LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LAS
MERCEDES EN LA HACIENDA EL PASO
Para Ana Luz Borrero Vega
En el mundo campesino tradicional, la fiesta religiosa es la expresión
simbólica más fiel y completa de
la vida social de la colectividad, y se relaciona íntimamente con su realidad
socio-económica, política y psicológica.
Susana González Muñoz http://documentacion.cidap.gob.ec.
Antecedentes necesarios:
En su medular estudio sobre la
hacienda colonial, Susan E. Ramírez*
señala que la hacienda tradicional o clásica andina como morada del hacendado poseía una gran
casa y la capilla; recuerdo algunas de ellas, la de El Paso, la de la hacienda
Susudel, San Agustín de los Jesuitas, la que perteneciera a la familia
Domínguez Tinoco en Cumbe, en fin, hay
algunas otras más en el Azuay. Cada una de ellas alberga una imagen católica
patrona en cuyo honor se celebra
anualmente la tradicional fiesta; símbolo de la acendrada fe católica de los
propietarios, a la vez que uno de los puntales del pacto social entre el
hacendado, los trabajadores y los vecinos; la capilla y la fiesta constituían elemento fundamental en la vida de la comuna
agraria. *Ver: La hacienda señorial, la
plantación esclavista, el minifundio y las tierras de indios (1590-1650), en
Historia de América Andina, Vol. 2, 2000,
pag. 193.
De la documentación que poseemos
sobre la hacienda El Paso hemos logrado establecer que hacia 1796 en el
inventario de sus bienes consta “un San Juan de bulto de media vara y un cuadro
de lienso viejo, su efigie Nuestra Sra.;
se deja constancia de la existencia de
un oratorio”; en otro inventario
realizado hacia 1810 encontramos “Ytem
una imagen de Nuestra Sra. de Mercedes en
quadro” con lo que entendemos se
efectuaba cierto culto religioso en la estancia; es más, hacia 1871 don Sebastián Serrano y Jaramillo, dispone en su
testamento “siendo mi voluntad que constando mi fallecimiento, se dé sepultura
eclesiástica en la capilla de esta hacienda de Paso por ser ayuda de parroquia”*;
con la presencia de la capilla se completaba el cuadro arquitectónico de la
propiedad a la vez que se fundamentaba el servicio religioso a los integrantes
de la hacienda, pues, como se manifestaba, la capilla era “ayuda de parroquia”.
·
Planilla e
Ynventario de las cosas que me ha entregado el Maiordomo de la Hacienda de Paso
s/f. Tasa y avalúo de la Hacienda de El Paso, 1810. Testamento de don Sebastián
Serrano y Jaramillo,1871, archivo del autor .A/M.C.V.
Es posible que el culto inicial se haya rendido
a San Juan acaso patrono del pueblo “San Juan de Nabón, llamado Casacono”, empero, hacia 1783 la
hacienda, entonces de propiedad de la
familia Coronel de Mora, pasó a manos de los padres mercedarios, quienes
remataron la propiedad luego de un juicio en demanda del “tanto” que le
correspondía a Fray Pedro Coronel de Mora, como hijo legítimo del Capitán
Antonio, quien además había establecido un censo sobre la propiedad para que
una de sus nietas pudiera entrar de monja; once años más tarde Doña María López
de Argudo, esposa de Don José Serrano Coronel
de Mora, compró la hacienda de El Paso a
los sacerdotes de la Merced; es de suponer que en ese lapso los padres establecieron
el culto a la Virgen de las Mercedes, devoción que se conserva, según sabemos, hasta nuestros
días por parte de la familia Altamirano Jara, propietaria de la casa hacienda de El Paso*
Ver: El Paso: una hacienda tradicional en la Sierra Centro Sur del Ecuador, en
Manuel Carrasco V., A la sombra de Clío,
2015
Por los recovecos de la memoria:
-
La
capilla
En la escasa documentación que
tenemos sobre la hacienda en propiedad de la familia Carrasco no hemos
encontrado referencia alguna a la capilla ni a la fiesta que giraba en torno al
24 de septiembre, fecha de conmemoración de la Virgen de las Mercedes, de ahí
que todo lo que se diga o se pueda decir sobre esta celebración queda a cargo
de lo que aflore de entre los recovecos de la memoria de nuestra niñez
y adolescencia.
La capilla, construida en adobe,
con techo de teja, al que adosara un
campanario el Ing. Enrique Altamirano Nieto, fue levantada en el patio bajo de
la estancia acaso en la segunda mitad del siglo XIX; estrechos ventanales
permiten el ingreso de tenue luces a su amplio recinto, sobre la entrada el
coro y al fondo un reducido cuarto que sirve de sacristía; en el
centro del altar mayor la pequeña imagen –en bulto- de la Virgen de las Mercedes,
representada siempre como campesina, lucía un hermoso sombrerito tejido con
“taralla*” de trigo, sólo en los días de fiesta vestía como reina o princesa; a
un costado de ella, un calvario y en otro, así mismo en bulto, una Dolorosa de
regular tamaño, vestida toda de negro, los ojos claros anegados en lágrimas y el
corazón sangrante, atravesado por una
puñal de plata, decía la leyenda que era la viva imagen de Doña Dolores Serrano
Gonzáles vda. de Carrasco, la abuela de papá, quien lloró desconsolada por mucho tiempo la
temprana muerte de su esposo, el Dr. Francisco Carrasco Arriaga; ah,… en la sacristía un pequeño Niño-dios rodeado
de los juguetes que le regalábamos después de navidad.
Además de la fiesta de septiembre
se realizaban “los ejercicios espirituales” en Semana Santa, a cargo de taita Camilo Morocho
y en Navidad se levantaba el Belén con los “montes del cerro”, musgos,
huicundos, payamas y otras especies silvestres, en honor al Niño-dios; el
cuidado de la capilla estaba a cargo del “síndico*” asistido de “las muñidoras*”,
mujeres de la comunidad agrícola que colaboraban en el arreglo de los altares,
la limpieza del recinto y en ciertos ritos de los cultos religiosos; el síndico
era Arsenio Carchi –el buitre-, hombre polifacético, conocía de *carpintería,
albañilería, peluquería, herradura y
sangría de las “bestias*”, en fin, diagnosticaba las dolencias de “la gente*” y
el embarazo de las mujeres mediante al observación del color de la orina; para
la fiesta de septiembre elaboraba unas preciosas y fragantes velas, de un amarillo-verdoso cristalino con la cera extraída de una especie silvestre
a la que denominaban “laurel de cera*”, organizaba la celebración religiosa y supervigilaba el
entorno social de la fiesta, al término de ella presentaba escrita una relación final a la “gente de la
hacienda” y entregaba la “jucha*” a los nuevos priostes; fue uno de los
servidores más cercano y leales de nuestro
padre.
-
La fiesta
Se realizaba en torno al 24 de
septiembre de cada año y duraba de 4 a 5
días, en los cuales participaban todos
los miembros de la hacienda en los ritos
religiosos y sociales que de una u otra manera ratificaban el pacto social entre
propietarios y servidores, a la vez que explicitaban la estructura social de
cada uno de los estamentos que conformaban la comunidad hacendaria.
Si no recordamos mal la
celebración guardaba una estructura semejante a la del Septenario que se
desarrolla anualmente en nuestra ciudad; se designaban priostes, encargados de
los aportes económicos y demás relaciones religiosas y sociales de la
festividad: 3 ó 4 huasipungueros, los miembros de “la juventud” y la hacienda,
a cada uno de estos grupos les correspondía la realización de un día de fiesta.
Los servicios religiosos estaban a cargo
del cura párroco de Cochapata, parroquia a la que pertenecía la hacienda en las
jurisdicciones civil y religiosa;
recordamos a los sacerdotes Saquicela y padre Brito.
La fiesta arrancaba con el
estallido del primer “cuete*”, cuyos ecos retumbaban, entre los altos
eucaliptos del majestuoso callejón que ornaba el ingreso occidental a la casa
hacienda; el estallido se expandía por todo el ámbito en tempranas horas de la mañana anunciando el alegre “albazo*”, florilegio de
sanjuanitos, alzaquetehanvisto, cachullapis y más sones tradicionales de la
época interpretados por las bandas de pueblo contratadas en Nulti o Paccha.
Y es que no se podía comprender
ni explicar cómo un grupo, entre 6 u 8 integrantes de músicos de diversas edades,
algunos aún adolescentes, que aporreaban
bombos, redoblantes y platillos, otros rechonchos y mofletudos ancianos que
soplaban tubas, clarinetes y trompetas, habían recorrido alrededor de 80 kms, un gran trecho,
entre el pueblo de origen y La Ramada, en carro y, desde este lugar, situado a la vera de la carretera
Panamericana, vía Cuenca-Loja, a pie, por estrechos y fragosos chaquiñanes* hasta
dar con la hacienda perdida en el pintoresco valle de El Paso, junto al camino
nuevo a Zamora abierto en inmemoriales tiempos por el intrépido capitán Joan Martín a fin facilitar el acceso
a las codiciadas minas de Nambija. ¿Qué atávicos lazos ancestrales ligaban a
las gentes asentadas en las tierras sureste del Azuay con los descendientes de
don Luis Juca, cacique cañari, reducido con sus súbditos a los términos de
Paccha, en un lejano 1573-4*?...
* Deborah
L. Truhan, De repartimiento a reducción. La experiencia colonial del pueblo de
San Francisco de Paccha (Corregimiento de Cuenca) en, Universidad y Verdad, #
17, 1995, pag. 96. En referencia a Don Luis,
Deborah anota: En 1573, don Luis Juca fue señor de una unidad política
extensa que agrupó unos cinco pueblos de la sierra, más los bolos y los cuyes
de piedemonte.- Don Luis era también cacique de dos grupos de pie de monte al
sureste de Gima –pag.97- Hemos encontrado evidencias documentales que pueden
demostrar que el dominio de don Luis se extendía hasta Uduzhapa, cerca de Oña,
con lo que las tierras de El Paso estarían comprendidas en l jurisdicción del
cacique cañari.
- La misa:
Después del albazo se celebraba
la primera misa de las festividades, oficiada por el párroco de Cochapata, era
ceremonia solemne, acompañada por el maestro capilla originario del vecino
pueblo, cuyo “melodio*” había sido trasladado en “guando*” unos días
antes de la celebración religiosa. No sé por qué, en esos días, el pequeño
templo me parecía una engalanada navecita,
perfumada en profusión de inciensos y palos santos; arriba las cortinas
multicolores alternaban con los “castillos*”, de los que pendían diversas frutas tropicales,
figurillas confeccionadas con masa de pan, raspaduras y otros productos traídos
de los valles subtropicales de Uduzhapa, Granadillas, Yunguillapamba, Poetata,
Yaritzagua y quizás Yunguilla y Pacaibamba, a orillas del Ridcay. Hubo también
aquí, intuyo, una relación interétnica entre los vasallos de Luis Juca* y los
súbditos de Blas Naulasaca* que se mantuvo a través de la Colonia hasta los
tiempos republicanos.
La misa se celebraba en Latín
pese a lo que la “gente” asistía devota, atenta y respetuosa; las mujeres,
luciendo sus mejores galas, con el pañolón sobre la cabeza, como rebozo, se
sentaban en el suelo, donde se había esparcido el chagrillo*, mientras los
hombres, de pie a un costado de ellas, poncho rojo, con el sombrero toquilla al
pecho, en señal de respeto, escuchaban en silencio la homilía, mientras los
chiquillos bulliciosos nos ubicábamos en el coro, en torno al maestro capilla. La virgencita
engalanada como una princesa reinaba sobre los fieles en un altar, que se
renovaba cada día, levantado al costado
del pequeño retablo mayor. Después de la misa entraban al templo los danzantes
para bailar en honor a la virgen hasta el mediodía.
Ritos y espacios rituales:
Sin dudas el espacio ritual
principal era el de la capilla, en el que se desarrollaban a nuestro entender
dos ritos significativos: la misa y el baile de los danzantes, pero también en su entorno surgían o se estructuraban otros
de singular significación a los que aludiremos oportunamente.
La misa congregaba a los miembros
de la comunidad en un rito de espiritualidad y religiosidad que afirmaba los
lazos de identidad y pertenencia al cuerpo social y comunitario a la vez que
renovaba los compromisos de convivencia y amistad entre sus miembros, pero el baile de los danzantes frente al
altar de la Virgen de las Mercedes, sólo ahí y en ningún otro espacio de la
casa hacienda, quizás entrañaba una dedicación exclusiva del culto a María por
parte de la población indígena que habitaba en la hacienda, ya que luego de ejecutarla en la capilla la
danza se trasladaba en la tarde a las casas de los priostes en sus respectivos
huasipungos*.
Los danzantes eran tres, de apellido Morocho, aunque al parecer no
tenían lazos familiares; bailaban al son de un sonsonete producido por un
“pingullo*” y un bombo tocado por un vecino de “la banda del frente”, danzaban acaso rescatando de la memoria colectiva
sacros ritos ancestrales; daban cortos brincos, levantaban alternativamente los
pies y avanzaban o
retrocedían ágiles por el amplio ámbito
de la capilla; bailaban alrededor de tres horas frente al altar de la
virgen, a la que le dedicaban repetidas
genuflexiones, las gentes entraban y salían
alternándose luego de admirar por algunos minutos la danza, por lo que casi nunca estaban solos.
Vestían pantalón blanco de
“chillo*”, en las pantorrillas iban atadas una especie de polainas de
cuero en las que pendían cascabeles de
cobre cuyo tintineo marcaba el ritmo de los brincos, camisa blanca también de
lino y sobre los hombros, atravesada de derecha a izquierda, una corta vara de madera de la que pendían
cintas rojas simulando una especie de alas; sobre la cabeza, atada con un
pañuelo rojo, una testa disecada de
venado, en la mano derecha llevaban un bastón
o vara de “varayo*” y en la izquierda un gran pañuelo blanco; el
danzante del medio portaba también una campanilla cuyos toques indicaban el
momento de las genuflexiones y algunos giros dela danza.
La contradanza estaba integrada por
12 ó 16 huasipungueros mestizos,
la mayoría con apellidos castellanos, distribuidos en 4 grupos, cada uno de ellos
con un guía; bailaban en los amplios espacios de los patios y sitios adyacentes
a la casa de hacienda y en alguna noche lo hacían en el corredor de la vivienda
principal, en obsequio de los patrones;
acompañaba a la contradanza un violinista, al que seguían un redoblante y un
bombo, cuya procedencia nunca logramos
conocer, tocaban dos o tres piezas, semejantes a las que en la ciudad
escuchábamos a un ciego que mendigaba en torno a la Catedral Nueva entre los
años 50s y 60s del siglo pasado ; eran
melodías pegajosas y de ritmo repetitivo, no las hemos vuelto a oír nunca más.
Los contradanzas, divididos en 4
grupos, cada uno a cargo del guía, bailaban con pasitos cortos, arrastrando un
poco los pies, un tanto amanerados, y se supone que realizaban algunas figuras,
acaso semejantes a las que ejecutaban los jinetes en la escaramuza; bailaban,
como los danzantes, toda la mañana,
después de la misa pero no concurrían a las casas de los priostes.
Su indumentaria, comenzando por la cabeza, estaba cubierta por un
penacho confeccionado con plumas de aves domésticas; cubrían el rostro con una
máscara o careta de malla, pintarrajeada
de rosado, con pómulos chapeados y un bigotito a al estilo “dalí”, todavía las
veo de venta en una de las tiendas de “la subida de El Vado” y aún siento
cierta desazón frente a esa mirada de ojos claros y sonrisa burlona como
detenida en el tiempo; vestían de camisa y pantalón blanco, en la mano derecha
llevaban un pañuelo grande, mientras los guías portaban un pequeño chicote o
acial, sobre el pantalón una corta falda en tela de cuadros blancos y negros.
Era el criterio general de que representaban a los conquistadores castellanos a
los que se les representaba un tanto ridículos y afeminados.
El viejo, acompañaba a la contradanza, vestía un saco grande de
casimir, a leguas se notaba que no era su talla, pantalón al estilo Cantinflas,
dudo que Celso Patiño, vecino del cercano Bayán, haya visto alguna película de Mario Moreno o
de Chaplin; simulaba canas con una
abundante peluca de cabuya, del chaleco pendía un pan en forma de reloj con el
que daba las horas cuando le preguntaban,
“son las catorce” decía, provocando la carcajada de los mirones, grandes
zapatos viejos, uno café y otro negro, completaban su estrafalaria indumentaria, caminaba simulando vejez y se apoyaba en un bastón añoso y retorcido.
“El viejo” hacía chistes, contaba
anécdotas y sacaba los “cueros al sol” de los miembros de la comunidad mediante
alusiones y evocaciones, mas todos sabían de quien se trataba, pero nadie se
molestaba o resentía, era una especie de conciencia o censura colectiva.
La vaca loca salía por las noches y acaso rememoraba los tiempos en
los que la propiedad fue un hato ganadero; estaba confeccionada de un cuero
seco de ganado vacuno sobre una estructura de madera para facilitar la carga de
un muchacho que simulaba los movimientos de la vaca que corría desalada por los
patios de la casa, amenazante con los cuernos encendidos con unos trapos
empapados en kerosene*; a la vaca le perseguía el “cuentayo”* acompañado de los
chiquillos convertidos en perros ganaderos, en corto y animado simulacro de las
“vaquedas*” que aún se realizaban esporádicamente en la hacienda.
La hora social cerraba la “función*” de la noche; sobre un improvisado escenario
Julia Maldonado y Tomás Santos, acompañados de otros adolescentes, dirigidos
por Benjamín Quezada –el huatanango*- presentaban
un corto sainete, seguido de bailes y pantomimas .En los últimos años que
asistimos a la celebración de la Virgen de las Mercedes algunos rasgos de la
modernidad comenzaron a injertarse en aquella celebración acaso centenaria,
asomaron juegos de azar, como la ruleta llevada por algún afuereño, y en las
noches se tendían toldos para las ventas pueblerinas; luego, trasplantado a la
ciudad, perdí el curso de la fiesta
hasta los días en que escribo estas memorias cargadas de saudade.
La escaramuza era de los ritos más festivos y solemnes de la
celebración; en contradicción con su acepción primigenia, vinculada con actos
violentos y belicistas, era una manifestación exultantemente lúdica, asombrosa y solemne, radiante de
colorido y de luz; se efectuaba en el penúltimo día de la fiesta, pasado el
mediodía los jinetes divididos en cuarteles de 6 a 8 individuos, cabalgando enjaezados caballos
criollos, se asomaban a la capilla desde cuyo atrio, la virgen posante sobre
andas de madera era llevada en procesión por cuatro jinetes, camino del malaudo*
hasta la Tenería, amplia explanada en la que habría de efectuarse la ceremonia.
La tropilla estaba presidida por el patrón, cabalgaba el mejor caballo de la
hacienda y debía entregar la plaza; aún me conmueve la emoción que sentí algún
año cuando tuve que reemplazar a mi padre en una tarde de sol y jolgorio.
Como ya se ha dicho la Tenería
era una amplia explanada, en la que posiblemente alguna vez se levantó una
curtiduría, en cuyo entorno se ubicaba “la gente”, que siempre había
estado presente en todos los actos de la
fiesta; se colocaba delimitando la plaza en cuyo centro se levantaba un mástil
con la bandera del Ecuador y a sus pies el músico de la chirimía que, con su tiple, habría de animar el espectáculo; uno de los grupos estaba dirigido por el guía,
cada uno se ubicaba en los cuatro ángulos de la plaza y a la señal del guía
llevaban sus cabalgaduras por el amplio espacio, por turnos realizando varias figuras cargadas
de un posible simbolismo; la escaramuza duraba alrededor de unas dos horas, a
la caída de la tarde los jinetes volvían a agruparse en un solo cuerpo para
iniciar la vuelta al ruedo, portando en su brazo izquierdo grande pañuelos
anudados, formando una especie de bolsa, de la que extraían preciosas y jugosas
naranjas para lanzarlas a la muchedumbre alegre y expectante.
Para los chiquillos no había
sentimiento más vivo, grato y satisfactorio, la alegría misma de la fiesta, que
correr tras las veloces cabalgaduras en pos de la codiciada fruta; con este
acto, que acaso para nosotros tenía un especial significado, toda vez que se
trataba de un exótico fruto, culminaba
la tarde de extrañas e inolvidables emociones.
La mesa pamba o pampa mesa, como hoy se dice; para nuestro
criterio, la mesa pamba constituía la ratificación anual del compromiso social
establecido entre los huasipungueros y el patrón de la hacienda; con algunos
días de anticipación grandes tinajas eran llenadas con la chicha de jora que
sería repartida entre los asistentes al convite, luego se horneaba el pan con
harina de trigo candeal*, mientras que en la víspera se preparaba el champus*;
eran los alimentos con los que contribuía la hacienda.
Hacia el mediodía llegaban los priostes
con el camari*, aves de corral y cuyes guindados en varas de madera, ollas
portadas en andas con la deliciosa harina de alverjas*, quesillos y quesos
ahumados, canastas con papas y otros productos de la tierra, en fin, el complemento de alimentos para el
gran banquete solidario.
En el patio lateral derecho de la
capilla se tendían esteras y sobre ella blancos manteles de chillo, sobre ellos
se regaba el mote de maíz zhima*, que constituía el “centro” de la mesa; en uno
de los extremos se ubicaban los danzantes y en el otro, junto con los contradanzas,
los patronos, el resto de convidados* llenaban los espacios laterales para
proceder a la gran comilona, en una especie de comunión del cuerpo social hacendario.
La entrega de la jucha*constituía el último rito nocturno de la
fiesta septembrina; como ya se dijo, el síndico reseñaba por escrito las
principales incidencias de la celebración y procedía a la entrega de las juchas
a los nuevos priostes, quienes al aceptarlas establecían el tácito compromiso
de realizar la fiesta en el año venidero, luego, la gente se retiraba en paz y
tranquilidad a sus huasipungos.
Cuenca, 4-6-2018
Vocabulario:
Taralla.s. caña de maíz (seca)
desprovista de la parte alta de la que brota la mazorca. Diccionario
Kichua-Castellano, Glauco Torres Fernández de Córdova, 1982. Se aplicaba
también a los tallos secos del trigo y la
cebada.
Síndico.m. la persona encargada
del cuidado de la capilla, sus bienes y ceremonias religiosas. Las acepciones 2
y 3 del Diccionario de la Real Academia
se ajustan mejor a nuestro concepto: 2. m. y f. Persona elegida por una
comunidad o corporación para cuidar de sus intereses.3. m. Hombre que tiene el
dinero de las limosnas que se dan a los religiosos mendicantes.
Muñidoras.f. mujeres encargadas
del aseo y arreglo del templo; el Diccionario de Americanismos, 2010, trae:
Muñidor-ra m y f. Pe. Persona encargada de llevar las flores en una procesión o
de apagar o encender las velas. rur
Bestias.f. Término con el que se
denominaba caballos y mulares; bestias de carga y bestias de silla
La gente.f. Término que se
refería al conjunto de servidores de la hacienda; la gente de El Paso estaba
conformada por indígenas: Morochos, Iñamaguas, Carchis, entre otros e indomestizos, Enriques,
Maldonados, Patiños.
Laurel de cera .m. Myrica Cerifera
L. en, Luis Cordero, Estudios Botánicos, 1984; de sus diminutas bayas se
obtiene, por medio de hornillas, la fragante cera amarillo verdosa para la elaboración
de velas.
Jucha.f. En el Diccionario de Americanismos, 2010, consta como jocha.f. Ec. Obsol. Contribución
en especie que el prioste solicita a determinada persona, con el compromiso de
devolver lo recibido una vez que haya concluido la fiesta. En El Paso se
recibía la jucha, una canasta de mimbre llena de mote y papas cocidas, con un
gallo pelado y cocido entero, entregada por el prioste saliente al entrante,
como compromiso para el próximo año.
Cuete.m. por cohete
Albazo.m. Ec. Música tocada
generalmente al amanecer, con ocasión de ciertas fiestas religiosas populares
de la Sierra, como San Pedro o el Corpus. Diccionario de Americanismos, 2010
Chaquiñan.m. (Del quech.
Chaquiñán) Camino estrecho generalmente formado por el paso contínuo de
personas o animales.rur. Diccionario de Americanismos, 2010
Melodio.m. Ec.Pe. Armonio.
Diccionario de Americanismos, 2010
Guando.m. (Del quechua huandu)
Pa. Ec. Camilla hecha de varas o palos usada para transportar enfermos.
Diccionario de Americanismos. 2010. Se usaba no sólo para el transporte de
enfermos, en Cuenca en proverbial que muchos muebles, automóviles e incluso una
turbina de generación eléctrica fueron transportados desde la Costa por indios
guanderos.
Castillo.m. Especie de tabique de
unos 80 cms por 1 m. o 1.50 m., hecho de
varas o palos de los que colgaban frutas y otros productos para ser ubicados a
manera de cielo raso en la capilla
Luis Juca. 1557-1562-1574-1582:
Don Luis (Xuca) Cacique de Paccha y de San Bartolomé de Arocxapa, en Caciques
Cañaris, Bolívar Cárdenas, 2010; En 1573, don Luis Juca fue señor de una unidad
política extensa que agrupó unos cinco pueblos de la sierra, más los bolos y
los cuyes de piedemonte.- Don Luis era también cacique de dos grupos de pie de
monte al sureste de Gima, Deborah L.
Truhan.
Blas Naulasaca: 1647-1663.-
Cacique y Gobernador del cabildo de indígenas de la parcialidad conocida como
Laguán perteneciente a Girón. Cuando cacique de Girón fue dueño de cañaverales
y de una quesería. Cárdenas, 2010; hemos encontrado que “Blas Naulasaca fue
dueño primario de las tierras de Chalcay”, según lo expresa María Mora, en un
alegato de 1845, quien dice ser
descendiente del cacique. A/M.C.V.
Chagrillo.m. Ec. Mezcla de
pétalos de ciertas flores, en especial de rosas y geranios, que en algunas
procesiones se les lanza a las imágenes religiosas en señal de alabanza.
Diccionario de Americanismos, 2010; en el Azuay el chagrillo se compone
especialmente de flores de retama.
Huasipungo.n. Porcioncilla de
tierra que cultiva el indio en derredor de su choza. Luis Cordero, Diccionario
Quichua-Español.Español-Quichua, 1968; se le conocía también como “posesión”,
parcela entre 3 ó 4 cuadras que cultivaba el concierto en la hacienda.
Pingullo.m. Ec. Pincullo, flauta
pequeña. Diccionario de Americanismos, 2010
Chillo.m. Ec. Lienzo de algodón
sin blanquear de baja calidad. Diccionario de Americanismos, 2010
Varayo.m. De varayoc, Pe. 2, vara de mando que simboliza el poder o
gobierno de una comunidad indígena, rur. Diccionario de Americanismos
Kererosene.m. (voz inglesa) Ec.
Queroseno, subproducto del petróleo. Diccionario de Americanismos, 2010
Cuentayo.m. Ec. Obsol. Trabajador
agrícola al que se le encargaba el cuidado del ganado.rur. (cuentario).
Diccionario de Americanismos, 2010.
Vaqueada.f. Mx.Ec. Reunión de
ganado, generalmente para contarlo, venderlo, herrarlo o curarlo. Diccionario
de Americanismos, 2010
Huatanango.m. Apodo de un
campesino vecino de la hacienda, decía tener una planta que sembrada en sus
terrenos atrapaba a los ladrones; la palabra posiblemente proceda del verbo
quichua, huatana, amarrar, liar. Cordero Luis, 1984
Malaudo.m. Arbusto que produce
pequeños frutos semejantes a manzana de color marrón; no hemos podido localizar
su clasificación botánica
Candeal. 1. adj. Dicho del trigo:
De una variedad aristada, con la espiga cuadrada, recta, espiguillas cortas y
granos ovales, obtusos y opacos, que da harina blanca de calidad superior.
Diccionario de la lengua Española. Edición del Tricentenario. Actualización
2017.
Champús.m.(del quechua) Co. SO.
Bebida preparada con maíz cocido, azúcar o panela, jugo de lulo, de piña, canela,
clavos de olor y hojas de naranjo agrio. Ec.Pe. champuz, bebida espesa que se
prepara con guanábana, mote sancochado, membrillo, harina de trigo y especias.
Diccionario de Americanismos. El champús que se preparaba en El Paso, era a
base de mote pelado y harina de maíz blanco, panela, izhpingo y clavo de olor.
Camari.n. Regalo; presente;
obsequio de alguna cosa. Luis Cordero, 1984
Harina de alverjas.f. Plato
típico preparado con carne o espinazo de puerco
Zhima.adj. Dícese del maíz que
tiene color de perla. Luis Cordero,1984.
Convidados. De Convidar, Ec. ,
Invitar u ofrecer algo, especialmente bebida o comida a alguien. Diccionario de
Americanismos, 2010.