domingo, 11 de noviembre de 2018

La Fiesta de la Virgen de las Mercedes


LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LAS MERCEDES EN LA HACIENDA EL PASO
Para Ana Luz Borrero Vega
En el mundo campesino tradicional, la fiesta religiosa es la expresión simbólica más fiel y completa de la vida social de la colectividad, y se relaciona íntimamente con su realidad socio-económica, política y psicológica.
Susana González Muñoz  http://documentacion.cidap.gob.ec.

Antecedentes necesarios:
En su medular estudio sobre la hacienda colonial,  Susan E. Ramírez* señala que la hacienda tradicional o clásica andina  como morada del hacendado poseía una gran casa y la capilla; recuerdo algunas de ellas, la de El Paso, la de la hacienda Susudel, San Agustín de los Jesuitas, la que perteneciera a la familia Domínguez Tinoco en Cumbe, en fin,  hay algunas otras más en el Azuay. Cada una de ellas alberga una imagen católica patrona  en cuyo honor se celebra anualmente la tradicional fiesta; símbolo de la acendrada fe católica de los propietarios, a la vez que uno de los puntales del pacto social entre el hacendado, los trabajadores y los vecinos;   la capilla y la fiesta constituían  elemento fundamental en la vida de la comuna agraria. *Ver: La hacienda señorial, la plantación esclavista, el minifundio y las tierras de indios (1590-1650), en Historia de América Andina, Vol.  2, 2000, pag. 193.
De la documentación que poseemos sobre la hacienda El Paso hemos logrado establecer que hacia 1796 en el inventario de sus bienes consta “un San Juan de bulto de media vara y un cuadro de lienso viejo,  su efigie Nuestra Sra.;  se deja constancia de la existencia de un oratorio”; en otro  inventario realizado hacia  1810 encontramos “Ytem una imagen de Nuestra Sra. de Mercedes en  quadro” con lo que entendemos  se efectuaba cierto culto religioso en la estancia; es más, hacia 1871 don   Sebastián Serrano y Jaramillo, dispone en su testamento “siendo mi voluntad que constando mi fallecimiento, se dé sepultura eclesiástica en la capilla de esta hacienda de Paso por ser ayuda de parroquia”*; con la presencia de la capilla se completaba el cuadro arquitectónico de la propiedad a la vez que se fundamentaba el servicio religioso a los integrantes de la hacienda, pues, como se manifestaba, la capilla era “ayuda de parroquia”.
·         Planilla e Ynventario de las cosas que me ha entregado el Maiordomo de la Hacienda de Paso s/f. Tasa y avalúo de la Hacienda de El Paso, 1810. Testamento de don Sebastián Serrano y Jaramillo,1871, archivo del autor .A/M.C.V.

 Es posible que el culto inicial se haya rendido a San Juan acaso patrono del pueblo “San Juan de Nabón,  llamado Casacono”, empero, hacia 1783 la hacienda, entonces de propiedad de la  familia Coronel de Mora, pasó a manos de los padres mercedarios, quienes remataron la propiedad luego de un juicio en demanda del “tanto” que le correspondía a Fray Pedro Coronel de Mora, como hijo legítimo del Capitán Antonio, quien además había establecido un censo sobre la propiedad para que una de sus nietas pudiera entrar de monja; once años más tarde Doña María López de Argudo, esposa de  Don José Serrano Coronel de Mora,  compró la hacienda de El Paso a los sacerdotes de la Merced; es de suponer que en ese lapso los padres establecieron el culto a la Virgen de las Mercedes, devoción que  se conserva, según sabemos, hasta nuestros días por parte de la familia Altamirano Jara, propietaria  de la casa hacienda  de El Paso* Ver: El Paso: una hacienda tradicional en la Sierra Centro Sur del Ecuador, en Manuel Carrasco V.,  A la sombra de Clío, 2015
Por los recovecos de la memoria:
-          La capilla
En la escasa documentación que tenemos sobre la hacienda en propiedad de la familia Carrasco no hemos encontrado referencia alguna a la capilla ni a la fiesta que giraba en torno al 24 de septiembre, fecha de conmemoración de la Virgen de las Mercedes, de ahí que todo lo que se diga o se pueda decir sobre esta celebración queda a cargo de lo que aflore  de entre  los recovecos de la memoria de nuestra niñez y adolescencia.
La capilla, construida en adobe, con techo de teja, al  que adosara un campanario el Ing. Enrique Altamirano Nieto, fue levantada en el patio bajo de la estancia acaso en la segunda mitad del siglo XIX; estrechos ventanales permiten el ingreso de tenue luces a su amplio recinto, sobre la entrada el coro y al fondo un reducido cuarto que sirve de sacristía; en  el  centro del altar mayor la pequeña imagen  –en bulto- de la Virgen de las Mercedes, representada siempre como campesina, lucía un hermoso sombrerito tejido con “taralla*” de trigo, sólo en los días de fiesta vestía como reina o princesa; a un costado de ella, un calvario y en otro, así mismo en bulto, una Dolorosa de regular tamaño, vestida toda de negro, los ojos claros anegados en lágrimas y el corazón sangrante,  atravesado por una puñal de plata, decía la leyenda que era la viva imagen de Doña Dolores Serrano Gonzáles vda. de Carrasco, la abuela de papá, quien  lloró desconsolada por mucho tiempo la temprana muerte de su esposo, el Dr. Francisco Carrasco Arriaga; ah,…  en la sacristía un pequeño Niño-dios rodeado de los juguetes que le regalábamos después de navidad.
Además de la fiesta de septiembre se realizaban “los ejercicios espirituales” en  Semana Santa, a cargo de taita Camilo Morocho y en Navidad se levantaba el Belén con los “montes del cerro”, musgos, huicundos, payamas y otras especies silvestres, en honor al Niño-dios; el cuidado de la capilla estaba a cargo del “síndico*” asistido de “las muñidoras*”, mujeres de la comunidad agrícola   que colaboraban en el arreglo de los altares, la limpieza del recinto y en ciertos ritos de los cultos religiosos; el síndico era Arsenio Carchi –el buitre-, hombre polifacético, conocía de *carpintería, albañilería, peluquería, herradura  y sangría de las “bestias*”, en fin, diagnosticaba las dolencias de “la gente*” y el embarazo de las mujeres mediante al observación del color de la orina; para la fiesta de septiembre elaboraba unas preciosas y fragantes velas,  de un amarillo-verdoso cristalino  con la cera extraída de una especie silvestre a la  que denominaban  “laurel de cera*”, organizaba  la celebración religiosa y supervigilaba el entorno social de la fiesta, al término de ella presentaba  escrita una relación final a la “gente de la hacienda” y entregaba la “jucha*” a los nuevos priostes; fue uno de los servidores más cercano y leales  de nuestro padre.
-          La fiesta
Se realizaba en torno al 24 de septiembre de cada año  y duraba de 4 a 5 días,  en los cuales participaban todos los miembros de la hacienda en los  ritos religiosos y sociales que de una u otra manera ratificaban el pacto social entre propietarios y servidores, a la vez que explicitaban la estructura social de cada uno de los estamentos que conformaban la comunidad hacendaria.
Si no recordamos mal la celebración guardaba una estructura semejante a la del Septenario que se desarrolla anualmente en nuestra ciudad; se designaban priostes, encargados de los aportes económicos y demás relaciones religiosas y sociales de la festividad: 3 ó 4 huasipungueros, los miembros de “la juventud” y la hacienda, a cada uno de estos grupos les correspondía la realización de un día de fiesta. Los servicios religiosos estaban  a cargo del cura párroco de Cochapata, parroquia a la que pertenecía la hacienda en las jurisdicciones  civil y religiosa; recordamos a los sacerdotes Saquicela y padre Brito.
La fiesta arrancaba con el estallido del primer “cuete*”, cuyos ecos retumbaban, entre los altos eucaliptos del majestuoso callejón que ornaba el ingreso occidental a la casa hacienda; el estallido se expandía por todo el ámbito  en tempranas horas de la mañana  anunciando el alegre “albazo*”, florilegio de sanjuanitos, alzaquetehanvisto, cachullapis y más sones tradicionales de la época interpretados por las bandas de pueblo contratadas en Nulti o Paccha.
Y es que no se podía comprender ni explicar cómo un grupo, entre 6 u 8 integrantes de músicos de diversas edades, algunos aún  adolescentes, que aporreaban bombos, redoblantes y platillos, otros rechonchos y mofletudos ancianos que soplaban tubas, clarinetes y trompetas, habían  recorrido alrededor de 80 kms, un gran trecho, entre el pueblo de origen y La Ramada, en carro y, desde este lugar,  situado a la vera de la carretera Panamericana, vía Cuenca-Loja, a pie,  por estrechos y fragosos chaquiñanes* hasta dar con la hacienda perdida en el pintoresco valle de El Paso, junto al camino nuevo a Zamora abierto en inmemoriales tiempos por el intrépido  capitán Joan Martín a fin facilitar el acceso a las codiciadas minas de Nambija. ¿Qué atávicos lazos ancestrales ligaban a las gentes asentadas en las tierras sureste del Azuay con los descendientes de don Luis Juca, cacique cañari, reducido con sus súbditos a los términos de Paccha, en un lejano 1573-4*?...
 * Deborah L. Truhan, De repartimiento a reducción. La experiencia colonial del pueblo de San Francisco de Paccha (Corregimiento de Cuenca) en, Universidad y Verdad, # 17, 1995, pag. 96. En referencia a Don Luis,  Deborah anota: En 1573, don Luis Juca fue señor de una unidad política extensa que agrupó unos cinco pueblos de la sierra, más los bolos y los cuyes de piedemonte.- Don Luis era también cacique de dos grupos de pie de monte al sureste de Gima –pag.97- Hemos encontrado evidencias documentales que pueden demostrar que el dominio de don Luis se extendía hasta Uduzhapa, cerca de Oña, con lo que las tierras de El Paso estarían comprendidas en l jurisdicción del cacique cañari.    
-  La misa:
Después del albazo se celebraba la primera misa de las festividades, oficiada por el párroco de Cochapata, era ceremonia solemne, acompañada por el maestro capilla originario del vecino pueblo, cuyo “melodio*” había sido trasladado en “guando*” unos días antes de la celebración religiosa. No sé por qué, en esos días, el pequeño templo me parecía una engalanada navecita,  perfumada en profusión de inciensos y palos santos; arriba las cortinas multicolores alternaban con los “castillos*”, de los  que pendían diversas frutas tropicales, figurillas confeccionadas con masa de pan, raspaduras y otros productos traídos de los valles subtropicales de Uduzhapa, Granadillas, Yunguillapamba, Poetata, Yaritzagua y quizás Yunguilla y Pacaibamba, a orillas del Ridcay. Hubo también aquí, intuyo, una relación interétnica entre los vasallos de Luis Juca* y los súbditos de Blas Naulasaca* que se mantuvo a través de la Colonia hasta los tiempos republicanos.
La misa se celebraba en Latín pese a lo que la “gente” asistía devota, atenta y respetuosa; las mujeres, luciendo sus mejores galas, con el pañolón sobre la cabeza, como rebozo, se sentaban en el suelo, donde se había esparcido el chagrillo*, mientras los hombres, de pie a un costado de ellas, poncho rojo, con el sombrero toquilla al pecho, en señal de respeto, escuchaban en silencio la homilía, mientras los chiquillos bulliciosos nos ubicábamos en el coro,  en torno al maestro capilla. La virgencita engalanada como una princesa reinaba sobre los fieles en un altar, que se renovaba cada día,  levantado al costado del pequeño retablo mayor. Después de la misa entraban al templo los danzantes para bailar en honor a la virgen hasta el mediodía.
Ritos y espacios rituales:
Sin dudas el espacio ritual principal era el de la capilla, en el que se desarrollaban a nuestro entender dos ritos significativos: la misa y el baile de los danzantes,  pero también  en su entorno surgían o se estructuraban otros de singular significación a los que aludiremos oportunamente.
La misa congregaba a los miembros de la comunidad en un rito de espiritualidad y religiosidad que afirmaba los lazos de identidad y pertenencia al cuerpo social y comunitario a la vez que renovaba los compromisos de convivencia y amistad entre sus miembros,  pero el baile de los danzantes frente al altar de la Virgen de las Mercedes, sólo ahí y en ningún otro espacio de la casa hacienda, quizás entrañaba una dedicación exclusiva del culto a María por parte de la población indígena que habitaba en la hacienda,  ya que luego de ejecutarla en la capilla la danza se trasladaba en la tarde a las casas de los priostes en sus respectivos huasipungos*.
Los danzantes eran tres, de apellido Morocho, aunque al parecer no tenían lazos familiares; bailaban al son de un sonsonete producido por un “pingullo*” y un bombo tocado por un vecino de “la banda del frente”, danzaban  acaso rescatando de la memoria colectiva sacros ritos ancestrales; daban cortos brincos, levantaban alternativamente los pies y  avanzaban  o  retrocedían ágiles por el amplio  ámbito de la capilla; bailaban   alrededor de tres horas frente al altar de la virgen,  a la que le dedicaban repetidas genuflexiones, las gentes entraban y salían  alternándose luego de admirar por algunos minutos la danza,  por lo que casi nunca  estaban solos.
Vestían pantalón blanco de “chillo*”, en las pantorrillas iban atadas una especie de polainas de cuero  en las que pendían cascabeles de cobre cuyo tintineo marcaba el ritmo de los brincos, camisa blanca también de lino y sobre los hombros, atravesada de derecha a izquierda,  una corta vara de madera de la que pendían cintas rojas simulando una especie de alas; sobre la cabeza, atada con un pañuelo rojo, una testa  disecada de venado, en la mano derecha llevaban un bastón  o vara de “varayo*” y en la izquierda un gran pañuelo blanco; el danzante del medio portaba también una campanilla cuyos toques indicaban el momento de las genuflexiones y algunos giros dela danza.
La contradanza estaba integrada por  12 ó  16 huasipungueros mestizos, la mayoría con apellidos castellanos,  distribuidos en 4 grupos, cada uno de ellos con un guía; bailaban en los amplios espacios de los patios y sitios adyacentes a la casa de hacienda y en alguna noche lo hacían en el corredor de la vivienda principal, en obsequio de  los patrones; acompañaba a la contradanza un violinista, al que seguían un redoblante y un bombo,  cuya procedencia nunca logramos conocer, tocaban dos o tres piezas, semejantes a las que en la ciudad escuchábamos a un ciego que mendigaba en torno a la Catedral Nueva entre los años 50s y 60s del siglo pasado ;  eran melodías pegajosas y de ritmo repetitivo, no las hemos vuelto a oír nunca más.
Los contradanzas, divididos en 4 grupos, cada uno a cargo del guía, bailaban con pasitos cortos, arrastrando un poco los pies, un tanto amanerados, y se supone que realizaban algunas figuras, acaso semejantes a las que ejecutaban los jinetes en la escaramuza; bailaban, como los danzantes, toda la mañana,  después de la misa pero no concurrían a las casas de los priostes.
  Su indumentaria, comenzando por la cabeza, estaba cubierta por un penacho confeccionado con plumas de aves domésticas; cubrían el rostro con una máscara o careta de malla,  pintarrajeada de rosado, con pómulos chapeados y un bigotito a al estilo “dalí”, todavía las veo de venta en una de las tiendas de “la subida de El Vado” y aún siento cierta desazón frente a esa mirada de ojos claros y sonrisa burlona como detenida en el tiempo; vestían de camisa y pantalón blanco, en la mano derecha llevaban un pañuelo grande, mientras los guías portaban un pequeño chicote o acial, sobre el pantalón una corta falda en tela de cuadros blancos y negros. Era el criterio general de que representaban a los conquistadores castellanos a los que se les representaba un tanto ridículos y afeminados.
El viejo, acompañaba a la contradanza, vestía un saco grande de casimir, a leguas se notaba que no era su talla, pantalón al estilo Cantinflas, dudo que Celso Patiño, vecino del cercano Bayán,  haya visto alguna película de Mario Moreno o de Chaplin;  simulaba canas con una abundante peluca de cabuya, del chaleco pendía un pan en forma de reloj con el que daba las horas cuando le preguntaban,  “son las catorce” decía, provocando la carcajada de los mirones, grandes zapatos viejos, uno café y otro negro, completaban su estrafalaria  indumentaria,  caminaba simulando vejez  y se apoyaba en un bastón añoso y retorcido.
“El viejo” hacía chistes, contaba anécdotas y sacaba los “cueros al sol” de los miembros de la comunidad mediante alusiones y evocaciones, mas todos sabían de quien se trataba, pero nadie se molestaba o resentía, era una especie de conciencia o censura colectiva.
La vaca loca salía por las noches y acaso rememoraba los tiempos en los que la propiedad fue un hato ganadero; estaba confeccionada de un cuero seco de ganado vacuno sobre una estructura de madera para facilitar la carga de un muchacho que simulaba los movimientos de la vaca que corría desalada por los patios de la casa, amenazante con los cuernos encendidos con unos trapos empapados en kerosene*; a la vaca le perseguía el “cuentayo”* acompañado de los chiquillos convertidos en perros ganaderos, en corto y animado simulacro de las “vaquedas*” que aún se realizaban esporádicamente en la hacienda.
La hora social cerraba la “función*”  de la noche; sobre un improvisado escenario Julia Maldonado y Tomás Santos, acompañados de otros adolescentes, dirigidos por Benjamín Quezada –el huatanango*-  presentaban un corto sainete, seguido de bailes y pantomimas .En los últimos años que asistimos a la celebración de la Virgen de las Mercedes algunos rasgos de la modernidad comenzaron a injertarse en aquella celebración acaso centenaria, asomaron juegos de azar, como la ruleta llevada por algún afuereño, y en las noches se tendían toldos para las ventas pueblerinas; luego, trasplantado a la ciudad,  perdí el curso de la fiesta hasta los días en que escribo estas memorias cargadas de saudade.
La escaramuza era de los ritos más festivos y solemnes de la celebración; en contradicción con su acepción primigenia, vinculada con actos violentos y belicistas, era una manifestación exultantemente  lúdica, asombrosa y solemne, radiante de colorido y de luz; se efectuaba en el penúltimo día de la fiesta, pasado el mediodía los jinetes divididos en cuarteles de 6 a  8 individuos, cabalgando enjaezados caballos criollos, se asomaban a la capilla desde cuyo atrio, la virgen posante sobre andas de madera era llevada en procesión por cuatro jinetes, camino del malaudo* hasta la Tenería, amplia explanada en la que habría de efectuarse la ceremonia. La tropilla estaba presidida por el patrón, cabalgaba el mejor caballo de la hacienda y debía entregar la plaza; aún me conmueve la emoción que sentí algún año cuando tuve que reemplazar a mi padre en una tarde de sol y jolgorio.
Como ya se ha dicho la Tenería era una amplia explanada, en la que posiblemente alguna vez se levantó una curtiduría, en cuyo entorno se ubicaba “la gente”, que siempre había estado  presente en todos los actos de la fiesta; se colocaba delimitando la plaza en cuyo centro se levantaba un mástil con la bandera del Ecuador y a sus pies el músico de la chirimía que,  con su tiple,  habría de animar el espectáculo;  uno de los grupos estaba dirigido por el guía, cada uno se ubicaba en los cuatro ángulos de la plaza y a la señal del guía llevaban sus cabalgaduras por el amplio espacio,  por turnos realizando varias figuras cargadas de un posible simbolismo; la escaramuza duraba alrededor de unas dos horas, a la caída de la tarde los jinetes volvían a agruparse en un solo cuerpo para iniciar la vuelta al ruedo, portando en su brazo izquierdo grande pañuelos anudados, formando una especie de bolsa, de la que extraían preciosas y jugosas naranjas para lanzarlas a la muchedumbre alegre y expectante.  
Para los chiquillos no había sentimiento más vivo, grato y satisfactorio, la alegría misma de la fiesta, que correr tras las veloces cabalgaduras en pos de la codiciada fruta; con este acto, que acaso para nosotros tenía un especial significado, toda vez que se trataba de un exótico fruto,  culminaba la tarde de extrañas e inolvidables emociones.
La mesa pamba o pampa mesa, como hoy se dice; para nuestro criterio, la mesa pamba constituía la ratificación anual del compromiso social establecido entre los huasipungueros y el patrón de la hacienda; con algunos días de anticipación grandes tinajas eran llenadas con la chicha de jora que sería repartida entre los asistentes al convite, luego se horneaba el pan con harina de trigo candeal*, mientras que en la víspera se preparaba el champus*; eran los alimentos con los que contribuía la hacienda.
Hacia el mediodía llegaban los priostes con el camari*, aves de corral y cuyes guindados en varas de madera, ollas portadas en andas con la deliciosa harina de alverjas*, quesillos y quesos ahumados, canastas con papas y otros productos de la tierra,  en fin, el complemento de alimentos para el gran banquete solidario.
En el patio lateral derecho de la capilla se tendían esteras y sobre ella blancos manteles de chillo, sobre ellos se regaba el mote de maíz zhima*, que constituía el “centro” de la mesa; en uno de los extremos se ubicaban los danzantes y en el otro, junto con los contradanzas, los patronos, el resto de convidados* llenaban los espacios laterales para proceder a la gran comilona, en una especie de comunión del cuerpo social  hacendario.
La entrega de la jucha*constituía el último rito nocturno de la fiesta septembrina; como ya se dijo, el síndico reseñaba por escrito las principales incidencias de la celebración y procedía a la entrega de las juchas a los nuevos priostes, quienes al aceptarlas establecían el tácito compromiso de realizar la fiesta en el año venidero, luego, la gente se retiraba en paz y tranquilidad a sus huasipungos.
Cuenca, 4-6-2018
Vocabulario:
Taralla.s. caña de maíz (seca) desprovista de la parte alta de la que brota la mazorca. Diccionario Kichua-Castellano, Glauco Torres Fernández de Córdova, 1982. Se aplicaba también a los tallos  secos del trigo y la cebada. 
Síndico.m. la persona encargada del cuidado de la capilla, sus bienes y ceremonias religiosas. Las acepciones 2 y 3 del  Diccionario de la Real Academia se ajustan mejor a nuestro concepto: 2. m. y f. Persona elegida por una comunidad o corporación para cuidar de sus intereses.3. m. Hombre que tiene el dinero de las limosnas que se dan a los religiosos mendicantes.
Muñidoras.f. mujeres encargadas del aseo y arreglo del templo; el Diccionario de Americanismos, 2010, trae: Muñidor-ra m y f. Pe. Persona encargada de llevar las flores en una procesión o de apagar o encender las velas. rur
Bestias.f. Término con el que se denominaba caballos y mulares; bestias de carga y bestias de silla
La gente.f. Término que se refería al conjunto de servidores de la hacienda; la gente de El Paso estaba conformada por indígenas: Morochos, Iñamaguas, Carchis,  entre otros e indomestizos, Enriques, Maldonados, Patiños.
Laurel de cera .m. Myrica Cerifera L. en, Luis Cordero, Estudios Botánicos, 1984; de sus diminutas bayas se obtiene, por medio de hornillas, la fragante cera amarillo verdosa para la elaboración de velas.
Jucha.f.  En el Diccionario de Americanismos, 2010,  consta como jocha.f. Ec. Obsol. Contribución en especie que el prioste solicita a determinada persona, con el compromiso de devolver lo recibido una vez que haya concluido la fiesta. En El Paso se recibía la jucha, una canasta de mimbre llena de mote y papas cocidas, con un gallo pelado y cocido entero, entregada por el prioste saliente al entrante, como compromiso para el próximo año.
Cuete.m. por cohete
Albazo.m. Ec. Música tocada generalmente al amanecer, con ocasión de ciertas fiestas religiosas populares de la Sierra, como San Pedro o el Corpus. Diccionario de Americanismos, 2010
Chaquiñan.m. (Del quech. Chaquiñán) Camino estrecho generalmente formado por el paso contínuo de personas o animales.rur. Diccionario de Americanismos, 2010
Melodio.m. Ec.Pe. Armonio. Diccionario de Americanismos, 2010
Guando.m. (Del quechua huandu) Pa. Ec. Camilla hecha de varas o palos usada para transportar enfermos. Diccionario de Americanismos. 2010. Se usaba no sólo para el transporte de enfermos, en Cuenca en proverbial que muchos muebles, automóviles e incluso una turbina de generación eléctrica fueron transportados desde la Costa por indios guanderos.
Castillo.m. Especie de tabique de unos 80 cms por  1 m. o 1.50 m., hecho de varas o palos de los que colgaban frutas y otros productos para ser ubicados a manera de cielo raso en la capilla
Luis Juca. 1557-1562-1574-1582: Don Luis (Xuca) Cacique de Paccha y de San Bartolomé de Arocxapa, en Caciques Cañaris, Bolívar Cárdenas, 2010; En 1573, don Luis Juca fue señor de una unidad política extensa que agrupó unos cinco pueblos de la sierra, más los bolos y los cuyes de piedemonte.- Don Luis era también cacique de dos grupos de pie de monte al sureste de Gima,  Deborah L. Truhan.
Blas Naulasaca: 1647-1663.- Cacique y Gobernador del cabildo de indígenas de la parcialidad conocida como Laguán perteneciente a Girón. Cuando cacique de Girón fue dueño de cañaverales y de una quesería. Cárdenas, 2010; hemos encontrado que “Blas Naulasaca fue dueño primario de las tierras de Chalcay”, según lo expresa María Mora, en un alegato de 1845,  quien dice ser descendiente del cacique. A/M.C.V.
Chagrillo.m. Ec. Mezcla de pétalos de ciertas flores, en especial de rosas y geranios, que en algunas procesiones se les lanza a las imágenes religiosas en señal de alabanza. Diccionario de Americanismos, 2010; en el Azuay el chagrillo se compone especialmente de flores de retama.
Huasipungo.n. Porcioncilla de tierra que cultiva el indio en derredor de su choza. Luis Cordero, Diccionario Quichua-Español.Español-Quichua, 1968; se le conocía también como “posesión”, parcela entre 3 ó 4 cuadras que cultivaba el concierto en la hacienda.
Pingullo.m. Ec. Pincullo, flauta pequeña. Diccionario de Americanismos, 2010 
Chillo.m. Ec. Lienzo de algodón sin blanquear de baja calidad. Diccionario de Americanismos, 2010
Varayo.m. De varayoc, Pe.  2, vara de mando que simboliza el poder o gobierno de una comunidad indígena, rur. Diccionario de Americanismos
Kererosene.m. (voz inglesa) Ec. Queroseno, subproducto del petróleo. Diccionario de Americanismos, 2010
Cuentayo.m. Ec. Obsol. Trabajador agrícola al que se le encargaba el cuidado del ganado.rur. (cuentario). Diccionario de Americanismos, 2010.
Vaqueada.f. Mx.Ec. Reunión de ganado, generalmente para contarlo, venderlo, herrarlo o curarlo. Diccionario de Americanismos, 2010
Huatanango.m. Apodo de un campesino vecino de la hacienda, decía tener una planta que sembrada en sus terrenos atrapaba a los ladrones; la palabra posiblemente proceda del verbo quichua, huatana, amarrar, liar. Cordero Luis, 1984
Malaudo.m. Arbusto que produce pequeños frutos semejantes a manzana de color marrón; no hemos podido localizar su clasificación botánica
Candeal. 1. adj. Dicho del trigo: De una variedad aristada, con la espiga cuadrada, recta, espiguillas cortas y granos ovales, obtusos y opacos, que da harina blanca de calidad superior. Diccionario de la lengua Española. Edición del Tricentenario. Actualización 2017.
Champús.m.(del quechua) Co. SO. Bebida preparada con maíz cocido, azúcar o panela, jugo de lulo, de piña, canela, clavos de olor y hojas de naranjo agrio. Ec.Pe. champuz, bebida espesa que se prepara con guanábana, mote sancochado, membrillo, harina de trigo y especias. Diccionario de Americanismos. El champús que se preparaba en El Paso, era a base de mote pelado y harina de maíz blanco, panela, izhpingo y clavo de olor.
Camari.n. Regalo; presente; obsequio de alguna cosa. Luis Cordero, 1984
Harina de alverjas.f. Plato típico preparado con carne o espinazo de puerco
Zhima.adj. Dícese del maíz que tiene color de perla. Luis Cordero,1984.
Convidados. De Convidar, Ec. , Invitar u ofrecer algo, especialmente bebida o comida a alguien. Diccionario de Americanismos, 2010.    




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