martes, 29 de mayo de 2012

EL CHAZO AZUAYO

EL CHAZO AZUAYO: LA IDENTIDAD ELUDIDA
I.                    INTRODUCCIÒN:
En 1966 publicamos  “Teoría y memoria del chazo azuayo”  en Estudios, Crónicas y Relatos de nuestra tierra, compilado por María Rosa Crespo C.  Tenemos  la sospecha del que el artículo fue poco leído,  pues  en los 14 años que han  trascurrido desde su publicación no ha pasado nada, desde el punto de vista académico, lo que vendría a confirmar nuestra  sospecha  y a hacernos  pensar que quienes lo hicieron le miraron con un mohín de cierto menosprecio y conmiseración.
Ante la falta de acogida de la academia y otros sectores de las  ciencias humanas y sociales nos despreocupamos   de la situación hasta ahora que nos encontramos preparando el II Encuentro Nacional de Historia de la Provincia del Azuay,  dentro del programa Memoria, Identidad y Región, a fin  de  retomar el tema en esta breve ponencia que ponemos  a consideración de Uds. acompañada de  una separata del  artículo que fuera publicado en el libro de nuestra  referencia.
La verdad  es que aquí, en nuestra universidad, en la ciudad,  nos leemos muy poco entre nosotros, de ahí el aserto  atribuido al Loco Maldonado: si quieres permanecer inédito, publica  en Cuenca.    Hoy los comentarios circulan   entre   pasillos y  recovecos,  por el  correo de brujas,   a raíz de que se extinguiera  ya hace algún tiempo la última generación de  críticos y  polemistas azuayos, que solían decir al pan, pan  y al vino, vino.
En torno al silencio académico y el desdén social que pesa sobre el chazo azuayo   nos  parece distinguir varias aristas. Una de ellas, quizás la más aguda, sería el racismo postcolonial, “un racismo cuyo alumbramiento se vio en la colonia pero que sigue vivo en la actualidad” (Kelly Nataly), pues si no entendemos mal el  planteamiento  braudeliano de las estructuras de larga duración,  aplicado al análisis de las historia de las civilizaciones,  las repúblicas de blancos e indios que singularizaron la sociedad colonial aún están  presentes entre nosotros, con una duración de siglos.
               
II.- LAS  REPUBLICAS  DE BLANCOS  E INDIOS:
Mutando lo mutable y acogiéndonos, como ya se ha dicho, a la perspectiva histórica de la larga duración,  podemos afirmar que para estos tiempos iniciales del siglo XXI la estructura social ecuatoriana  todavía reposa sobre la convivencia de dos grandes comunidades étnicas y culturales - repúblicas en la terminología colonial- :  la  de los blancos  y la de los indios,  a cuyo interior han aflorado, ayer y hoy,  otros grupos étnicos-culturales, en una constante  “mezcla de sangres”, como quería Vasconcelos, definida como  mestizaje,     que acaso debería ser el crisol de  la raza cósmica, románticamente soñado por el pensador mejicano.
Que duda  cabe que desde 1492, quizás desde mucho antes, nos  encontramos insertos en un complejo proceso histórico de mestizaje, teñido con diversos tintes de este  racismo postcolonial que hemos enunciado, pese a la declaratoria  constitucional de que somos un  estado intercultural,  plurinacional y de yapa, democrático.
Guillermo Céspedes del Castillo afirma  que “La estructura social indiana del siglo XVI  reposa sobre la convivencia de dos grandes comunidades étnicas y culturales –repúblicas en terminología de la época-  constituidas por los españoles y los indios; a cerca del antagonismo de sus respectivos interés no es necesario insistir por ahora”.
Sin embargo pensamos que hoy si necesario insistir sobre aquel antagonismo pues          supuso el inicio  de un persiste conflicto social presente en nuestra  historia social.
Así, la república de los blancos –blanco-mestizo se dice hoy-  se estructuró en torno a la ciudad, convertida en un instrumento de dominación, imaginada como el espacio de los  “caballeros” y “soldados”, mientras que el campo sería el espacio de los indios, congregados en torno a las reducciones  o pueblos.
Sin embargo no eran mundos cerrados y aislados unos de otros, se necesitaban y complementaban por diferentes motivos que fueron posibilitando la cristalización del mestizaje,  sobre todo en  la ciudad precisada de  mano de obra indígena.
Entre la ciudad castellana y el pueblo de indios, de mano con la ley de los espectros raciales, propuesta por Alejandro Lipschutz,  se fue conformando una gama de centros poblados, cada uno de ellos en función de los  múltiples servicios sociales requeridos por la comunidad colonial.  Así, Ana  Luz Borrero V. plantea que entre la ciudad y las reducciones de indios surgieron los pueblos,  asientos, estancias, caseríos, pucaras,  tambos y aposentos.
 En cada uno de ellos habrá de asentarse, de acuerdo a su condición social y económica, de conformidad con su origen étnico y su desempeño económico y social, los variados   componentes de la diversidad  social que animaba el conjunto colonial. Nos explicamos, en la ciudad, caballeros y soldados, funcionarios reales y presbíteros, hacendados y dueños de minas, comerciantes,  en fin, blancos, amen de otros grupos del conglomerado social urbano. En los pueblos de indios los caciques y principales, los hatun runas o indios del común y una variedad de sujetos integrantes de lo que Poloni-Simard  ha denominado con acierto el mosaico indígena.
 En las áreas sociales que rellenaban el espacio existente entre los dos polos, en esta gama de centros poblados, como hemos acotados antes, vendrán a asentarse mestizos, indios ladinos, negros, zambos, mulatos,  es decir,  otro mosaico social amplio y diverso.
De esta diversidad, de mano de la teoría de los espectros raciales, hemos  de seleccionar, para fines de la ponencia,  al mestizo –cruce de blanco con indio-, que a nuestro entender,  en el Corregimiento de Cuenca, luego Gobernación,  hoy, provincia del Azuay, es decir,  en este territorio con diversos nombres históricos pero con una sola historia social, el mestizo está singularizado por dos vertientes en tanto se acerque o  distancie del “blanco”,  castellano  o español.
El cholo, “mestizo en hábito de indio”, al decir de Diego Arteaga, quien singulariza a la Chola Cuencana “como figura emblemática del mestizaje biológico y cultural de Cuenca”,  sería una vertiente o matiz del espectro racial. Sin embargo, la chola no es, como cree Carlos J. Córdova, “la mujer del chazo”.
El término chola cuencana se define por Córdova de la manera siguiente: “mujer del pueblo, de origen humilde, no india”. Chola se define así: “dícese de la mujer del chaso”. (Kelly Nataly)

En la otra vertiente o matiz  racial y social, a manera de hipótesis, nosotros vemos  al chazo, “mestizo en hábito de  español”, como otra figura representativa del mestizaje biológico y cultural de nuestra sociedad regional.
Sin embargo, lo que acabamos  de afirmar lo decimos  con reserva, asentándola   en calidad de hipótesis previa, por que en torno al chazo, especialmente sobre el chazo en el Azuay, salvo nuestro  artículo de marras, que  sepamos,  no hay nada escrito,  ni “estudiado” por la academia.
III.DEL NOMBRE Y SUS  VISCISITUDES:
¿Chazo?,….. ¿Quién es ese  man? Fue la pregunta de Estefanía en clase cuando algo dijimos  del tema que íbamos  a tratar  en esta ponencia. Bueno, no fueron exactas sus palabras, pero la intención del tono con el que las dijo  iba  por ahí. Es el campesino blanco mestizo,  contestamos  y ambos quedamos medio tranquilos. Pero cabe decir que la respuesta no es exactamente ésa. El chazo es eso, y algo más.
Para comenzar, desde el punto de vista lexicográfico hay mucho que decir:
Chazo, dice el Diccionario de la Real Academia, tiene  dos acepciones: 1.- m. Can. Pedazo, remiendo. 2. m. Nudillo (zoquete de madera).
Chaso, sa. Adj.- Designa a todo labriego de la región azuaya que no sea de raza aborigen
Chaso, sa. (Ser un o una).- Se dice de cualquiera que con sus dichos o acciones se manifiesta duro o grosero,  se lee en el Léxico de vulgarismos azuayos  de Alfonso Cordero Palacios
Chazu, n. Charro, mestizo, campesino blanco, consta en el Diccionario quichua-español. Español-quichua,  de Luis Cordero
Chasu. s. campesino, en el Diccionario kichua-Castellano. Yurakshimi-runashimi, recopilado por Glauco Torres Fernández de Córdova.
Para comenzar, no hay precisión en la grafía, escriben el vocablo  con z o s, para terminar, a excepción del diccionario de la Real Academia, los tres autores azuayos manifiestan que se trata de un campesino.
Sin embargo, hay un poco más de novedades: Chazo, es una bonita población de la Coruña (Galicia)  y como apellido hay alrededor de 118 personas censadas en España, el mayor número se da en  Pontevedra y Huelva.  Con el  apellido Chaso hay 35 personas censadas,  y el mayor número  se encuentra en Asturias. Chazos y chasos están repartidos por Alemania, E. U y Argentina, entre otros países de este ancho y ajeno mundo. Por cierto, hay también en el Ecuador personas con éste apellido y dos topónimos: Chazo Juan, en la provincia de Bolívar y San José del Chazo, en la provincia del Chimborazo.
Conozco la presencia histórica del legendario Chazo Gálvez, comandante de las huestes de Antonio Vega  Muñoz durante las luchas antirrevolucionarias del caudillo azuayo contra Alfaro, fui  amigo del  Chazo Rafico Carrión, nabonejo de cepa,   y he llegado a conocer vía internet de la existencia del Chazo Jara, músico zarumeño, ícono de la bohemia y la alegría orense, nadie más,  por lo que nos atreveríamos a decir que no hay más “chazos” conocidos en el  Austro.
La cuestión lexicográfica la planteamos en los siguientes términos:   ¿chazo o chaso, pertenece al  castellano, en consideración de la denominación geográfica de cierto lugar de la Coruña y en virtud de los apellidos que se registran en la península ibérica,  o  es vocablo quichua, como señalan Cordero Crespo y Torres Fernández de Córdova?   Me parece que la cuestión les pertenece más a los lingüistas  que a nosotros por lo que dejamos   en este estado nuestra inquietud investigativa.
IV. EL CHAZO AZUAYO: L A IDENTIDAD ELUDIDA:
En un bello libro, bella y profusamente ilustrado con magistrales fotografías,  titulado “Chagras”, Leonardo Serrano Moscoso al referirse al campesino mestizo de la Sierra indica la existencia de tres denominaciones regionales para un mismo personaje: el pupo del Carchi, el chagra de la Sierra Centro Norte y el chazo  en las provincias australes, fundamentalmente en Azuay y Loja.
En estas provincias  dice  “aparece el chazo, término sobre el cual parece que los  lingüistas no se han puesto de acuerdo. Sin embargo chazo es un antiguo vocablo utilizado por los indígenas del sur del país para referirse al mestizo”  y le describe como  hombre de tez blanca, bien parecido, ojos claros y,  algunos, de  pelo rubio.
 Por su parte, Alejando Carrión, el célebre Juan sin Cielo,  en   auténtica apología del chazo lojano dice:
“Hacia el Sur, en dirección a la frontera con el Perú están los cantones de Gonzanamá, Calvas, Paltas, Macará, Alamor y Zapotillo,  la tierra de los chasos, el mestizo claro, más blanco que indio,  buen jinete, gran conversador,  con su lazo de vaquero y su carabina, ganadero del ganado de su patrón, contrabandista a ratos,  a ratos bandolero batiéndose con los “rurales” y a veces “rural”, cuidando la propiedad y defendiendo la ancha paz del campo,  agricultor cuando la erosionada tierra y la esquiva lluvia lo permiten, aventurero y cantor. “Chazo quiere decir cariño” afirma cuando el alcohol arde en sus venas”.
Confirmamos  con esta descripción el hermanamiento racial y social que existe entre el campesinado blanco mestizo de Loja y el Azuay, pues con ciertas e insignificantes salvedades el chazo azuayo es, por decirlo, hermano gemelo del lojano.
  Mientras que Serrano Moscoso al referirse al chazo con agudeza  le describe, complementando el retrato etnológico de Carrión,   en  estos  términos:
 “Más allá de sus orígenes, la esencia está en su actitud y sus virtudes: chacarero experto en la agricultura y la ganadería; chalán sapiente y conocedor de chaquiñanes, anda a lomo de caballo con paso seguro, recortando peligrosos caminos de geografías excepcionalmente duras y desafiantes como son las del Azuay y, sobre todo, Loja. Sobresalió en la época en que grandes recuas de mulas eran arreadas para ser vendidas en el Perú. Igualmente particular en su indumentaria. Su atalaje tiene algo de andaluz: montura de espaldón alto,  en ocasiones sin cabezada, como la silla campera andaluza que evoca su ascendencia berberisca”.
Es una pena que hayamos tenido que recurrir a un escritor lojano y a un arquitecto quiteño a fin de aproximarnos al chazo azuayo en su fisonomía física, en  su impulso vital al no haber encontrado  estudios en nuestro ámbito intelectual que se refieran a su figura y presencia social.
Acaso alguna descripción  o referencia pueda encontrarse en novelas como Los Idrovos, de Carlos Aguilar V.,  en Los hijos de Alfonso Cuesta, Sanaguín, Sal o Chorro Cañamaso   de G.  Humberto Mata  y  tal vez  algo  en Barros de Siglos de César Andrade y Cordero. Mas, son lecturas ya demasiado lejanas en el tiempo y a las que no hemos podido recurrir  acorralados por la premura y la prisa de terminar la ponencia, queda por lo pronto abierta una línea de investigación que ojalá sea retomada por nuestros estudiantes del Departamento de Humanidades.
V.- ALGO MÁS SOBRE EL CHAZO AZUAYO:
En efecto, es un mestizo más cercano al blanco  que al indio, cuyos orígenes raciales o étnicos no han sido debidamente estudiados. Es posible que sus raíces se encuentren en el maridaje   de cholas con españoles, no se puede descartar sus orígenes franceses, en la  época de la Misión Geodésica, y sus  nacimientos “gringos” como frutos de los exploradores de minas, cascarilleros, científicos, botánicos, militares de la independencia y de misiones extranjeras, en fin, que a lo largo de algo más de quinientos años circularon por los  caminos y pueblos del Azuay, fecundando con su genes la savia primigenia de las gentes de ésta tierra.
¿Y cómo es él?...  Habitaba y habita en esa gama de poblados que surgieron en la época colonial entre los polos de la ciudad y las reducciones de indios, que hoy se denominan pueblos y caseríos.  Viste o vestía, sombrero de paño o de toquilla, saco de casimir, pantalón de lino, zapatos o botas “a la española”, se cubre del frío con poncho de lana de borrego-el huanaco desapareció definitivamente de su indumentaria-. Su mujer, la chaza, no la chola, exhibe falda o vestido largo, chalina o pañolón, zapatos de taco medio. Al chazo no le falta, o no le faltaba,  machete o  revólver, alforjas,  caballo o mula de raza o paso  llano –que en estos tiempos de la modernidad están siendo substituidos por el carro-, gallo de pelea y perro rastreador de venados y demás cacería para la que utiliza escopeta y máuser corto. Juega al naipe y toma trago.
A veces podemos ver en él al charro mejicano, el gaucho argentino, el huaso chileno o a cualquiera de los mestizos campesinos de nuestra América Latina.
Al retomar la ley del espectro racial y la cadena de centros poblados existente entre la ciudad y el pueblo de indios debemos manifestar que al chazo, desde la época colonial, le cupo diversas actividades, algunas de ellas han sido ya citadas y esbozadas por Carrión y  Serrano Moscoso. Es y fue gambusino, negociante de oro,   chacarero, criador y negociante de ganado, contrabandista de aguardiente y guarda de estancos, pulpero, chalán y mayordomo de hacienda, arriero,  en fin, ha desempeñado o desempeña una variada gama de actividades económicas y sociales acordes con su situación en el complejo social de ayer y de hoy. Y hoy es, por cierto, migrante.
Es indudable la carga racista y discriminatoria de ciertos etnónimos  que en  una sociedad de castas y estratos más o menos cerrados contribuyó para identificar  el rol económico-social de los integrantes de  un mundo amplio y complejo. ¿Acaso  ahora, todo depende,  en nuestro parecer,  del contexto en el que se pronuncien  o escriban, vocablos como burgués, proletario, pelucón y otros,  que  apuntan también a discriminar y envilecer, de acuerdo, insistimos, al contenido que se le quiera dar?
Con el chazo, personaje esencial de nuestra identidad azuaya y austral, debe y tiene que suceder lo que pasó con el término morlaco, utilizado antaño como denigrante, ofensivo y discriminatorio, hoy reivindicado como parte de nuestra identidad y orgullo. El montubio, acaso la contrapartida del chazo en la Costa, fue reivindicado desde los tiempos de José de la Cuadra, mientras el chagra tiene su festival anual en Machachi y el lojano lo estudia y celebra en su tierra.
Para hacerlo hay recuperar su identidad, a través a través del estudio y análisis  de su  lenguaje como instrumento de comunicación: literatura, modismos, refranes, mitos y leyendas, historias  e imaginarios.
Hay que recuperar su  memoria histórica, conocer su pasado a fin de comprender su presente y avizorar su futuro-
Debemos recuperar su patrimonio cultural y monumental, su acervo documental y artístico, valorar sus conocimientos y saberes tradicionales en torno a su relación con la naturaleza, la flora, la fauna, los recursos naturales, sus tecnologías, régimen alimentario, medicina, arquitectura, relaciones sociales y de producción, en  fin su cultura.
El chazo azuayo tiene que estar, como está el charro mejicano, el gaucho argentino, el guaso chileno, el llanero venezolano, tiene que estar en la literatura, el cine y la televisión, más que como un ente folklórico como un elemento cultural de nuestra realidad diversa y vario-pinta.
Por que de él venimos y a él vamos en nuestros orígenes genéticos, en nuestra cosmovisión, formas de ver y entender el mundo, canciones bailes, comidas, indumentaria. En fin está presente en nuestro pasado y presente y quien no lo quiera ver que tire la primera piedra.
BIBLIOGRAFIA
-          Chacón Z. Juan, La república de los indios en la antigua provincia de Cuenca, en   Revista Nacional de Historia, Sección del Azuay, Nº 3, 1981
-          Lipschutz Alejandro, El problema racial en la conquista de América, Siglo XXI Editores, 1975
-          Carrión Aguirre Alejando,  Primeras Palabras, en El último rincón del mundo. Ensayos históricos, 1988.
-          Poloni-Simard Jacques, El mosaico indígena, Editorial Abya Yala, 2006
-          Serrano Moscoso Leonardo, El chagra, en Chagras editado por  Peter Oxford y  Renné Bish, 2004
-          Borrero Vega Ana Luz, El paisaje rural en el  Azuay, Banco Central del Ecuador, 1989
-          Céspedes del Castillo Guillermo, Las Indias durante los siglos XVI y XVII, en Historia de España y América, social y económica, volm. 3, 1971
Arteaga Matute Diego, La Chola Cuencana, en  Revista Artesanías de América, Nº 65, Cidap, 2007
-          Kelly Nataly,  Más allá del cholo:  Evidencia lingüística del racismo poscolonial en el Ecuador, 2002, http://www.natalykelly.com
-          Osorio Laura, Los pueblos indios vinculados con las políticas de separación residencial en el Nuevo Reino de Granada, en Biblioteca Luis Ángel Arango.
http://banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/27/pueblos.htm


2 comentarios:

  1. Muchas gracias por esta información, como Ecuatoriano que soy no sabia que existia el llamado "chazo" siendo como alguien de gran valor y respetado.

    Muchas gracias y Dios le pague, ya que su información me ha servido de mucha utilidad como una inspiración para diseño de modas, gracias.

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  2. Excelente análisis, lamentablemente hasta la fecha no se ha realizado otro estudio sobre los chazos azuayos.

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