han  trascurrido desde su publicación no ha pasado nada, desde el punto de vista académico, lo que vendría a confirmar nuestra  sospecha  y a hacernos  pensar que quienes lo hicieron le miraron con un mohín de cierto menosprecio y conmiseración.
Ante la falta de acogida de la academia y otros sectores de las  ciencias humanas y sociales nos despreocupamos   de la situación hasta ahora que nos encontramos preparando el II Encuentro Nacional de Historia de la Provincia del Azuay,  dentro del programa Memoria, Identidad y Región, a fin  de  retomar el tema en esta breve ponencia que ponemos  a consideración de Uds. acompañada de  una separata del  artículo que fuera publicado en el libro de nuestra  referencia.
La verdad  es que aquí, en nuestra universidad, en la ciudad,  nos leemos muy poco entre nosotros, de ahí el aserto  atribuido al Loco Maldonado: si quieres permanecer inédito, publica  en Cuenca.    Hoy los comentarios circulan   entre   pasillos y  recovecos,  por el  correo de brujas,   a raíz de que se extinguiera  ya hace algún tiempo la última generación de  críticos y  polemistas azuayos, que solían decir al pan, pan  y al vino, vino.
En torno al silencio académico y el desdén social que pesa sobre el chazo azuayo   nos  parece distinguir varias aristas. Una de ellas, quizás la más aguda, sería el racismo postcolonial, “un racismo cuyo alumbramiento se vio en la colonia pero que sigue vivo en la actualidad” (Kelly Nataly), pues si no entendemos mal el  planteamiento  braudeliano de las estructuras de larga duración,  aplicado al análisis de las historia de las civilizaciones,  las repúblicas de blancos e indios que singularizaron la sociedad colonial aún están  presentes entre nosotros, con una duración de siglos.
               
II.- LAS  REPUBLICAS  DE BLANCOS  E INDIOS:
Mutando lo mutable y acogiéndonos, como ya se ha dicho, a la perspectiva histórica de la larga duración,  podemos afirmar que para estos tiempos iniciales del siglo XXI la estructura social ecuatoriana  todavía reposa sobre la convivencia de dos grandes comunidades étnicas y culturales - repúblicas en la terminología colonial- :  la  de los blancos  y la de los indios,  a cuyo interior han aflorado, ayer y hoy,  otros grupos étnicos-culturales, en una constante  “mezcla de sangres”, como quería Vasconcelos, definida como  mestizaje,     que acaso debería ser el crisol de  la raza cósmica, románticamente soñado por el pensador mejicano.
Que duda  cabe que desde 1492, quizás desde mucho antes, nos  encontramos insertos en un complejo proceso histórico de mestizaje, teñido con diversos tintes de este  racismo postcolonial que hemos enunciado, pese a la declaratoria  constitucional de que somos un  estado intercultural,  plurinacional y de yapa, democrático.
Guillermo Céspedes del Castillo afirma  que “La estructura social indiana del siglo XVI  reposa sobre la convivencia de dos grandes comunidades étnicas y culturales –repúblicas en terminología de la época-  constituidas por los españoles y los indios; a cerca del antagonismo de sus respectivos interés no es necesario insistir por ahora”.
Sin embargo pensamos que hoy si necesario insistir sobre aquel antagonismo pues          supuso el inicio  de un persiste conflicto social presente en nuestra  historia social.
Así, la república de los blancos –blanco-mestizo se dice hoy-  se estructuró en torno a la ciudad, convertida en un instrumento de dominación, imaginada como el espacio de los  “caballeros” y “soldados”, mientras que el campo sería el espacio de los indios, congregados en torno a las reducciones  o pueblos.
Sin embargo no eran mundos cerrados y aislados unos de otros, se necesitaban y complementaban por diferentes motivos que fueron posibilitando la cristalización del mestizaje,  sobre todo en  la ciudad precisada de  mano de obra indígena.
Entre la ciudad castellana y el pueblo de indios, de mano con la ley de los espectros raciales, propuesta por Alejandro Lipschutz,  se fue conformando una gama de centros poblados, cada uno de ellos en función de los  múltiples servicios sociales requeridos por la comunidad colonial.  Así, Ana  Luz Borrero V. plantea que entre la ciudad y las reducciones de indios surgieron los pueblos,  asientos, estancias, caseríos, pucaras,  tambos y aposentos.
 En cada uno de ellos habrá de asentarse, de acuerdo a su condición social y económica, de conformidad con su origen étnico y su desempeño económico y social, los variados   componentes de la diversidad  social que animaba el conjunto colonial. Nos explicamos, en la ciudad, caballeros y soldados, funcionarios reales y presbíteros, hacendados y dueños de minas, comerciantes,  en fin, blancos, amen de otros grupos del conglomerado social urbano. En los pueblos de indios los caciques y principales, los hatun runas o indios del común y una variedad de sujetos integrantes de lo que Poloni-Simard  ha denominado con acierto el mosaico indígena.
 En las áreas sociales que rellenaban el espacio existente entre los dos polos, en esta gama de centros poblados, como hemos acotados antes, vendrán a asentarse mestizos, indios ladinos, negros, zambos, mulatos,  es decir,  otro mosaico social amplio y diverso.
De esta diversidad, de mano de la teoría de los espectros raciales, hemos  de seleccionar, para fines de la ponencia,  al mestizo –cruce de blanco con indio-, que a nuestro entender,  en el Corregimiento de Cuenca, luego Gobernación,  hoy, provincia del Azuay, es decir,  en este territorio con diversos nombres históricos pero con una sola historia social, el mestizo está singularizado por dos vertientes en tanto se acerque o  distancie del “blanco”,  castellano  o español.
El cholo, “mestizo en hábito de indio”, al decir de Diego Arteaga, quien singulariza a la Chola Cuencana “como figura emblemática del mestizaje biológico y cultural de Cuenca”,  sería una vertiente o matiz del espectro racial. Sin embargo, la chola no es, como cree Carlos J. Córdova, “la mujer del chazo”.
El término chola cuencana se define por Córdova de la manera siguiente: “mujer del pueblo, de origen humilde, no india”. Chola se define así: “dícese de la mujer del chaso”. (Kelly Nataly)

En la otra vertiente o matiz  racial y social, a manera de hipótesis, nosotros vemos  al chazo, “mestizo en hábito de  español”, como otra figura representativa del mestizaje biológico y cultural de nuestra sociedad regional.
Sin embargo, lo que acabamos  de afirmar lo decimos  con reserva, asentándola   en calidad de hipótesis previa, por que en torno al chazo, especialmente sobre el chazo en el Azuay, salvo nuestro  artículo de marras, que  sepamos,  no hay nada escrito,  ni “estudiado” por la academia.
III.DEL NOMBRE Y SUS  VISCISITUDES:
¿Chazo?,….. ¿Quién es ese  man? Fue la pregunta de Estefanía en clase cuando algo dijimos  del tema que íbamos  a tratar  en esta ponencia. Bueno, no fueron exactas sus palabras, pero la intención del tono con el que las dijo  iba  por ahí. Es el campesino blanco mestizo,  contestamos  y ambos quedamos medio tranquilos. Pero cabe decir que la respuesta no es exactamente ésa. El chazo es eso, y algo más.
Para comenzar, desde el punto de vista lexicográfico hay mucho que decir:
Chazo, dice el Diccionario de la Real Academia, tiene  dos acepciones: 1.- m. Can. Pedazo, remiendo. 2. m. Nudillo (zoquete de madera).
Chaso, sa. Adj.- Designa a todo labriego de la región azuaya que no sea de raza aborigen
Chaso, sa. (Ser un o una).- Se dice de cualquiera que con sus dichos o acciones se manifiesta duro o grosero,  se lee en el Léxico de vulgarismos azuayos  de Alfonso Cordero Palacios
Chazu, n. Charro, mestizo, campesino blanco, consta en el Diccionario quichua-español. Español-quichua,  de Luis Cordero
Chasu. s. campesino, en el Diccionario kichua-Castellano. Yurakshimi-runashimi, recopilado por Glauco Torres Fernández de Córdova.
Para comenzar, no hay precisión en la grafía, escriben el vocablo  con z o s, para terminar, a excepción del diccionario de la Real Academia, los tres autores azuayos manifiestan que se trata de un campesino.
Sin embargo, hay un poco más de novedades: Chazo, es una bonita población de la Coruña (Galicia)  y como apellido hay alrededor de 118 personas censadas en España, el mayor número se da en  Pontevedra y Huelva.  Con el  apellido Chaso hay 35 personas censadas,  y el mayor número  se encuentra en Asturias. Chazos y chasos están repartidos por Alemania, E. U y Argentina, entre otros países de este ancho y ajeno mundo. Por cierto, hay también en el Ecuador personas con éste apellido y dos topónimos: Chazo Juan, en la provincia de Bolívar y San José del Chazo, en la provincia del Chimborazo.
Conozco la presencia histórica del legendario Chazo Gálvez, comandante de las huestes de Antonio Vega  Muñoz durante las luchas antirrevolucionarias del caudillo azuayo contra Alfaro, fui  amigo del  Chazo Rafico Carrión, nabonejo de cepa,   y he llegado a conocer vía internet de la existencia del Chazo Jara, músico zarumeño, ícono de la bohemia y la alegría orense, nadie más,  por lo que nos atreveríamos a decir que no hay más “chazos” conocidos en el  Austro.
La cuestión lexicográfica la planteamos en los siguientes términos:   ¿chazo o chaso, pertenece al  castellano, en consideración de la denominación geográfica de cierto lugar de la Coruña y en virtud de los apellidos que se registran en la península ibérica,  o  es vocablo quichua, como señalan Cordero Crespo y Torres Fernández de Córdova?   Me parece que la cuestión les pertenece más a los lingüistas  que a nosotros por lo que dejamos   en este estado nuestra inquietud investigativa.
IV. EL CHAZO AZUAYO: L A IDENTIDAD ELUDIDA:
En un bello libro, bella y profusamente ilustrado con magistrales fotografías,  titulado “Chagras”, Leonardo Serrano Moscoso al referirse al campesino mestizo de la Sierra indica la existencia de tres denominaciones regionales para un mismo personaje: el pupo del Carchi, el chagra de la Sierra Centro Norte y el chazo  en las provincias australes, fundamentalmente en Azuay y Loja.
En estas provincias  dice  “aparece el chazo, término sobre el cual parece que los  lingüistas no se han puesto de acuerdo. Sin embargo chazo es un antiguo vocablo utilizado por los indígenas del sur del país para referirse al mestizo”  y le describe como  hombre de tez blanca, bien parecido, ojos claros y,  algunos, de  pelo rubio.
 Por su parte, Alejando Carrión, el célebre Juan sin Cielo,  en   auténtica apología del chazo lojano dice:
“Hacia el Sur, en dirección a la frontera con el Perú están los cantones de Gonzanamá, Calvas, Paltas, Macará, Alamor y Zapotillo,  la tierra de los chasos, el mestizo claro, más blanco que indio,  buen jinete, gran conversador,  con su lazo de vaquero y su carabina, ganadero del ganado de su patrón, contrabandista a ratos,  a ratos bandolero batiéndose con los “rurales” y a veces “rural”, cuidando la propiedad y defendiendo la ancha paz del campo,  agricultor cuando la erosionada tierra y la esquiva lluvia lo permiten, aventurero y cantor. “Chazo quiere decir cariño” afirma cuando el alcohol arde en sus venas”.
Confirmamos  con esta descripción el hermanamiento racial y social que existe entre el campesinado blanco mestizo de Loja y el Azuay, pues con ciertas e insignificantes salvedades el chazo azuayo es, por decirlo, hermano gemelo del lojano.
  Mientras que Serrano Moscoso al referirse al chazo con agudeza  le describe, complementando el retrato etnológico de Carrión,   en  estos  términos:
 “Más allá de sus orígenes, la esencia está en su actitud y sus virtudes: chacarero experto en la agricultura y la ganadería; chalán sapiente y conocedor de chaquiñanes, anda a lomo de caballo con paso seguro, recortando peligrosos caminos de geografías excepcionalmente duras y desafiantes como son las del Azuay y, sobre todo, Loja. Sobresalió en la época en que grandes recuas de mulas eran arreadas para ser vendidas en el Perú. Igualmente particular en su indumentaria. Su atalaje tiene algo de andaluz: montura de espaldón alto,  en ocasiones sin cabezada, como la silla campera andaluza que evoca su ascendencia berberisca”.
Es una pena que hayamos tenido que recurrir a un escritor lojano y a un arquitecto quiteño a fin de aproximarnos al chazo azuayo en su fisonomía física, en  su impulso vital al no haber encontrado  estudios en nuestro ámbito intelectual que se refieran a su figura y presencia social.
Acaso alguna descripción  o referencia pueda encontrarse en novelas como Los Idrovos, de Carlos Aguilar V.,  en Los hijos de Alfonso Cuesta, Sanaguín, Sal o Chorro Cañamaso   de G.  Humberto Mata  y  tal vez  algo  en Barros de Siglos de César Andrade y Cordero. Mas, son lecturas ya demasiado lejanas en el tiempo y a las que no hemos podido recurrir  acorralados por la premura y la prisa de terminar la ponencia, queda por lo pronto abierta una línea de investigación que ojalá sea retomada por nuestros estudiantes del Departamento de Humanidades.
V.- ALGO MÁS SOBRE EL CHAZO AZUAYO:
En efecto, es un mestizo más cercano al blanco  que al indio, cuyos orígenes raciales o étnicos no han sido debidamente estudiados. Es posible que sus raíces se encuentren en el maridaje   de cholas con españoles, no se puede descartar sus orígenes franceses, en la  época de la Misión Geodésica, y sus  nacimientos “gringos” como frutos de los exploradores de minas, cascarilleros, científicos, botánicos, militares de la independencia y de misiones extranjeras, en fin, que a lo largo de algo más de quinientos años circularon por los  caminos y pueblos del Azuay, fecundando con su genes la savia primigenia de las gentes de ésta tierra.
¿Y cómo es él?...  Habitaba y habita en esa gama de poblados que surgieron en la época colonial entre los polos de la ciudad y las reducciones de indios, que hoy se denominan pueblos y caseríos.  Viste o vestía, sombrero de paño o de toquilla, saco de casimir, pantalón de lino, zapatos o botas “a la española”, se cubre del frío con poncho de lana de borrego-el huanaco desapareció definitivamente de su indumentaria-. Su mujer, la chaza, no la chola, exhibe falda o vestido largo, chalina o pañolón, zapatos de taco medio. Al chazo no le falta, o no le faltaba,  machete o  revólver, alforjas,  caballo o mula de raza o paso  llano –que en estos tiempos de la modernidad están siendo substituidos por el carro-, gallo de pelea y perro rastreador de venados y demás cacería para la que utiliza escopeta y máuser corto. Juega al naipe y toma trago.
A veces podemos ver en él al charro mejicano, el gaucho argentino, el huaso chileno o a cualquiera de los mestizos campesinos de nuestra América Latina.
Al retomar la ley del espectro racial y la cadena de centros poblados existente entre la ciudad y el pueblo de indios debemos manifestar que al chazo, desde la época colonial, le cupo diversas actividades, algunas de ellas han sido ya citadas y esbozadas por Carrión y  Serrano Moscoso. Es y fue gambusino, negociante de oro,   chacarero, criador y negociante de ganado, contrabandista de aguardiente y guarda de estancos, pulpero, chalán y mayordomo de hacienda, arriero,  en fin, ha desempeñado o desempeña una variada gama de actividades económicas y sociales acordes con su situación en el complejo social de ayer y de hoy. Y hoy es, por cierto, migrante.
Es indudable la carga racista y discriminatoria de ciertos etnónimos  que en  una sociedad de castas y estratos más o menos cerrados contribuyó para identificar  el rol económico-social de los integrantes de  un mundo amplio y complejo. ¿Acaso  ahora, todo depende,  en nuestro parecer,  del contexto en el que se pronuncien  o escriban, vocablos como burgués, proletario, pelucón y otros,  que  apuntan también a discriminar y envilecer, de acuerdo, insistimos, al contenido que se le quiera dar?
Con el chazo, personaje esencial de nuestra identidad azuaya y austral, debe y tiene que suceder lo que pasó con el término morlaco, utilizado antaño como denigrante, ofensivo y discriminatorio, hoy reivindicado como parte de nuestra identidad y orgullo. El montubio, acaso la contrapartida del chazo en la Costa, fue reivindicado desde los tiempos de José de la Cuadra, mientras el chagra tiene su festival anual en Machachi y el lojano lo estudia y celebra en su tierra.
Para hacerlo hay recuperar su identidad, a través a través del estudio y análisis  de su  lenguaje como instrumento de comunicación: literatura, modismos, refranes, mitos y leyendas, historias  e imaginarios.
Hay que recuperar su  memoria histórica, conocer su pasado a fin de comprender su presente y avizorar su futuro-
Debemos recuperar su patrimonio cultural y monumental, su acervo documental y artístico, valorar sus conocimientos y saberes tradicionales en torno a su relación con la naturaleza, la flora, la fauna, los recursos naturales, sus tecnologías, régimen alimentario, medicina, arquitectura, relaciones sociales y de producción, en  fin su cultura.
El chazo azuayo tiene que estar, como está el charro mejicano, el gaucho argentino, el guaso chileno, el llanero venezolano, tiene que estar en la literatura, el cine y la televisión, más que como un ente folklórico como un elemento cultural de nuestra realidad diversa y vario-pinta.
Por que de él venimos y a él vamos en nuestros orígenes genéticos, en nuestra cosmovisión, formas de ver y entender el mundo, canciones bailes, comidas, indumentaria. En fin está presente en nuestro pasado y presente y quien no lo quiera ver que tire la primera piedra.
BIBLIOGRAFIA
-          Chacón Z. Juan, La república de los indios en la antigua provincia de Cuenca, en   Revista Nacional de Historia, Sección del Azuay, Nº 3, 1981
-          Lipschutz Alejandro, El problema racial en la conquista de América, Siglo XXI Editores, 1975
-          Carrión Aguirre Alejando,  Primeras Palabras, en El último rincón del mundo. Ensayos históricos, 1988.
-          Poloni-Simard Jacques, El mosaico indígena, Editorial Abya Yala, 2006
-          Serrano Moscoso Leonardo, El chagra, en Chagras editado por  Peter Oxford y  Renné Bish, 2004
-          Borrero Vega Ana Luz, El paisaje rural en el  Azuay, Banco Central del Ecuador, 1989
-          Céspedes del Castillo Guillermo, Las Indias durante los siglos XVI y XVII, en Historia de España y América, social y económica, volm. 3, 1971
Arteaga Matute Diego, La Chola Cuencana, en  Revista Artesanías de América, Nº 65, Cidap, 2007
-          Kelly Nataly,  Más allá del cholo:  Evidencia lingüística del racismo poscolonial en el Ecuador, 2002, http://www.natalykelly.com
-          Osorio Laura, Los pueblos indios vinculados con las políticas de separación residencial en el Nuevo Reino de Granada, en Biblioteca Luis Ángel Arango.
http://banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/27/pueblos.htm